domingo, 24 de noviembre de 2024

Día de mi tía Olga


Me fui al diccionario en busca de apoyo para hablar de mi tía Olga, que hoy cumpliría 109 años.

(No puedo evitar acordarme de un juego de palabras y números que hacíamos cuando era chica —en los primeros años de la primaria cuando fuimos descubriendo el universo de los símbolos— que era una respuesta a la pregunta "¿Cómo te sientes?". Yo, y mis amigos supongo, escribíamos: Me 109 cita [o Me 109 cito según nuestro género] y nos sentíamos soñadas o soñados). 

Bueno, el caso es que en el diccionario busqué las palabras "amparo" (segundo nombre de mi tía Olga), que me llevo a "amparar", que me llevó a "refugio", que me llevó a "refugiar", pero ninguna de las definiciones se acercó a lo que yo sentía cuando estaba cerca de mi tía Olga. Al final, caí en "guarecer", que aunque como palabra no me gusta tanto (y menos aún su sustantivo "guarida"), sí que se acerca más a mi sensación, sobre todo en dos de sus acepciones:
1. tr. Acoger a alguienponerlo a cubierto de persecuciones o de ataquespreservarlo de algún mal y
6. prnl. Refugiarse en alguna parte para librarse de un daño, o de las inclemencias del tiempo.

Y sí, yo me sentía guarecida cuando me quedaba en la mesa de la terraza de la casa de Jalisco 222 antes 800 en la colonia Las Palmas de Cuernavaca, jugando canasta con mi tía o cuando me guarecía en su departamento, el 301 del 704 de Avenida Coyoacán, casi esquina con Eugenia (el Eje Vial número 5) en la colonia Del Valle, leyendo el Tele*Guía a escondidas en su cuarto, comiéndome una tostada de pollo con su incomparable salsa verde (hecha con el tomate crudo) y un vaso de coca cola, o merendando un café con leche grande, acompañado, quizás, de un sándwich o un pan dulce.

¿De qué me guarecía mi tía? De la confusión y el abuso. Del silencio y la carencia emocional. De la locura y la doble moral. De las mentiras y la violencia que suponen. Del miedo y la inseguridad. De las inclemencias familiares, pues.

Mi tía me acogía con naturalidad total, espontánea y amorosamente, no sé si con plena conciencia o sabiendo intuitivamente lo que yo necesitaba, lo que para mí significaba ese espacio seguro que me brindaba. A mi mamá también se lo ofreció de niña y de adulta y probablemente la sostuvo más de lo que cualquiera se daba cuenta. Quizá por ello mi papá la quería tanto también y la respetaba. Aunque mi hermano compartía muchos de esos espacios familiares, no me parece que el vínculo con él haya sido tan medular, pero una nunca sabe (ni sabré).

Tampoco puedo dejar de pensar que probablemente la entristecería saber del distanciamiento entre su hija Olga Adelaida (Olguita) y yo, pero mejor que no lo haya atestiguado. Y aunque mi tía ya no esté en persona cerca de mí, ese amparo/refugio/guarida que fue para mí durante tantos años sigue siendo y será un fundamento/base/apoyo de mi cordura y de mi (mayor o menor) madurez emocional.

Como siempre, tía, te extraño, te conjuro, te convoco, te pienso, te amo y te dejo por aquí estas hermosas flores blancas con una pincelada de rojo que me encontré caminando por la calle hace un par de día. Así te celebro y te deseo felicidad mucha, amor mucho y que hayas trascendido (o estés trascendiendo) el sufrimiento:






 

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