viernes, 30 de mayo de 2014


y al fin se besaron de verdad con el Mediterráneo de fondo


Poema de amor


"Porque se habían amado, aunque fuera desde la distancia y a través de las cartas, aunque nunca se besaron de verdad, ni nunca se desnudaron el uno al otro, ni nunca se acariciaron… Pero se amaron." (jri)

jueves, 29 de mayo de 2014

Invitada: Mari Trini



Para Pilar, por todo lo que nos queda por compartir

El disco del que forma parte esta canción lleva por título "Escúchame" y se lanzó en 1971, es decir, cuando yo tenía apenas ocho años. Mis padres, sobre todo mi papá, era seguidor de Mari Trini y tenía varios elepés de la cantante. Así la conocí y la debo haber adoptado como mía algunos años más adelante. Tengo claro cómo, cuando mi hermano y yo íbamos a pasar las vacaciones de verano a la casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca -donde yació enfermo en una cama durante nueve años, mi abuelo Óscar- yo cargaba con un tocadiscos portátil y el disco de Mari Trini. Así como en la sala de nuestro departamento en la ciudad, podía pasarme horas sentada sola escuchando una y otra vez a la cantante española, también me las ingeniaba para repetir la acción en la sala de la casa de Jalisco 222 (antes 800) en la que muchos años después se convertiría en mi ciudad de residencia, de donde es oriundo mi hijo.

En donde hubiera un sillón adecuado, yo me mecía, es decir, me movía hacia atrás y hacia adelante en el asiento, con las manos debajo de los muslos, mientras cantaba más o menos bajito (según hubiera o no moros en la costa) las canciones que me había aprendido de memoria. No eran canciones precisamente infantiles, pero siempre hubo algo que me resultó muy atractivo, tanto en la voz como en las letras. Destacan, sin lugar a dudas, dos temas principales: la soledad y el amor (o el anhelo de él). Así, me convertí en adolescente y luego en joven adulta, cuando me enamoré por primera vez. Pero entonces la soledad (o la costumbre de ella) le ganó al amor. Mari Trini se quedó silente, junto con la colección de discos de vinilo de mi papá, que ya se había mudado a los discos compactos, sobre todo de ópera.





Hace casi dos semanas ya, sola en el aeropuerto de Barajas, a punto de tomar un avión de vuelta a México después de reencontrarme con aquel mi primer amor, treinta años después, le escribía unas líneas mientras esperaba el tiempo para abordar y surgieron las palabras: ...en el fuego de tu amor se quemó mi soledad... Desde el fondo de mi memoria volvía Mari Trini, pero en esta ocasión el amor vencía a la soledad. Gracias a internet, por supuesto, encontré la "Canción vieja", y por si todo esto fuera poco, hallé una resonancia inesperada con una amiga recién encontrada en ese mismo viaje al otro lado del charco. Así, quedaron fundidos en una misma canción pasado, presente y futuro...


...en el mediodía de tu amor, tus caricias y mi fe calentaban mi sudor...


Y con Javier, por supuesto

miércoles, 28 de mayo de 2014

En las aceras de Lisboa








La RAE señala que la palabra acera proviene de hacera y la define como la 1. f. Orilla de la calle o de otra vía pública, generalmente enlosada, sita junto al paramento de las casas, y particularmente destinada para el tránsito de la gente que va a pie. En mi país (y en Guatemala según la misma fuente) las llamamos banquetas. Y en Lisboa caminé sobre las más bellas que he visto en el mundo. Una variedad de diseños, hechos con trozos de azulejos (supongo), decoran las orillas de la capital portuguesa, dándole un sabor único. 
    



Caminarlas a tu lado fue también una experiencia singular. Tomados de la mano, recorrimos calle tras calle y aprendimos a reconocer el tacto que habíamos soñado tantas veces. Contigo aprendí, también, que amar quiere decir, entre muchas otras cosas, compartir vulnerabilidades, ser como somos sin miedo al rechazo, ofrecer apoyo y sostén sin necesidad de que nos lo pidan ni de que nos lo agradezcan.



Así que andar por las aceras de Lisboa fue, como nuestro viaje todo, una travesía tanto hacia el mundo exterior, como hacia nuestro mundo interior, con la mirada atenta para detectar irregularidades dejadas por la colocación de los azulejos en el piso, así como con el corazón pendiente de cuidar ese otro corazón, tuyo/mío/nuestro, que se iba abriendo paso a paso, casi sin notarlo, con una confianza labrada a lo largo de muchos años de aparente ausencia.



