o algo sobre interdependencia y relatividad
En mi caminata matutina me encuentro con muchas cosas. Voy con los ojos bien abiertos y con mi camarita rosa en la bolsa del pantalón.
Hace un par de días, más o menos, mientras recorría el pasillo que se extiende detrás de los últimos edificios del condominio, donde a casi nadie más que a mí se le ocurre pasar, descubrí un trozo de luna sobre el cielo azul. Y luego, más cerca, una araña de esas enormes que, entre octubre y noviembre, pueblan los espacios altos de Cuernavaca: entre los árboles, entre los edificios, entre los cables.
Y entonces se me ocurrió fotografiarlas juntas, a la luna y a la araña, como si convivieran de cerca. Para lograrlo hube de moverme, con la cámara apuntando al cielo, hasta lograr tenerlas a ambas en la mira. Y entonces disparé y quedé muy satisfecha con la toma.
Seguí caminando y, un rato después, me vino a la cabeza el principio que recién había escuchado a mi maestro volver a explicar: la interdependencia. Nada está aislado, ni es independiente ni singular. Todo y todos estamos interconectados y no hay, ni puede haber, una perspectiva única e irrebatible de las cosas. Si yo hubiera dado una paso a izquierda o derecha, hacia adelante o hacia atrás, la imagen hubiera sido completamente diferente.
Y, así más o menos en palabras, lo que me enseñaron la luna, la araña y mi camarita rosa una mañana de octubre.
Increíbles estás arañas, tengo una justo afuera de mi ventana, amo ver cómo teje todos los días. Abrazo amiga
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