lunes, 31 de diciembre de 2018

Despedida


En algún café cerca
del Mercat de Sant Antoni






Es, obviamente, la 1. f. Acción y efecto de despedir a alguien o despedirse.
¿Y qué es despedir(se) entonces?

La RAE consigna 9 acepciones y yo elegí las que venían más a cuento conmigo en este momento:

3. tr. Apartar o arrojar de  algo no material.
5. tr. Dicho de una personaApartar de  a alguien que le es gravoso o molesto.
6. tr. Acompañar durante algún rato por obsequio a quien sale de una casa o un puebloo emprende un viaje.
8. prnl. Hacer o decir alguna expresión de afecto o cortesía para separarse de alguien.
9. prnl. Renunciar a la esperanza de poseer o alcanzar algoDespídete DE ese dinero.

Y este momento es el final de un año más. Y el comienzo del que sigue. Eso sucede con las despedidas: que algo se cierra y, al hacerlo, da pie a que algo más se abra. Pero igual duele. Despedirse. A veces.

Despedirse es una de las certezas de la vida. No podemos vivir sin despedirnos. O sí, pero eso no evita ni las separaciones ni los finales. Las despedidas, pues.

Uno se despide antes de irse a un viaje. De los que se quedan. Con la duda, por tenue que sea, de si los volverá a ver o no. Entonces se encuentra con quienes están del otro lado y lo primero son los saludos y las bienvenidas. Pero la estancia llega, inevitablemente, a su fin y, entonces, vienen las despedidas anteriores al regreso. Una vez más, nos despedimos de quienes se quedan. Con la duda, también, de si los volveremos a ver. O cuándo.

Uno también se despide de los lugares. Y al hacerlo se despide también de uno mismo. De la persona que somos en el momento de estar ahí y que dejaremos de ser al irnos. 

Y a veces nos volvemos a despedir de la misma persona más de una vez y más de dos y, quizá, más de las necesarias.

Será que no podemos acabar de apartar de nosotros el miedo y la esperanza, eternos verdugos, si los dejamos.

O que no podemos acabar de apartar a ese alguien, y no por gravoso o molesto, sino porque aún lo llevamos dentro. (Y es ahí donde está la cuestión, no afuera).

O quizá solo porque necesitamos dar y recibir más compañía antes de consumar la separación definitiva (si es que la hay).

O será que necesitamos decir y escuchar algo más. Una expresión más de afecto. (O solo creemos necesitarlo.)

O que la intención de renunciar a la esperanza no acaba de cristalizar (y creemos que podemos darle un empujoncito).



Y así sucede que un hombre y una mujer van en el coche de él hacia Nou Barris, en el extremo de montaña de Barcelona. Tomaron un café. Intentaron hablar y no pudieron. Vieron fotos en el móvil de él. Y caminaron. Bastante. Sin rumbo. La chica del GPS ha vuelto cualquier posibilidad de conversación imposible. Ella le pide a él que la deje en un metro, con la sola condición de que sea de la línea amarilla para no tener que transbordar. Él le agradece y da algunas vueltas en el coche. Finalmente se estaciona. En una calle ancha. (Él sabrá cuál es.) El metro Urquinaona queda cerca, enfrente, hacia la izquierda de ella. Quiere correr hacia allá. Pero él la alcanza primero y la abraza. Un abrazo demasiado fuerte.

«Perdón», le dice él. «Perdonado», le dice ella. «¿De verdad?», le pregunta él. «De verdad», le responde ella y se zafa del abrazo. Él toma una de las manos de ella y la sostiene. Con demasiada firmeza. Entre las suyas. Están heladas. Ella solo quiere marcharse. Recupera su mano y se va caminando rápido hacia la boca del metro. No voltea. Se imagina que él la mira. Pero no voltea. Se apresura. Baja las escaleras y en el pasillo que se bifurca hacia dos líneas diferentes, respira. Se siente aliviada. También un poco triste.



Hoy que acaba el año me despido, pues, de la que fui hace unos días en Barcelona. Y en Madrid. Y de la que fui ayer. Y me abro a la que será mañana. Y pasado mañana. Y bienvengo el 2019. Y todo lo que traerá. Lo bueno y lo malo. Y a las personas que están cerca, las de siempre y las recién llegadas. Y a las que quedaron lejos, cuando yo era alguien más. También.

