Hoy, como cada mañana desde hace unos días, lo primero que hago al levantarme, después de subir la persiana, es asomarme por la ventana y saludar al pobre calcetín que se cayó en la última colada (seguramente porque se había quedado escondido en la esquina de alguna sábana, me explicó Ana) y fue a dar al tendedero del tercero. Intenté recuperarlo, pero es un consultorio dental que, de momento, está cerrado.
Hoy seguramente se acabará el humus que compré antes del confinamiento, en el Mercadona al otro lado de Castellana. Mis fantasías posconfinamiento incluirán ahora volver al Mercadona y comprar más.
Hoy es probable que Ana me vuelva a ganar al continental. Se ha vuelto buenísima y jugar con ella es ahora un reto.
Hoy me volví a la cama de mañana, después de ir al baño, y soñé que Ana y yo salíamos a la calle. No era época de confinamiento, claro. Al volver, tomábamos el elevador (ascensor, que le dicen acá) y después de cerrarse las puertas, hacía un ruido raro, se giraba como saliéndose de su eje y nos dejaba encerradas. Encima, Ana no traía su móvil para llamarle a Maxim, el portero, y pedirle que nos rescatara. (El chiste se cuenta solo.)
Hoy sigue siendo hoy (y Aute ya no está aquí).
Un prolongado hoy que se renueva cada mañana.
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