sábado, 23 de noviembre de 2024

Día de doña T


Hoy ha sido el día de doña T, cuando pienso en ella en especial aunque se cuele en muchos otros momentos del año, sobre todo cuando visitamos a mi comadre en la casa que compartieron en Chimal, primero al lado de don Pepe y luego ellas dos.

Cuando pienso en doña T, me acuerdo de cómo le gustaba escuchar más que hablar, pero cuando hablaba era contundente. Me acuerdo que nos sentábamos en su cuarto a ver alguna película y se echaba a Almodóvar como si nada. Me acuerdo que no comía mariscos, a raíz de alguno que le cayó mal, y que no le gustaban las aceitunas. 

Con doña T bebíamos el té de la casa (una mezcla de té limón y flor de azahar, más del primero que de la segunda), aunque no sé a quién se le ocurrió la mezcla relajante, perfecta para antes de dormir. No jugaba cartas con nosotros, pero nos acompañaba desde su cuarto. Cuando empezaba a enfriar el clima se cuidaba, siempre de chaleco o chal y cada navidad o reyes nos dábamos regalos, tradición que continuamos con María Eugenia, y ahora con Yare, que no conoció a doña T, pero se siente como si sí. 

A doña T, Santiago de muy pequeño, la invitó a echarse una marometa cuando se quedó un rato con ella, mientras su papá y yo visitábamos la iglesia del pueblo, donde se bautizó sor Juana, guiados por la arqui, o sea, mi comadre María Eugenia. No se echó la marometa, pero lo cuidó mientras no estábamos. 

Con doña T, fuimos a alguna celebración en casa de mi tía Marisa, sus 89 y quizás sus 90, y ella y sus hijas eran la familia que me sostenía en presencia de la familia que no me había sostenido demasiado. Recuerdo a doña T, y a María Eugenia, visitándonos en  la calle de Narciso tras el nacimiento de Santiago, cuando yo no paraba de llorar y las recuerdo al pendiente nuestro, siempre. Fueron las primeras en llegar, junto con Graciela, la abuela paterna de Santiago, para celebrar el primer año de nuestro chilpayate. 

Así nuestra vida entretejida con la de doña Teresa, nuestra familia más allá de los lazos de sangre. Le agradezco siempre su compañía y su solidaridad, su sonrisa discreta y sus palabras precisas.

Y hoy, en el aniversario del día que murió (al que llego rayando, pero llego) le dejo mi cariño todo y esta foto del volcán, que tomé desde su casa donde se vuelve a ver (con árbol y fumarola y los primeros rayos del amanecer) desde la ventana de la escalera. No sé si lo consideraba suyo, pero fue compañía constante durante todos sus años en Chimal:



Ojalá esté, doña T, en el camino claro hacia la felicidad duradera. 


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