Alumbrado navideño en alguna
de las grandes calles de Barcelona
(Aragó, quizás, o La Meridiana)




domingo, 30 de diciembre de 2018

Invitado: Chagdud Tulku Rinpoché



Resultado de imagen para chagdud tulku rinpoche


Tratar de cambiar el mundo sin cambiar nuestra mente es como tratar de limpiar el rostro sucio que vemos en el espejo tallando el cristal. No importa cuán vigorosamente lo limpiemos, nuestro reflejo no mejorará. Solo lavando nuestra propia cara y peinando nuestro cabello desaliñado podemos alterar la imagen. De modo similar, si queremos ayudar a crear condiciones que propicien la paz y el bienestar en el mundo, primero necesitamos reflejar esas cualidades nosotros mismos.  




Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Impresiones de viaje 3


Yo nunca he pasado un día de San Esteban en Cataluña (aquí puedes ver de lo que va la festividad). Pero esta vez estuve cerca. No tanto por la fecha (que también, aunque me faltaron unos diez días), sino porque tuve la fortuna de que mi amiga Joana, una de mis anfitrionas en esta visita a Barcelona, me invitara a comer, junto con su hija Gemma y una amiga suya, Paola, al súper recontra archi tradicional barcelonés, 7 Portes (en servicio desde 1836) para festejar el cumpleaños de Gemma.

Entre los platillos más afamados del lugar se encuentra una gran variedad de arroces. Pero yo quería un menú de nadal, de navidad catalana. Entonces me sugirieron empezar con una escudella y carn d'olla (una especie de cocido a la catalana). De segundo me apetecían unos canelons, típicos de Sant Esteve, o sea, de un día como hoy, para los cuales se solía aprovechar las sobras del día anterior como relleno. Pero como yo no iba a tener un día anterior, opté por pedírmelos.

Claro que lo de la escudella de primero me empezó a sonar un tanto excesivo. Y me decanté, entonces, por algo más ligero, pero igual de típico, una escalivada (del verbo catalán escalivar, asar al rescoldo), preparada con berenjena, pimiento, tomate (nuestro jitomate) cebolla, ajo y aceite de oliva. Yo la había probado en México alguna vez y en algún lugarcillo del ensanche barcelonés hace cuatro años y pico. Pero ninguna como la del 7 Portes. ¡Una delicia!

Y los canelons, también. ¡Buenísimos!

Y por si eso hubiera sido poco, pedimos postres: Joana y yo, una mousse de xocolata absolutamente orgásmica y Gemma, un helado de turrón con neules (que por fin conocí en persona, después de haberlas usado medio a ciegas en mi novela: resultaron ser unas galletas tipo barquillo, delgaditas y largas).


Aquí una foto del interior del 7 Portes, desde donde estaba yo sentada, y mi agradecimiento a Joana por su generosidad:




martes, 25 de diciembre de 2018

Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché


Alegría natural

Necesitamos un sentido del humor. Es imposible superar la pasión, la agresión y la ignorancia con una cara larga. Tenemos que animarnos. Cuando comienzas a verte plena y completamente, entonces descubres tu sentido del humor. No es lo mismo que contar chistes malos. El humor aquí es una alegría natural, la alegría de la realidad.


Rocío en una telaraña, camino a La Moixina
Olot, Girona, Cataluña
Diciembre, 2018






















Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Impresiones de viaje 2


Yo he estado en Barcelona seis veces a lo largo de 38 años (entre mis 17 y mis 55).

La primera vez venía de Madrid, una de las ciudades favoritas de mi padre. Pero yo me enamoré de la capital catalana. Y dejé mi primer trozo de corazón allá. (De esta visita, destacan especialmente el Parque Güell [cuando se podía visitar sin pagar], el Tibidabo, la Sagrada Familia [cuando solo tenía una  fachada], las Ramblas [las de mi primera vez, como todo lo demás] y una botellita de vidrio con arena de colores haciendo un paisaje, que acabó finalmente con arena del Cantábrico color arena.)

Volví tres años después, a mis 20, en dos momentos: primero acompañada por una amiga y después, sola, cuando ella ya se había regresado a México. Entonces reiteré mi amor por la ciudad condal. Y dejé otro trozo de corazón allá. (La Estación de Francia [desde donde zarpaba el tren nocturno a Madrid], las golondrinas en el puerto [viejo], el Cine Casablanca [hoy desaparecido] son algunos de los sitios que han permanecido en mi memoria.)

