(o hallazgo 31 continuado)
En el hallazgo 31
hablaba de mi calidad inherente de monstruo, una sensación que ha estado a mi
vera siempre y que, a pesar de los años de terapia y meditación, no había acabado
de conocer, de identificar. Y antier, picando ajos para guisar unos nopalitos
según la receta de mi comadre, de pronto supe: Esa certeza de monstruosidad es,
ni más ni menos, la secuela, el rescoldo, del abuso sexual de la infancia: la
sutil sensación de que la mala soy yo, de que la equivocada soy yo, de que la sucia soy yo,
pero no en palabras, sino más bien en el miedo, en la vergüenza, en la
inseguridad que durante mucho tiempo sentí que me definían como
persona; la sutil sensación de que hay algo inherente en mí que debo ocultar a toda costa a riesgo de ser descubierta y rechazada. Hoy puedo ver que el presunto monstruo era más bien una personificación tergiversada de la desprotección y el maltrato vividos como niña.
Hoy sé, pues, lo que es y sé que eso no soy yo ni me define, ni me identifica, ni me nombra. (“Yo", en última instancia, ni siquiera es una entidad sólidamente existente.) Es parte de una experiencia, pasada, sucedida hace mucho tiempo, cuyo rescoldo a veces vuelve a arder, pero que una vez identificado, me permite soltar con mayor contundencia (y, al mismo tiempo, con más ligereza) el estado emocional presente que se dispara .
Nota para mí: Mi pleito con el espejo, con mi reflejo más o menos monstruoso, puede/debe estar relacionado también con esa misma certeza desencaminada que, a fin de cuentas, es solo un pensamiento, equivocado y pasajero, a pesar de su aparente persistencia.
Otra nota para mí: Mi incapacidad para terminar de soltarte puede/debe estar relacionada también con esa misma certeza desencaminada, que en ti creyó encontrar la forma definitiva de desmentirla, otro pensamiento, equivocado y pasajero, que carece de solidez y de sentido.
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