Doña T siempre estaba muy atenta cuando le contaba cosas. Así supo, supongo, de mi ilusión por visitar Portugal, nacida, también supongo, de mi romance con Saramago. (En realidad, yo había iniciado mi romance con la lengua lusa cuando estudié algunos semestres de portugués —en su versión brasileña— en el entonces CELE de la UNAM, donde trabajaba. Incluso consideré irme a Portugal a estudiar su literatura, pero la vida tenía otros planes.)
En fin, que cuando le conté a doña T mi sueño, me regaló un copa de cristal, como un caballito de tequila con asa, que ella había comprado cuando visitó Portugal con su hijo. La copita está decorado con el famoso Gallo de Barcelos, símbolo del país, cuya legendaria historia se cuenta aquí. El gallo representa el sentido de justicia y eso también me recuerda a doña T, que, además de generosa, era pareja, equitativa con quienes la rodeaban. Para cuando mi sueño se hice realidad y visité Lisboa (me queda pendiente el resto del país), doña T ya había muerto, pero su recuerdo me hizo compañía. Hoy el vasito con el gallose convierte, a veces, en cuna de hojas de violetas: ahí las pongo en agua para que echen raíces y luego trasplantarlas. Así, doña T sigue viva y acompañándome en mi casa.
Recordé también otro objeto que me regaló en alguna navidad o reyes y que siempre va conmigo cuando viajo y cambio de moneda. No es muy frecuente, pero cuando sucede, uso esa cartera azul oscuro, de apariencia retro, para guardar los pesos cuando llego al país extranjero y, de regreso a casa, para guardar las monedas extranjeras restantes, si quedó alguna.
Doña T es, pues, compañía continuada en mi vida hoy.
Recordándola en especial el día que murió, deseo que sea muy feliz
y que haya trascendido el sufrimiento.
Un beso enorme adonde quiera que esté.
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