Esta abeja se salvó de ahogarse por su esfuerzo y su inteligencia, y un poquito de ayuda.
Mientras caminaba yo al lado de la alberca situada a la entrada del condominio, disponiéndome a dar por terminada mi caminata después de intercambiar unas palabras con Adrián, el guardia en turno, noté que alguien se movía en el agua, provocando unas mínimas y rapidísimas ondas sobre la superficie. Parecía un minúsculo helicóptero intentado despegar. Me acerqué y ve que era una abeja, intentando salir del atolladero líquido.
A pesar de la energía, lo tenía difícil. Entonces, fui a buscar algo con qué ayudarla y me encontré con una de esas varitas de las cuales se deshacen las jacarandas en esta época para abrir paso a las flores. Traté de tomar una de las largas, me senté al lado de la alberca y la extendí hacia la abeja que seguía moviendo sus alas. En cuanto sitió el apoyo, lo tomó y entonces la saqué montada en la varita. La llevé lejos del agua para que se secara y pudiera emprender el vuelo.
Y entonces sí emprendí yo el regreso a casa, después de hablar con Adrián sobre la suerte de Michi, la gatita de mis vecinos que no deja de maullar.
Así, el inicio del primer domingo de marzo.
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