gusto
Del lat. gustus.
- m. Sentido corporal con el que se perciben sustancias químicas disueltas, como las de los alimentos.
- m. Sabor que tienen las cosas.
Busqué esta palabra en el DLE de la RAE para ver si me ofrecía alguna idea sobre el papel que este sentido corporal juega en nuestra mente, en nuestra red de recuerdos. Pero parece que el diccionario no se interesó por describir lo que nos sucede cuando percibimos el sabor de ciertas cosas y la experiencia nos transporta, cual máquina del tiempo, a otras épocas de nuestra vida. Hay frutas, o plantas, o guisos que saben a la casa de mi abuela o de la tuya o a mi tío Joaquín o tu tía Marisa.
Así me sucedió hoy, que fui de paseo a Tepoztlán (pueblo querido, tristemente más gentrificado que mágico) con mi amiga Ángeles. Fui a llevar a mi muñeca Pipipa Punk, cuyos brazos, piernas y nariz rellenos de arroz se empezaron a desintegrar desde adentro, con su creadora para que (con suerte) me la repare y Ángeles y yo aprovechamos para almorzar allá. Nos sentamos en un galerón que debió ser el patio-jardín-huerta de una antigua casa, reconvertido en la parte de abajo de un restaurante-fonda de dos pisosm que abre sus puertas (los fines de semana) en la calle que lleva a la subida al Tepozteco.
Ordenamos: ella, un par de quesadillas; yo, un itacate (o tamal aplastado como lo describió mi amiga, aunque puede verse también como un triángulo de maíz relleno de algún guisado) y sendas aguas minerales. Después de una visita al baño, al que se accede por una escalera larguísima, como quien va a la pirámide, atravesando la parte de arriba del lugar y la espesa música que lo cubría todo, finalmente nos sentamos, lo más lejos posible de las bocinas, aunque todo intento de un rincón algo menos ruidoso estaba condenado al fracaso.
Y entonces nos vimos cara a cara con un florero-botella-lata-contenedor lleno de ramas con hojas verdes en forma de mariposa: el famoso papaloquelite o pápalo, del náhuatl "papálotl" (mariposa, sí como en nuestros papalotes) y "quílitl" (hierba comestible). Yo pregunté ingenuamente si estaba de adorno y me dijeron que no, que era para comerse. (Claro.) Entonces recordé cómo le gustaba a mi papá la hierba mariposa. La traía del mercado grande de Cuernavaca, entre las compras que hacía cada domingo antes de regresarnos a México, y se lo comía así, crudo, arrancándole las hojas para acompañar tacos o tostadas o quesadillas o tamales.
He de confesar que a mí me dio cierto repelús imitar a mi papá por aquello de cómo lo habrán lavado, no tendrá algún bicho de los microscópicos que atacan la panza y otros pensamientos similares. Pero cuando vi a Ángeles arrancarle una hoja y colocarla sobre un trozo de quesadilla, hice lo mismo y me comí una hoja de pápalo con mi trozo de itacate. Tan delicioso como imposible describir su sabor (de tal intensidad que o se ama o se odia sin posibilidad de medias tintas): "aroma y sabor fuerte y característico, similar al cilantro, pero con notas cítricas", dice internet, o sea, sabor a pápalo digo yo, y también digo sabor a mi papá, a cuando era niña y estaba cerca de él y lo veía comer pápalo y me daba a probarlo y me gustaba, creo, porque era como saborearlo a él.
El pápalo, como los snickers que tanto le gustan a mi maestro, y en realidad cualquier otra cosa que podamos probar (oler, sentir, ver, escuchar) no se puede describir acertadamente con palabras. Las palabras, los conceptos, las etiquetas nos acercan, pero la única manera certera es probando directamente, sintiendo el sabor con las papilas de nuestra propia lengua, sin intentar atraparlo.
Y si se activa algún recuerdo, vivirlo también, momentáneamente, y dejarlo seguir su camino, desvancerse, mientras volvemos al momento presente de nuestra mente, de nuestra experiencia.
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