viernes, 12 de agosto de 2022

::v:e:i:n:t:i:sé:i:s:::::

Hoy, changuito, cumples 26 años.

Te celebro compartiendo(te) un texto sobre el amor que me inspiras.

Que te acompañe siempre. Te quiero.


Hace unas semanas, que ya deben ser meses (más o menos 10, descubro), en uno de mis grupos de práctica de escritura en línea nos dieron como tema que contáramos sobre una ocasión en que hubiéramos dado una bendición a alguien. Yo escribí que no estaba segura cuándo y ni siquiera si alguna vez le había dado a alguien una bendición. Entonces me acordé de Harry Potter y de su mamá, Lily, y pensé  que una bendición para mí podría describirse como el regalo que ella le hace a su hijo cuando Voldemort, el Innombrable, intentó destruir a toda la familia. Lily Potter no solo se sacrificó para que el malvado mago no matara a su pequeño, sino que también le ofrendó al entonces bebé una suerte de escudo de amor que lo protegería siempre. Ese escudo, de hecho, le permitió a Harry sobrevivir la maldición de Voldemort con una mera cicatriz en forma de rayo en su frente.

Muchas veces he pensado en eso en relación con mi propio hijo, Santiago. Así que cuando viene a casa y se va, yo siempre miro por la ventana de mi estudio, sin hacerme notar. Desde ahí, puedo verlo irse caminando o montado en Antuanito (nuestro golf ya treintañero) y mandarle una ráfaga de besos (para lo cual abro un poco el mosquitero para que no se queden atascados dentro) que lo acompañen en el regreso a su espacio, en su camino por la vida, con el deseo de que lo protejan como el amor de Lily protegía a Harry.

De sobra sé que no tengo el poder para resguardar a Santiago del sufrimiento que entraña la vida, pero aspiro a que mi "bendición" lo acompañe cuando se enfrente a momentos difíciles y le dé un brillo extra a los disfrutables. 

Una vez cuando él tenía 6 años, justo antes del divorcio, viajé a Estados Unidos para conocer a mi maestro de meditación. Tenía yo un cordón de bendición que mi maestro me había mandado unos años antes en una carta. Así que al despedirme y sentir cuán triste estaba Santiago, le di el cordón para que lo cuidara y acompañara y decidimos atarlo no alrededor de su cuello, sino alrededor del cuello de su peluche favorito de todos los tiempos, Manchas el perro.

Cuando regresé del viaje, me dijo cuánto me había extrañado y me contó cómo se iba a la cama todas las noches con un chal mío, que olía a mí, me dijo. Así que supongo que allí había también otra "bendición", el obsequio de la protección en el aroma del amor que había yo dejado atrás sin siquiera saberlo. 


Supongo que el poder de una bendición yace más en la conexión de corazón que tenemos con las personas que amamos.

Que esa conexión nos acompañe siempre, changuito, de más cerca o de más lejos.



Aquí, de pilón, una foto bastante abstracta que tomé hace unos días desde la ventana del estudio cuando Santiago  se iba después de una visita fugaz. (Las luces rojas al centro son los faros del Antuanito que subía la cuesta hacia la salida del condominio.)




6 comentarios:

  1. Muchas gracias, jefa, por este texto tan lindo. Muchas gracias por tu apoyo incondicional durante toda mi vida, aun a través de mis tropiezos y titubeos. Muchas gracias por la bendición de tu amor incondicional, que me acompaña siempre y me da fuerzas a donde quiera que vaya. Te quiero mucho, mamá <3

    ResponderBorrar
  2. Y en el feis, el changuito decía: Guau...qué bonito, jefa, muchas gracias; sí me sacó la lagrimita :') Te quiero mucho 🧡🌿

    ResponderBorrar
  3. Que bello relato que afortunados y bendecidos ambos .

    ResponderBorrar
  4. Me hicieron llorar... los dos. Y qué foto tan fregona! Soy Pilar, la amiga antigua jeje

    ResponderBorrar