viernes, 31 de julio de 2015

Invitado: Dennis Hunter

El malestar en la cultura

"Las personas que están realmente contentas consigo mismas son unas aburridas de m***. La peor palabra del mundo es contento [o satisfacción]”.

— Kevin Spacey, que cumplió 56 años el domingo pasado

Creo que quizás entiendo lo que Kevin Spacey quiso decir con esta declaración. La iniciativa y la ambición personal son valores americanos [estadunidenses] importantes. Siempre aspirar más alto, nunca conformarse con menos. Más, mejor, más fuerte, más rápido. Tal vez no sea una coincidencia que Spacey desempeñe (tan, tan bien) uno de los personajes televisivos más malignos, maquiavélicos, ambiciosos y obsesionados con el poder en la perturbadoramente buena serie de Netflix, House of Cards, que ofrece una mirada devastadora y escalofriante sobre la política nacional de los Estados Unidos.  

Pero yo disiento de la opinión de Spacey. Porque creo que, de hecho, es increíblemente raro que los seres humanos experimenten la satisfacción verdadera. Y la satisfacción, o contento, es una de las claves secretas y olvidadas para el despertar espiritual y la realización personal.

La mayoría de nosotros vivimos la vida crónicamente atrapados en una sensación ubicua de lo que los antiguos yoguis y practicantes budistas llamaban “dukkha,” una palabra sánscrita que (desafortunadamente) se suele traducir como “sufrimiento”, pero podría (más atinadamente) traducirse como insatisfacción, desasosiego, desequilibrio, un sentido de carencia e insuficiencia que nos asedia y nos deja —no importa cuántas cosas buenas tengamos— siempre con ganas de más.

Los antiguos yoguis y practicantes budistas decían que del otro lado de esta moneda que es nuestra experiencia humana está el opuesto de dukkha, “sukha”. Sukha (otra vez, desafortunadamente) suele traducirse al español como “gozo”, que suena como una suerte de estado difuso y placentero que se asume como lo opuesto al sufrimiento. (Según esa definición, un drogadicto enganchado a la heroína podría estar experimentado sukha.) Pero hay mucho mejores opciones para traducir “sukha” al español: contento [o satisfacción], para empezar, o un sentido de sosiego y bienestar, equilibrio, de que las cosas marchan sobre ruedas y en armonía según el orden natural.

El contento es una de las llaves mágicas, áureas, para una vida bien vivida. Sin cultivar un sentido básico de contento y gratitud por lo que tenemos, no podemos abrir las puertas que nos mantienen atrapados en las prisiones de nuestra propia fabricación, hechas de resentimiento, celos, ambición y todos los demás patrones emocionales aflictivos, que merman y decoloran nuestra experiencia humana. No tenemos que dormirnos en nuestros laureles y dejarnos pisotear, pero desarrollar un 
mayor sentido de satisfacción y aprecio por lo que ya tenemos es un muy buen lugar donde comenzar.

— Hunter

“Porque uno cree en uno mismo, uno no intenta convencer a otros.
Porque uno está satisfecho con uno mismo, uno no precisa la aprobación de los demás.
Porque uno se acepta a sí mismo, el mundo entero lo a la acepta.”
― Lao Tzu

“Está satisfecho con lo que tienes;
regocíjate en la forma como son las cosas.
Cuando te des cuenta que no falta nada,
todo el mundo te pertenece.”
― Lao Tzu

“Quien no está satisfecho con lo que tiene, no lo estaría con aquello que le gustaría tener.”
― Sócrates

Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.


miércoles, 29 de julio de 2015

Home 10


para mis primas reencontradas, Pepa y Gela



Siempre me ha parecido que la voz inglesa home se acerca más a aquello que busco que sus equivalentes en español (hogar, casa, domicilio) y quizá la culpa la tengan Simon & Garfunkel con su "Homeward Bound", canción que marcó mis años mozos y a la que vuelvo cada tanto, como hice aquí hace casi dos años ya. (O tal vez sea ET llamando a casa, quién sabe.)