De tu mano, amor,
no podría ser de otra manera

domingo, 25 de mayo de 2014

---h-o-y---


hoy sé cómo sabe tu boca
hoy sé cómo es 
el tacto de tu mano en la mía de
                                    mis dedos entre los tuyos

hoy es todo lo que hay

el sabor de tus besos
la textura de tu 
piel y el viento que nos acaricia
                                       los cuerpos desnudos

hoy es todo lo que hay

un cielo azul intenso
mi mirada en la tuya
tus ojos que me saben y
                                 nuestros labios que se rozan

hoy es todo lo que hay



para ti, siempre

jueves, 22 de mayo de 2014

Viaje 2


por Javier Roselló Iglesias

A Adela, que un día de 1983 visitó por vez primera Lisboa
desde la butaca de un cine de Barcelona


Cuando éramos jóvenes, tú bastante más joven que yo, una noche de junio de 1983, pocos días antes de que volvieras a México tras unos meses por Europa, fuimos —mi hermana, tú y yo— al cine Casablanca, muy cerca de allí donde el Passeig de Gràcia se convierte en el Carrer Gran de Gràcia. Un cine con dos salas, desaparecido no hace muchos años.


La película, de la categoría que aún por entonces se denominaba de “arte y ensayo” (en versión original y sin censura), nos impactó a los dos. Vimos Dans la ville blanche, de Alain Tanner (1983).


















Las primeras imágenes del film, con un buque mercante surcando las aguas del estuario del Tajo bajo el puente del 25 de Abril y la ciudad blanca como fondo; la historia de la soledad del marino Paul (Bruno Ganz), que abandona el buque en Lisboa y con su cámara de Super-8 en mano emprende un periplo por las callejas de la Alfama a bordo de un tranvía y con el desgarrado acompañamiento de un solo de clarinete; el encuentro de Paul con la camarera Rosa (Teresa Madruga) de un bar (en realidad recreando el British Bar, de Cais do Sodré), presidido por un reloj que giraba al revés; los amores de Rosa y Paul en una modesta habitación del barrio de la Alfama; la correspondencia fílmica entre Paul y su esposa, a orillas del Rhin...


No recuerdo mucho más de la película y tú tampoco, me dijiste hace poco. Solo que estaba (estábamos) cautivados y fascinados por ella, por aquella historia de amor llena de tristeza y de soledad. Recuerdo que, por lo que luego comentamos, aquel día los dos tuvimos unas ganas enormes de tomarnos de la mano, de sentir contacto físico y de expresar por primera vez lo que sentíamos y todavía nos callábamos y nos ocultábamos mutuamente. Quizás los dos estábamos embargados de amor, de tristeza y de soledad.

Luego supimos, unas semanas después, que desde aquel día la película y la ciudad de Lisboa quedarían ahí como algo indisoluble de nuestro amor. Primero durante la etapa de las cartas de amor y después durante la etapa de las cartas de desamor, Lisboa siempre estuvo presente. Y durante los muchos años oscuros en que estuvimos separados, ahí estaba latente para uno y otro, de una u otra forma y con mayor o menor conciencia, el recuerdo de la ciudad blanca.

















Treinta años después, cuando estaba a punto de finalizar el año 2013, Dans la ville blanche surgió de repente y de nuevo en nuestras vidas. Solo unos meses después, una luminosa mañana de mayo, llegábamos los dos a la estación de Santa Apolonia, como adolescentes enamorados, con una maleta cargada de recuerdos vividos y de ilusiones por vivir. Desde la Baixa subimos en los viejos tranvías amarillos por las callejas de la Alfama, sintiendo las desgarradoras notas del clarinete en nuestro interior, entre traqueteos y chirridos tranviarios. Llegamos a los Cais de Sodré, en la Rua do Arsenal junto a la Rua Alecrim, en busca del British Bar y su reloj. Estaba cerrado por obras, pero la amabilidad de un operario que estaba trabajando nos permitió verlo y fotografiarlo, ver que el reloj existió y existe. Acordarnos de que en un momento de la película Rosa le dice a Paul, algo así como: “Si todos los relojes funcionaran al revés, seguro que el mundo marcharía al derecho”.
















Cuatro días fueron pocos días, pero los suficientes como para reencontrarnos, reconocernos y por fin conocernos como nunca lo habíamos podido hacer. Cuatro inolvidables días lisboetas, en los que nos olvidamos de los ocho mil kilómetros y siete horas que todavía nos separan a ti y a mí (o, pese a todo, nos unen).

martes, 20 de mayo de 2014

Viaje 1


con Javier, una vez compañero de cine
hoy compañero de vida

Hace prácticamente cinco meses, el último día del 2013 para ser más precisa, escribía aquí sobre mi propósito de visitar Lisboa antes de que se acabara esta vida. Jamás pensé que en un lapso tan corto aquella aspiración se haría realidad y menos aún que aquel cariño recordado y sanado entonces se convertiría en un reencuentro amoroso en las calles de la ciudad blanca, un poco más de 10,000 días después de habernos enamorado por primera vez. 


