viernes, 8 de noviembre de 2019

cosas que se viven en el metro de Madrid

  • Aquí los trenes corren al revés. 
Al revés respecto a los trenes en la Ciudad de México, pero respecto, creo, al sentido común. En México, tú llegas a un andén y sabes que el tren entrará por el lado izquierdo y luego correrá hacia la derecha, hacia donde sabes que está tu destino, ¿no? Pues en Madrid, estás parado en el andén y el tren entra por el lado derecho y corre hacia la izquierda. ¿Será alguna influencia británica? Ni idea. Pero eso sí, yo aún no tengo claro para dónde voy, en qué sentido, pues, ni ubico hacia dónde está mi destino. Menos mal que las estaciones tienen nombre, aunque no tienen pictograma, como en México.

  • Dentro del vagón, igual te encuentras a un tío (un güey, diríamos allá) que se queda parado de espaldas a la puerta, recargado en ella y jugando Candy Crush (o algo similar) en su celular (su móvil, dirían aquí) como si tal cosa.
Es cierto que suele bajarse del vagón cada vez que el tren llega a una estación y, cuando ha entrado la gente que esperaba allí, se vuelve a colocar en el mismo sitio. Como si tal cosa. Qué caradura, pienso. (Y, quizá, pienso más en castellano que en mexicano, de pronto.) En México, no recuerdo haber visto esta variedad. Con tanta gente que entra y sale, desde luego quedarse en la puerta no es opción.

  • En los trenes, aquí, te van avisando cuál es la siguiente estación. A dos voces. Un hombre y una mujer.
Pero no hay que fiarse del todo que, a veces, avisan y otras, no. O luego te pasa, como me pasó a mí en la línea 10, la de "casa", que el hombre y la mujer iban equivocados y adelantados una estación. Lo bueno es que iba yo bien atenta y me di cuenta (pillé) el error. Se ve que hubo algunos otros pasajeros que lo notaron y otros más que ni cuenta se dieron, pero, gracias a la fuerza de la costumbre, se habrán bajado donde los tocaba. O no.

  • Para el día de Halloween, hubo quien se disfrazó y se trasladó en metro a alguna celebración. 
Los más memorables: una Maléfica como de dos metros de altura y pelo dorado y una chica mucho más menudita, con el maquillaje justo para parecer algo: gato, bruja, calavera...  

  • En algunos vagones, hay fragmentos literarios, como uno de Ignacio Aldecoa, que leí en mis primeros días.
Pocos los leen y, la verdad, los textos no están situados en los sitios más accesibles ni con la letra más legible. He alcanzado a leer trozos de García Lorca y de Valle Inclán. (Recuerdo que en el metro en México, hace años, me topé con un poema de Efraín Huerta.)

  • Que casi todo el mundo vaya con el celular en la mano, no es sorpresa.
El mismo hábito aquí que allá o que acullá: no estar uno donde está. Mejor chatear con alguien que está en otro sitio o llenar palabras en crucigramas virtuales o ver posts de cualquier red social que intercambiar una mirada o una sonrisa con un vecino de vagón. Aquí, además, los móviles se pueden cargar, no solo en los andenes de algunas estaciones, sino en algunos vagones también. (Así, sorpresivamente, entablaron una conversación unos chicos jóvenes, hombre y mujer, hace algunos días.)

  • En los trenes aquí, las puertas no se abren solas.

O bien hay unos botones verdes grandes, justo donde las dos puertas se tocan (hay que apachurrarlos desde dentro o fuera del vagón, solo cuando se ha iluminado a su alrededor una serie de foquitos de colores), o bien, hay unas palancas (creo que esas solo están por dentro) que hay que subir una vez que el tren se ha detenido en el andén. Al principio, me daba un poco de ansiedad o que no abrieran las puertas o tener en mis manos la responsabilidad de liberar a quienes quisieran bajar del vagón. Ya se me ha ido quitando, aunque he descubierto cierta intranquilidad, o impaciencia, también en otros usuarios al lidiar con los botones o las palancas.

Así, algunas cosas que se viven en el metro de Madrid.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario