Me sorprende la RAE: busco la palabra "objeto" y dice que viene del latín obiectus, pero luego da 9 definiciones de las cuales la que más se acerca a lo que busco es la 6a, "cosa". Entonces busco "cosa" y la cosa no se aclara. Hay 6 definiciones, 15 frases combinadas con algún adjetivo y 34 expresiones que contienen el vocablo (y dan para otra entrada).
La que medio se acerca lo que yo buscaba es la primera definición:
f. Lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, concreta, abstracta o virtual,
pero en realidad ni siquiera...
Yo de lo que quiero hablar es del primer objeto que he hecho con las manos y que se puede tocar, sostener, sentir tangiblemente:
Un gato de barro que, además es maceta y ya está resguardando una hoja de violeta enraizada (aunque no en esta imagen, del día que llegó a mi casa). Durante años, décadas, casi toda la vida, había tenido el anhelo de hacer cerámica, de trabajar con barro, de mancharme las manos y, no lo tenía claro hasta la semana pasada, de crear objetos.
Yo he escrito siempre (desde que aprendí cómo, claro). He plasmado ideas, emociones, imágenes; algunas se han conjugado en historias y algunas se han incluso publicado. Pero no son objetos como ShiMi (ཞི་མི), mi gato de barro.
Recorro mi vida hacia atrás pera ver si encuentro otros objetos hechos por mis manos y sí, hay un morral de estambre, tejido por mí en la secundaria, a franjas rojas y azules. (Aún lo tengo y a mi hijo le gusta.) Luego intenté tejer un suéter, pero no lo logré (creo que aún conservo las madejas verdes y moradas en algún rincón de algún clóset). También hubo una funda de almohada que bordé, de niña, con la inicial del nombre de mi padre, "R", amarilla rodeada por un guirnalda anaranjada, o quizá anaranjada rodeada por una guirnalda amarilla. Solo el tiempo lo sabe. Y no encuentro nada más. Quizá algún dibujo de niña que mi padre mandó enmarcar (se asoma a mi memoria uno hecho con pinturas de dedos al que el sol le fue comiendo el color), pero esos se perdieron cuando murió mi madre y mi hermano desmontó su departamento.
Y entonces nació ShiMi y me hizo muy feliz. No solo el objeto en sí, sino el proceso de crearlo, de descubrirlo dentro de una bola de barro que fui pellizcando hasta sacarlo a la luz, con la guía y el aliento de Pilar (¡gracias, Pilar!). Trabajar con el barro me descansa la cabeza. Y me hace paciente. No puede apresurarse. Hay que volver y cerrar grietas, deshacer bultos, uniformar la superficie. Envolver la pieza. Dejarla secar. Volverla a trabajar. Pintarla con algún color en algún lado. Firmarla (me encantó firmar el gato). Aguardar a que entre al horno a cocerse. Y finalmente tenerla entre las manos, como algo tangible. Y aceptarla como es aún si (o sobre todo si) no coincide con la imagen que de ella teníamos en la cabeza.
Y entonces empezar la siguiente. Otra maceta, que parece una pieza etrusca hecha por una niña pequeña poco hábil que juega más que crear (¿o son lo mismo?). Y sí, por ahí anda mi mente crítica (egresada de la Moderna Americana), con su perfeccionismo a cuestas, pero ya es mucho, muchísimo menos de lo que era. Sobre todo disfruto, sin importar (demasiado) el resultado. Sin importar (para nada) que sea perfecto. Y me divierto enormemente imaginando el siguiente objeto que pueda estar en ese espacio donde se encuentran mis manos y el barro.
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