Tras el encuentro en Madrid, emprendimos la jornada nocturna a bordo del tren Lusitania que nos dejó en la Estación de Santa Apolónia en la capital portuguesa. El sueño se iba haciendo realidad y era difícil creérnoslo. Cuando llegamos, la habitación de nuestro hotel aún no estaba lista, así que después de tomar un café, salimos a caminar y a descubrir este sitio encantador.


Me da la impresión que mis palabras, aun acompañadas de imágenes, no logran transmitir la dimensión del recorrido, tan externo como interno. Cruzar el Atlántico para encontrarme con mi primer amor y descubrir que nuestra conexión era plenamente presente superó mis (nuestras, me atrevo a decir) expectativas, labradas a lo largo de las semanas previas al viaje y nacidas de sueños que parecían haberse ido esfumando a lo largo de tres décadas.



Como diría Itzel (o más bien, dijo aquí), Portugal tiene un algo que lo vuelve especial, un no sé qué que qué sé yo. Cansados del viaje, descansamos frente al Tajo que se funde con el mar, mientras escuchábamos a un músico callejero que cantaba en inglés (con ecos de Bob Dylan). Los ojos se me llenaron de lágrimas de emoción y de nostalgia y recordé un viaje a Europa en 1983, cuando a los 20 años crucé el charco para vivir a la aventura con mi amiga Jessica antes de iniciar la universidad. Quizá sería la conciencia de no ser ya aquella joven y la emoción de seguir siéndolo en algún lugar tantos años después, aventurándome de nueva cuenta.




Ahora empezaba a recorrer Lisboa de tu mano, amor, con la complicidad de Bruno Ganz, de Saramago, de Ricardo Reis y los otros Pessoas, de los acordes de fados pasados y presentes. Ahora Lisboa empezaba a ser, ese lugar ya conocido, que recordaba paseándola a tu lado, haciéndola nuestra, como quizá lo fue siempre, convirtiéndola en un sitio al que habremos de volver, de eso estoy segura...



lunes, 19 de mayo de 2014

Dos momentos barceloneses


por Javier Roselló Iglesias

Dos cafés en la Plaza Real. Uno de hace veinte años, el otro de hace apenas tres días. El primero fue un café triste: un reencuentro convertido en despedida. Un café amargo, muy amargo, con regusto angustioso a un adiós definitivo, de aquellos que ya no tienen enmienda ni retorno. El otro, hace solo tres días, fue un café que sirvió para ahuyentar, por fin, los demonios que desde hacía dos décadas anidaban en la Plaza Real. Esta vez, nos recobramos.

Dos cafés en la Plaza Real. Uno amargo y otro dulce. Y los dos sin azúcar.

viernes, 2 de mayo de 2014

Momento primero




Quizá esta haya sido la primera vez en que fui consciente de lo que sentía, aunque hubo otra ocasión, por lo menos menos, cuando intuimos eso que nos unía: Yo tenía apenas 17 y nuestra conexión había ya cuajado, pero no fue sino hasta tres años más tarde, el día antes de iniciar el regreso a México, después de algunos meses en Europa, que de pronto lo tuve claro. Me tenía que despedir de Barcelona y de ti y sentía que me desmoronaba. Entonces tomé esta foto mía, de carnet le dices tú, quizá un sobrante de una serie que usé para algún documento escolar o para el pasaporte, y decidí regalártela, en un intento de permanecer de algún modo a tu lado. Por razones que ambos hemos olvidado ya, nos tocó estar solos en tu auto. Te propuse acompañarte a guardarlo, antes de subir a casa (la tuya, que yo sentía como mía). Al bajarme del coche, alargué la mano y te la di y salí corriendo para adelantarme, recuerdas tú, y que no se me notaran las lágrimas, supongo yo. Hace unos días me contaste que estabas tan contento con el regalo, que te quedaste mirando la foto y no se te ocurrió darle la vuelta. Ahora mismo no me acuerdo cuándo fue que me dijiste que descubriste la dedicatoria que yo, sintiéndome muy audaz, había escrito en el anverso:




Te dejaba así un pedazo más de mi corazón, sabiendo que lo atesorarías y me lo cuidarías, el tiempo que fuera necesario. Ni tú ni yo sabíamos que habrían de pasar 30 años y 11 meses antes de poder volver a decirnos "te quiero", más allá de los miedos. Hoy estamos a unas cuantas horas de hacerlo en persona. Hoy celebro tanto que hayamos encontrado el camino que nos lleva a vivir, por fin, todos esos primeros momentos que se nos quedaron pendientes. Hoy te sigo amando.