lunes, 11 de noviembre de 2019

f r í o ❄️



Hoy 11 de noviembre es el día de San Martín, que dicen por acá que suele traer su veranillo, o sea, una pausa de buen tiempo antes de que se suelte el invierno de verdad (Indian summer lo llaman en Estados Unidos). Pero este año, al santo incluso el sol se le escapó. (Será el resultado de las elecciones generales de ayer, diría algún amiga...)

Ya desde la semana pasada, se sintió cambiar el tiempo. Yo cerré la ventana, que mantuve abierta durante mis primeras dos semanas en Madrid. Y me puse una mantita, delgada pero caliente, además de la sábana. Por las noches.

Y gracias a una de las cuatro Marías compañeras del máster, que dice ser muy friolera (sensible al frío, pues) incorporé el gorro a mi atuendo. «El frío se mete por las orejas», me dijo y qué razón tenía. Cuando me planté el gorro, el frío, en efecto, fue mucho más manejable.

Incluso con esa llovizna helada del sábado por la tarde, cuando salí al cine con Ana y su amiga Mili. Y, ayer, domingo que salimos a dar un paseo por Paseo de la Habana y había sol, pero del que no calienta (casi) nada (me impresiona muchísimo ese fenómeno achacable a la latitud, creo). Y el viento cortaba de frío. Mi cabeza iba protegida y mis pies, con doble calcetín (también buena estrategia), pero mis manos, no y volvieron a casa medio entumidas.

Es interesante cómo aquí la gente no piensa tanto en el frío. Lo siente, lo comenta, pero lo afronta por instinto (como me lo hizo ver otra compañera, Atalanta, a quien le llamaban la atención mis reflexiones sobre la ropa y la temperatura.) Yo, hasta ahora, lo he disfrutado (y eso que siempre he sido también muy «friolera»), porque es una experiencia muy nueva y aún emocionante.

Aquí, con mi cara de invierno y Ana, con su cara de «pero qué hace esta tía»:

en el vestíbulo de «casa»
con los buzones de fondo


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