El caso es que probablemente sea una búsqueda que dura toda la vida y cuyos hallazgos van cambiando, como todo lo demás. Hace un año (sí, ya se acercan los aniversarios finales y el último — menos mal...) abandoné mi hogar, no físicamente pero sí en la fantasía, pensando que lo establecería del otro lado del Atlántico. Y no fue así. Me quedé a medio viaje, sin amarras y sin ancla, como un náufrago en mitad del océano. Hoy me reconstruyo y al hacerlo recompongo mi hogar, ese sitio más o menos seguro que está dentro más que fuera, pero que en el exterior se vuelve a conformar como una manera de recomponer el interior.

Hace unos días me fui de vacaciones a Acapulco, invitada por unas primas hermanas con quienes realmente nunca había convivido, más allá de las celebraciones de Navidad (en la casa de mis padres) o de Reyes (en casa de los suyos, mis tíos Angelita y Federico). La falta de convivencia se debió, entre otras cosas, a la diferencia de edades. A estas alturas del partido, esa queda hoy prácticamente borrada y nos podemos reencontrar como adultas, cada quien con sus historias pasadas y con la vocación de compartir parte de nuestra historia presente. Pasamos juntas, pues, nueve días en el puerto guerrerense, platicando mucho, leyendo mucho, soportando el calor inmenso, viendo Downton Abbey por segunda o tercera vez y reconociéndonos. Un lujo.

Una de las tardes acapulqueñas, un amigo mío nos invitó a la inauguración de una exposición en el museo del Fuerte de San Diego y fuimos. La muestra incluía objetos tejidos con palma (canastas la mayoría, pero no exclusivamente) por las mujeres de Tlamacazapa y unas acuarelas del pueblo y su devenir por un artista canadiense. Había, además, venta de los productos para apoyar el desarrollo de la comunidad y, animada por mis primas, compré la canasta que hoy cuelga en la pared de mi sala (esa que parece una mandala con forma de estrella) junto a un plato ruso, regalo milenario de mi amiga Natasha, que me ha acompañado más de media vida ya.

Cuando escogí la canasta, les comenté a Pepa y a Gela que adquirirla era para mí un acto simbólico de volver a echar ancla en mi hogar cuernavacense, reencontrado también después del fallido medio viaje de la esperanza. Un paso más en la reconstrucción de mi persona adentro y afuera.


Tejedoras de Tlamacazapa en el Fuerte de San Diego

martes, 28 de julio de 2015

Tríptico 5


Las ninfas (Juana les dice así, yo les digo maravillas) del balcón, lilas y casi muertas a mi regreso del mar, esta mañana habían revivido con el agua que les puse anoche.

*

Estuve a un tris de volver a llamar, pero recordé cómo el anzuelo de mis propias fantasías lleva un gancho escondido que solo anticipa más sufrimiento.

*

Mis gatas, que estuvieron solas durante mi ausencia, hoy duermen haciendo un solo bulto, mayormente negro, con manchas naranjas sobre blanco. Parecen madre e hija.

lunes, 13 de julio de 2015

luminous empty 4


«You just keep living until you're alive again.»
Mrs. Rubin to Jenny Lee, Call the Midwife


seattle 2015


Today I begin to feel alive again...

domingo, 12 de julio de 2015

Despedida 7


Después de la alberca. Me echo al sol. Y recuerdo. No puedo evitarlo. Te recuerdo. Y me despido. Sin complicidad. Sin guiños. Sin nada.

Tú te callas. Como siempre. Me guardas. Me escondes. Me vuelves innombrable. Una vez más. Innombrable. Inexistente. Solo. Otra vez.