Regresé 12 años más tarde, a mis 32. Casada. Feliz. A una exposición de pintura de mi entonces marido. Mi corazón parecía haberse completado de otro modo y Barcelona fue entonces más un telón de fondo. Hermosa. Querida. Pero más lejana. (De esta visita, destacan en mi memoria el Parque de la Ciudadela, la Plaza Real y el camino a Montjuich.)

Transcurrirían casi 20 años más, cuando regresé, a mis 51. Unos cuantos días nada más. Feliz. Otra vez. A recuperar los trozos perdidos de corazón. Creí. (De esta ocasión, destacan la Estación de Sants [desde donde zarpa el AVE a Madrid], la Plaza Real [otra vez] y el Barrio de Gràcia.)

Y cuatro años y medio más tarde, volví. Otra vez. A Barcelona. En AVE, desde Atocha y llegué a Sants. Hace tan solo unos cuanto días. A mis 55. (Y pude ver que mi corazón está completo como está...)

Y me encontré con otra Barcelona. Invernal. (Antes había estado en primavera o en verano.) Pero además del invierno, de los colores oscuros (chaquetas negras, o grises, o marrones, pero mayormente negras) y de la noche que llega tan pronto, sentí a Barcelona triste. O sentí tristeza en Barcelona. En la gente. En las calles. En el aire. "La ciudad está de bajón", me confirmó alguien.

Y esa tristeza me tocó el corazón.

Pero tampoco fue lo único.
Hubo más.
Mucho más.
Que irá saliendo de a poco.
Como esta imagen de la Catedral del Mar.
Asomándose al final de una callejuela de la Ciutat Vella.






jueves, 20 de diciembre de 2018

Impresiones de viaje 1

Del lat. impressio, -ōnis.
2. f. Marca o señal que algo deja en otra cosa al presionar sobre ella; p. ej., la que deja la huella de los animales, el sello que se estampa en un papel, etc.
3. f. Efecto o sensación que algo o alguien causa en el ánimoMe hizo impresión aquello.
6. f. Efecto o alteración que causa en un cuerpo otro extraño. El aire frío me ha hecho mucha impresión.
7. f. Opiniónsentimientojuicio que algo o alguien suscitansin quemuchas vecesse puedan justificarTengo la impresión de que quiso engañarnos.

Estamos Joana y yo sentadas en un vagón del metro de Barcelona, rumbo a algún recorrido más o menos turístico. Vamos platicando, sentadas con la espalda hacia la ventana. (Los vagones del metro de Barcelona tienen mucho espacio para gente parada.)

En una estación se sube una pareja formada por una mujer mayor, alta, de huesos anchos y pelo largo (cano en las raíces crecidas,con el tinte destiñéndose en el resto) y un hombre de menor talla, delgado, sin canas aparentes y con gafas, que carga y toca un acordeón. Podrían tanto ser una pareja romántica (con algunos años de diferencia), como madre e hijo (con algunos años más de diferencia).

Ambos llevan ropa muy, muy desgastada, casi tanto como sus cuerpos y las expresiones de sus rostros, aunque en la de él todavía hay cierta dulzura, como si no hubiera perdido del todo la esperanza o aún hallara consuelo entre las teclas de su instrumento. Mientras él toca, situado en la parte media del carro y guardando el equilibrio con las piernas, ella medio canta, tomada de uno de los tubos cercanos a la puerta.

«¿Por qué te vas?», pregunta ella, sin ganas de averiguarlo. Y a mí la canción me suena conocida. «¿Por qué te vas?», insiste. «Me olvidarás», asegura. (Luego el internet me recordaría que la versión original es de José Luis Perales.)

Nunca había escuchado una interpretación más desoladora.

Cuando terminan, ella guarda en su bolsa algo que traía en la mano y espera, con resignación (me parece), junto a la puerta, mientras él recoge la cooperación entre algunos de los usuarios del metro. Le doy una moneda. Sonríe (me parece). Se bajan en la siguiente parada para subir a otro vagón y volver a empezar.

A mí me queda la canción resonando dentro y el corazón, estrujado.


Aquí, como curiosidad, el videoclip original (me parece) de la canción: