lunes, 30 de septiembre de 2019

*l*a* *f*e*r*i*a* *2*


el carrusel
Hace ya más de dos semanas que se dejaron de escuchar los pitidos de los agentes de tránsito que, desde muy temprano, intentaban organizar el caos vial provocado por la Feria de Tlaltenango. Se me fueron como agua los 10 días que duró. De hecho, no la visité sino hasta el antepenúltimo día antes de que la quitaran, el mero día de la celebración de la virgen, el 8 de septiembre.

Entonces nos organizamos Yare, Santiago y yo para hacer el recorrido, después de mis sesiones de domingo en el consultorio. «Dejemos el coche cerca para no caminar de más», propuse sin saber que varias horas después ni me acordaría que no quería caminar tanto.

Tomamos una callecita lateral que desemboca en Avenida Zapata y salimos muy abajo, a la altura ya de los juegos mecánicos, con los que remata la feria, casi llegando a la calle conocida como «El Columpio». Y entonces emprendimos el camino de subida por el lado derecho.

corazones chiapanecos al sol

Una de las paradas clave fue en un puesto de ropa tradicional de Chiapas. Allí nos atendió una chica simpatiquísima y súper buena vendedora. (Todo se nos veía bien, claro...). Yare y yo nos probamos varias prendas y, mientras decidíamos qué compraríamos, la chica, vestida al modo occidental, hablaba con otra mujer más grande, vestida a la usanza chiapaneca, en tzotzil, según nos dijo cuando le preguntamos. Nos contó que venían de San Juan Chamula, muy cerca de San Cristóbal.

Cada una compró una blusa bordada, entre las dos una faja para usar con cualquiera de las blusas y un suéter (este de apariencia más bien peruana) como regalo adelantado de cumple.

Más arriba, en una zona por la cual Santiago y yo no solíamos pasar en nuestros muchos años de ir a la feria, Yare nos llevó a un puesto con productos hechos de madera del árbol de Olinalá, provenientes del pueblo del mismo nombre en Guerrero. Fue tal nuestro entusiasmo al abrir cada caja y cada cofre para olerlo, que uno de los dueños del puesto, un señor mayor, nos regaló una ramita del árbol con el que fabrican esas artesanías. Es un perfume de ensueño.

confección de alegrías
Después de las cajas nos encontramos inmersos en un embotellamiento de gente, casi al llegar a la iglesia, que puso bastante a prueba mi tendencia claustrofóbica y la desesperación de Santiago, pero logramos salir airados con la guía de Yare. Después de comer algo, seguimos hacia arriba, del lado donde conocemos más los puestos, hasta llegar con las hijas de la señora de Guatemala, que también confeccionan ropa, o las macetas de Capula, Michoacán, de las cuales este año me abstuve.


mi gato-anillo

Entonces emprendimos el camino de vuelta, de bajada, y cerramos el recorrido con un minipuesto de una pareja que vendía aretes y anillos. Los habíamos visto al principio del trayecto y la vida nos llevó ahí al final. Santiago le regaló un par de anillos a Yare y ella, uno a mí. Con eso y una chamoyada gigante que compartimos entre los tres, volvimos al coche. Contentos. Como decía mi tía Marisa, que decían en Asturias, nos "prestó" mucho el paseíto.



Y así, hasta el próximo septiembre, que el de este año se acaba hoy con una feria mucho más chiquita, en la iglesia donde comienza nuestra calle, en honor del patrono de los traductores, San Jerónimo.


los pirulís

sábado, 28 de septiembre de 2019

Víspera de San Miguel 5


Hoy arranco con esta frase consignada en la RAE:
en vísperas
1. loc. adv. En tiempo inmediatamente anterior.

Porque estamos en el día anterior a San Miguel, el día que el chamuco anda suelto y hay que proteger la casa y el coche. Y porque yo estoy en el tiempo inmediatamente anterior a emprender el vuelo y pasar una temporada del otro lado del mar.

Así, el ritual de comprar las cruces de pericón y colocarlas en su sitio este año tiene un sabor especial. Yo suelo hacerlo un par de días antes de la fecha, por si las dudas, pero ayer anduve en Ciudad de México todo el día y no tuve oportunidad. Así que hoy me coordiné con Santiago y con Yare. Ellos compraron las cruces cuando bajaban de la UAEM y ya solo me encargaron comprar un ramo de pericón para poner en un florero. Compré dos (para dos floreros) y, cuando llegué a casa, les pedí que bajaran la cruz para el coche y la colocamos en el cofre del Antuanito, de donde la del año pasado ya había desaparecido hacía un tiempo:





Luego subimos al depa y allí me dieron la que habían comprado para la puerta de entrada: hecha de pericón y decorada con claveles. ¡Preciosa! Entre Yare y yo la colocamos en su sitio:





Y así me quedo más tranquila, sintiendo que los dejo protegidos mientras yo ando por tierras madrileñas y sabiendo, también, que las cruces (por lo menos la de la puerta) aguardará constante mi regreso a casa.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Tepoz, otra vez


A más de una amiga le parece que eso de tener a la dentista en Tepoz (y no en Cuernavaca) es una locura. A mí me encanta. Además de que mi doctora es buenísima, ir a una cita con ella es el pretexto ideal para ir a Tepoztlán entre semana, cuando es aún más bonito porque hay poca gente.




