un prólogo
0
El cumpleaños de una amiga. Un campo silvestre florido. Vino blanco y pulque. Coqueteo entre conocidos y extraños. Un hombre que toma la cara de una mujer entre sus manos y le da un beso en cada mejilla para despedirse. Él se da cuenta entonces de que ella le mueve algo. Ella ya se había dado cuenta. De esa despedida no conserva ella huella en la memoria.
1
Un correo de él, buscándola. Una respuesta de ella, dejándose encontrar. La primera cita. Una plática larga. Más de cuatro horas en el patio de casa de él, a ritmo de tequila, botanas y café, para cerrar. Roce de almas, parecía. Miradas. Historias. Y nada más.
2
Otra plática larga, con almuerzo preparado por él y la compañía de aquella perra hermosa que, además, se hizo cargo subrepticiamente de los sobrantes de ella. Parecía que seguían conociéndose y tocándose de lejos. Al final el tequila y el vino se cruzaron en mal plan.
3
"Si en la tercera cita no hay un beso", le había advertido a ella un joven alumno, "quiere decir que la cosa no va." La cosa va, pensó ella. Los primeros besos y las primeras caricias. Demasiado tequila. Tal vez, la falta de alcoholímetro entre el jardín y la cama, aunque no llegaron. Ella regresó a la suya, con sentimientos encontrados.
4
La tarea pendiente se completó, a instancias de ella, y con el beneplácito de él, parecía. A la mañana siguiente, el sol brillaba entre los pétalos de las flores y bailaba entre las hojas de las plantas del patio. "Amor", y a ella le costaba creerse que el apelativo iba dirigido a su persona. Una etiqueta más... Otro beso al despedirse. "Te cuidas", le dijo él.
5
Le cambió una comida por un viaje en carretera. A ella le le gustó la idea. Él no se bajó del coche, como la primera vez, para abrirle la puerta ni la besó para saludarla. Ni siquiera la tocó. Ella se dio a la tarea de amenizar el trayecto. Él estaba crudo: había compartido una botella de tequila con "una amiga" el día anterior. La presentó (también) a ella como "una amiga" . De regreso, dejó de complacerlo para perderse en el imponente atardecer al frente y hablar en silencio con la silueta púrpura del volcán recién despejado, a su derecha. (Recordó cómo con alguien más había jugado a tocar las espigas del pasto iluminadas a contra luz por el sol muriente.) Él la dejó en su casa con un beso en la mejilla. (Esta vez no le tomó el rostro.) Se despidieron con un parco "Nos hablamos".