«Nadie me quiere» es uno de mis argumentos predilectos, no tanto por tenerle un amor o afecto especial, sino porque me ha acompañado desde que me acuerdo. Aunque la realidad lo ha desafiado en un sinfín de ocasiones, se sigue colando subrepticiamente, como esas corrientes que van debajo del agua y no las notamos hasta que ya nos arrastraron hasta quién sabe dónde.
Esa «certeza» mal habida tiñe mi mundo con tonos equivocados y me hace ver moros con tranchete a la menor provocación. Quizá ya no se manifiesta tan burdamente como antes (no en balde las horas de terapia y meditación que he vivido), pero su sutileza aún me lleva a intensificar los sentimientos (y, a veces, las reacciones) frente a situaciones que probablemente no lo ameriten. Y quien acaba sufriendo más, soy yo, claro.
Ayer, después de una sesión de terapia (donde parecía que no había pasado mucho) y de una sesión de un entrenamiento en Rescate Emocional (donde no tenía demasiadas ganas de participar), mientras lavaba una blusa a mano (lo cual me encanta, me relaja y me desconecta de mis rollo interno), me cayó un veinte enorme (en inglés, porque a veces así me hablo a mí misma):
Sometimes, my storyline (Nobody Loves Me) prevents from seeing what there is, namely L❤️VE.
O sea, ese argumento insistente me impide ver lo que está ahí, lo que sí hay: amor, cuidado, cariño, amistad... Y darme cuenta (otra vez) es seguir soltando (otra vez) el patrón habitual poco sano y encontrar esas joyas que quedan ocultas entre tanto moro con tranchete, como estas flores minúsculas en un terreno baldío al borde de una calle en Ocotepec:
Gran hallazgo, jefa. Indeed, there is love all around you. Te quiero mucho (:
ResponderBorrarGracias, changuito. Yo a ti te quiero mucho también 🥰
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