Quizá en las plegarias. Cada quien. En soledad.

viernes, 10 de julio de 2015

Esperanza 2


Hace casi un año exacto, aquí, hablaba yo de la confianza y de la esperanza. Casi dos meses después de eso, hablaba nuevamente de esperanza y seguramente en varias otros lugares la he mentado, junto con su compañero inseparable, el miedo. Y hoy vuelvo al término, otra vez (la última espero) en esta historia que aún me ocupa el corazón, cada vez un poco menos. Recurro, en esta ocasión, a las sabias palabras de Lady Grantham, o cousin Violet, o Maggie Smith en su maravilloso papel como dama inglesa de principios del siglo XX en la serie Downton Abbey: Hope is a tease designed to prevent us accepting reality, que en español sería algo así como: La esperanza es una broma diseñada para evitar que aceptemos la realidad.

Como diría Isabel Cañelles, mi profesora de narrativa: El dharma [la enseñanza del Buda] no es patrimonio de los budistas. O, en otras palabras, se podría decir que la verdad no es exclusiva del budismo y la podemos encontrar en todos sitios si abrimos bien los sentidos. Y sí, me declaro culpable de recurrir aún a la esperanza cuando la realidad duele demasiado, todavía. Pero también es cierto que junto al dolor surge la liberación: ¿qué puede ser más poderoso para ponernos en libertad que ver la realidad tal y como es, no como nos gustaría que fuera?

Hace un rato, gracias al recuento de la reciente visita de mi hijo Santiago a Barcelona, me enfrenté con esa verdad sabida desde hace muchos meses. El corolario: Ni hay ni habrá nunca un caballero en corcel que se presente, anillo en mano (por recurrir a una imagen muy trillada) a mi puerta, movido por la certeza del amor. La culpa y la vocación por la infelicidad ganaron inexorablemente la partida, a tal grado que nuestro último encuentro en México el verano pasado pasó a ser un tema tabú, del que no se habla, sino que debe esconderse en lo más profundo del alma, ahí donde arde sin que los demás lo sepan.

Y tu inevitable decisión de vida —unilateral, cruel, tristísima— hoy me acerca un paso más a la libertad: La libertad de terminar de soltarte, la libertad de asumir la realidad como es y en esa existencia real y efectiva, tú y yo estamos tan separados como es posible estarlo después de habernos amado. Hoy, amor, ya no eres ni volverás a ser mi amor.


Quizá algún día pueda yo volver a ofrecer mi corazón...

jueves, 9 de julio de 2015

hallazgos 6 y 7


Que sí puedo. Ese es el primero de estos dos y con él, visualizo con claridad la sombra del "no puedo" que me ha acompañado muchas veces en mi vida, sobre todo en momentos de crisis. Supongo que es una manera mía de materializar, durante años sin conciencia, esa maldición paralizante emitida, supongo (o espero) que también sin demasiada conciencia, por mi madre, y asumida sin más por mí. Ver a la cara el miedo a ser incapaz es la mejor manera de superarlo, como quien adopta una gata bebé y no se pregunta si podrá o no (a veces me sorprendo a mí misma...).

Y luego, pude ver la otra cara de la moneda o, más bien, las dos caras de la moneda de mi patrón favorito para establecer relaciones amorosas. De un lado, la convicción de que haga lo que haga, no consigo alcanzar el amor y, por el otro, en el caso particular de mi último intento, mi total rendición frente a alguien quien, a pesar de mi abandono pasado, decía que me seguía queriendo. Si estos elementos se aderezan con unos cuantos hilos de culpa (guardada durante tres décadas), queda asegurada la pérdida de discernimiento. En otras palabras, así envuelta perdí de vista las señalas que indicaban que se acercaba un fracaso, un nuevo abandono, quizá vislumbrado pero rápidamente negado frente a la posibilidad de la redención del amor primigenio.


Ojalá para la próxima pueda conducirme de manera novedosa...




martes, 7 de julio de 2015

Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché


Experimentar la bondad básica de nuestras vida nos hace sentir que somos personas inteligentes y decentes y que el mundo no es una amenaza. Cuando sentimos que nuestras vidas son genuinas y buenas, no tenemos que engañarnos ni engañar a otros. Podemos ver nuestras imperfecciones sin sentirnos culpables ni inadecuados y, al mismo tiempo, podemos ver nuestro potencial para extender nuestra bondad a otros. Podemos decir la verdad directamente y ser absolutamente abiertos, pero firmes al mismo tiempo.