Y puede suceder que lo primero que te encuentres en la carretera sea la silueta del Tepozteco con la del Popo (con todo y fumarola) de fondo y logres hacer una foto mientras vas manejando.


O que descubras un pajarito sobre un alambre después de echarte unos deliciosos tlacoyos con doña Elvia.






Y que enfrente del consultorio dental, el sol juegue con las flores de plúmbago (así con acento, porque grave no me suena) y te regale imágenes como esta. 


O como esta otra, de las flores rosas, casi rojas, que se cierran casi de inmediato después de abrirse, y aun así se ven preciosas sobre las paredes.







También puedes robarte ventanas hermosas, con plantas secas por dentro y un cactus por fuera.















O con cerámica por dentro, y tabachín en flor y construcción de adobe por fuera.



También puedes robarte con la cámara un ojo de pollo (la flor amarilla con centro negro,) al sol, en donde se cuela sorpresivamente una mosca (y hasta se ve bonita). 

Y los primeros cempasúchiles silvestres, que anuncian la próxima llegada de los muertos.




Y después del cambio de amalgama y los tlacoyos de chales y de requesón (y los de frijol para traer a casa), en la calle de  salida ondean estas banderitas que aparecieron para alguna celebración, religiosa lo más seguro, y ahora parecen desearte buen viaje de vuelta a casa.













Y, de pilón, al regreso de Tepoz, pasas por Ocotepec y su mercado, donde logras atrapar, desde el auto, unas escobas, unas hojas para tamal y, allá en el fondo, esas flores de calabaza, brillantes y apetitosas.





Todo esto es lo bueno de tener a la dentista en Tepoz y no en Cuernavaca.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Adiós, zapatos rojos


Hace más de cinco años me compré unos zapatos rojos. Más específicamente unos Birkenstock (siempre había querido unos). En aquel entonces me preparaba para un viaje y para un cambio de vida. El viaje lo hice. Y los zapatos rojos me acompañaron. Juntos caminamos por Madrid y por Barcelona y, sobre todo, recorrimos (y amamos) toda Lisboa. 

El viaje terminó y los zapatos volvieron conmigo. El cambio de vida no se dio y los zapatos se quedaron conmigo.

Y entonces me acompañaron en mi vida cotidiana en Cuernavaca, en primavera y en otoño. Menos en verano, porque llueve. Pero también.

El año pasado me compré otros Birkenstock, en rebaja por supuesto, para sustituir a los rojos que ya se veían bastante dados al tren. Los nuevos son rosas. No los usé mucho, como esperando algo.

Ahora estoy a punto de iniciar otro viaje (y cambio de vida). Entonces, volví a los Birkenstock rojos para que se acabaran de una vez y dejar los rosas, más nuevos, para su chamba del otro lado del mar.

Y, ayer, de regreso caminando del consultorio, empecé a notar que algo se me clavaba en la planta del pie. Finalmente se había acabado por romper el zapato rojo izquierdo. Además, se le levantó la piel y eso me lastimaba al caminar. Lo revisé para confirmar que ya no había nada que hacer, más que agradecerles y soltarlos. (Y llevarme a sus hermanos rosas para la siguiente aventura.)

Adiós, zapatos rojos.
Gracias por la compañía y la solidaridad y la lealtad.
Adiós.



martes, 10 de septiembre de 2019

balcón 4


En el balcón de doña Pina suceden cosas maravillosas, como que un día una se pasa por ahí, atraída por una rojísima fresa en una de sus macetas, le saca una foto y cuando la descarga en su compu

(qué nostalgia de poder decir: "cuando una la revela" o aun "cuando una la manda revelar"...) 

descubre que, en realidad, había tres fresas, en una suerte de time-lapse
en una misma imagen, como comentaba Santiago a propósito
de esta foto tomada en el balcón de doña Pina:



jueves, 5 de septiembre de 2019

Invitado: Thomas Merton



El comienzo del amor es permitir que aquellos a quienes amamos sean perfectamente ellos mismos y no torcerlos para que se amolden a nuestra propia imagen. De otro modo, amamos solo el reflejo que de nosotros mismos encontramos en ellos. 




Original en inglés, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.