viernes, 24 de noviembre de 2023

Día de Olga Amparo, mi tía Olga



De mi tía Olga, he conservado varias cosas a lo largo de mi vida, aunque ya no me quedan tantas. Conservo un suéter tejido por sus manos, en estambre azul con trenzas (unas de sus especialidades), que en realidad era de mi mamá y me llegó vía mi hermano. También tengo otro color beige, de hilaza de algodón, que fue el último que me tejió a mí (nos tejía suéteres para los cumpleaños y navidades y, cuando éramos más chicos, también calcetines). Ya está súper desgastado, pero no me animo a deshacerme de él. (Lo usé mucho y siempre me lo chuleaban.) Mi tía me regaló también, para algún cumpleaños memorable, supongo,  un anillo suyo que era un diamente montado en oro blanco, una suerte de herencia en vida. Me imgino que habrá sido un anillo de compromiso o, quizá, un tesoro familiar. Quién sabe. Creo que nunca me lo puse, pero lo guardaba con cariño, hasta que fue víctima de un robo en  mi casa. Así las cosas.

Pero las matrioshkas que me trajo de algún viaje a la (todavía) URSS han subsistido a mi lado durante muchos muchos años.

Mi tía Olga tenía una hermana, mi tía Consuelo, que estaba casada con mi tío Raúl, dueño de una agencia de viajes famosa en su tiempo, Mexamérica. Mi tía viajaba con ellos, creo que en calidad de guía turística o encargada de algún grupo o acompañando a su hija Olguita que entonces se iniciaba en el negocio del turismo. El caso es que en alguna época mi tía viajó mucho y eran viajes largos, incluso vueltas al mundo, me parece recordar. Durante esos viajes, nos mandaba cartas o postales a mi hermano y a mí, dirigiéndose a nosotros como "mis adorables sobrinos", emulando el título en español de una serie de televisión que solíamos ver juntos en la casa de mi abuela en Cuernavaca.

También nos traía regalos. Unos pequeños, como los prendedores en forma de alas y con los logos de las compañías que solían regalar las aerolíneas en aquella época o algún juego en que se pegaban y despegaban calcomanías de plástico (que representaban pasajeros, maletas, aviones, controladores, pilotos, azafatas) sobre un tablero de cartón plastificado (de Alitalia fue el que tuvimos, recuerdo).

Y también nos traía regalos más grandes. Entre ellos destacan las muñecas rusas, que yo atesoré desde el primer instante y he conservado como muestra de su cariño y de la contención que siempre sentí a su lado. Ellas (y él, según lo que escuché alguna vez en el sentido de que la muñeca más pequeña es en realidad un muñeco varón) se han mudado conmigo desde que salí de casa de mis padres: nunca nos hemos abandonado. En mi casa, cambian de lugar y de modo: A veces están abiertas y dispuestas todas; otras, solo la más grande con las demás adentro. Por el momento, viven en la balda de hasta abajo del librero blanco de mi cuarto (detras de las cajas metálicas de cigarros Faros) y las puedo ver cuando estoy acostada en mi cama. Siempre me reconfortan, como el recuerdo de mi tía, como si nos diéramos la mano, como parecen hacerlo las matrioshkas vistas desde atrás.

Lo que daría por abrazar a mi tía, hoy en su cumpleaños o cualquier otro día, y quedarme entre sus brazos, refugiada, como lo hacía de niña.
Te mando, tía, allá adonde estés mil abrazos y mil besos.
Sé feliz y no sufras.
Te amo.




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