En mi historia de vida, la certidumbre ha sido casi siempre algo que se me escapa entre las manos, como la arena seca en el puño a unos pasos del mar, como el agua si intentamos retenerla entre los dedos, o como una nube que pasa cambiando de forma por el cielo. Esta falta de certeza se ha manifestado sobre todo, claro, en el ámbito de las relaciones personales.
De niña siempre tuve la duda de si mi mamá me quería o no.
A veces parecía que sí. Y entonces yo sentía que el pecho se me hacía enorme y le sobraba espacio a mi corazón. Pero al día siguiente, o en la tarde misma de un día dado, parecía que no. Y entonces el pecho se me encogía todo y el corazón apenas tenía lugar para latir, casi intentaba refugiarse en la garganta. Mi mamá se podía ofrecer amorosamente un instante y retirarse por completo al siguiente, dejándome en la inopia total sobre su amor. Siempre con el terror de errar. Siempre preguntándome qué había hecho para merecerlo todo y, lo peor, qué había hecho (o dejado de hacer) para perderlo todo.
Nunca encontré la respuesta.
Los años de terapia y de meditación me han mostrado que no era ni mi culpa ni mi responsabilidad. Que no se trataba de mí, ni de mi capacidad para amar o ser amada. Esta interacción y la falta de ese conocimiento seguro y claro provenían de las vivencias traumáticas que mi mamá tuvo desde su más temprana infancia y que nunca sanó, probablemente ni siquiera pudo asumir.
Recuerdo cuando de recién casada, o cuando empecé a vivir con Adrián unos meses antes de la boda, de pronto le preguntaba si me quería, si me amaba. Y él solo me miraba, en silencio, con ojos cargados de cariño: la respuesta era obvia. Entonces yo le decía: Just checking, asumiendo que el miedo y la duda eran míos. Él honraba mi necesidad de verificar, que tampoco le era ajena, y para ambos el miedo y la duda se despejaron bastante, durante bastante tiempo.
Pero las cicatrices y el impulso infantil por componer la situación también perduran. La angustia de saber si me inventé las señales que creo que alguien me manda o si hay algo "real" de fondo de pronto me tortura de nueva cuenta, pero su presencia es menos apabullante, más manejable. Eso sí, mi particular colección de personas (amigos, amigas, parejas, exes de todo tipo) incluye mucho más de una con quien he revivido (con mayor o menor conciencia) la incertidumbre de la relación con mi mamá. Personas cuya presencia podía ser total y cuyo distanciamiento al momento siguiente también podía ser total. L y B son dos de los ejemplos que más destacan en mi memoria. R y R también andarían por ahí en la misma colección.
Hoy la vida me vuelve a poner en el camino la oportunidad de trabajar con el mismo tema, el deseo. Pienso en mi maestro, claro, y hago la aspiración de encontrar el punto medio, momentáneo pero estable, entre el azote y la indiferencia. El punto medio donde el amor sin apego es posible.
siempre un regalo el geranio en el balcón de doña Pina |
Amiga qué difícil !! Amar sin apego, cómo se hace por completo? Sin que duela cuando reconozco que solo me conté una historia sobre una forma de amar a alguien. En fin ya hablaremos pronto de eso. Te abrazo
ResponderBorrarTe abrazo de vuelta, amiga, con enormes ganas de verte 💙
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