Khandro a punto de tomar agua

Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.



domingo, 5 de julio de 2015

pros y contras


Yo no soy ni muy afecta ni muy buena confrontando lo favorable y lo adverso de alguna situación para ayudarme a decidir, pero mi comadre Ma. Eugenia, que es muy sabia, me ayudó hace unos días con este método. La cuestión era si adoptaba o no una gatita bebé (de dos meses, hija de la gata Cleopatra, que es como mi ahijada) y la traía conmigo a casa para convivir con la Ñaña, mi gata de alrededor de 12 años, que llegó hace tiempo para estar una temporada y luego se quedó, robándonos el corazón tanto a mi hijo (sobre todo a él) como a mí.

La mañana en que tenía que volver a Cuernavaca, a la hora del desayuno mi comadre me propuso valorar, pues, los pros y los contras de convertirme otra vez en mamá (sí ya sé que suena un poco cursi, pero así es la onda). La principal ventaja, me dijo, es lo que un animalito bebé te ofrece: compañía, amor, una inyección de vivacidad, tanto para ti como para la Ñaña. La lista de contras era más larga: más gastos (comida, arena, veterinario), más trabajo (atender a dos en vez de a uno), más tiempo (educar a la pequeña, mediar entre ambas mientras se acostumbran la una a la otra, estar pendiente de posibles destrozos). Yo dudaba y dudaba.

De hecho, cuando recién llegué a Chimal de visita e intenté sin éxito cargar a los bebés (son tres) pensé que la cuestión quedaba así zanjada. Pero al día siguiente, Ma. Eugenia atrapó a la pequeña tricolor, me la puso en los brazos y se acomodó como si siempre hubiera dormido allí. (Sí, supongo que ahí fue donde realmente se decidió el asunto, aunque yo no lo sabía aún.) Y, además, al poco rato supe su nombre: Khandro, el equivalente tibetano del sánscrito Dakini (que significa “aquella que atraviesa el cielo” o “la que se mueve en el espacio” y que simboliza  la naturaleza desnuda de la mente, libre de todos los oscurecimientos). Tanto mi comadre como Santiago, por skype, dijeron que era un nombre horrible, pero a mí era lo que la gatita me sugería. En fin, que terminado el desayuno antes del regreso a casa, le dije a mi comadre: "Sería más fácil no llevármela" y darme cuenta de eso fue lo que me decidió finalmente a adoptarla.

La metimos en una bolsa de mandado y la colocamos en el piso del coche, adelante del asiento del copiloto. Al principio maullaba mucho e iba muy inquieta, pero al cabo de los primeros kilómetros se calmó y así pasó la mayor parte del viaje. Yo le dije que si eso era un avance de cómo sería nuestra relación, pintaba muy bien. Hoy ya lleva cinco días en casa y yo estoy completamente enamorada. La Ñaña no tanto. Todavía le hace "kjjjjj" cada vez que se acerca o voltea la cara con lo que parece una gran indiferencia, pero no la ataca ni nada peor. Ayer Khandro anduvo casi por todo el departamento, descubriendo su nuevo universo y divirtiéndose como enana y yo creo que acabará por ganarse a la "señora de la casa", como le digo a la Ñaña.



Yo, por mi parte, estoy encantada y creo que Khandro no pudo llegar en mejor momento. En el proceso de terapia que recién inicié estoy, otra vez, trabajando la complicada relación con mi mamá, así que contar con este nuevo cariño incondicional es muy sanador, sobre todo que el otro cachorro anda haciéndose hombre del lado opuesto del Atlántico. Además, cuando planeaba irme a vivir a Barcelona (sí, ya todos nos sabemos la historia) uno de los múltiples planes había sido, además de llevarme a la Ñaña, adoptar un gato bebé a mi llegada allá y criarlo "en pareja". Dar el paso de hacerlo yo sola es también una manera de situarme en mi presente tal como es, lejos de todo aquello que pudo ser y no fue. Menuda expansión que tuvo la lista de pros...