sábado, 9 de mayo de 2020

Vencejos


Los vencejos son seres asombrosos. Irreales casi. Casi fantásticos.

Yo nos los conocía. Los había leído en algún relato en un taller cuando yo vivía del otro lado del mar. Pero entonces, vencejo no significaba mucho. Más bien casi nada. 

De este lado llegan con la primavera, aunque la primavera no exista.

En los largos días junto a mi ventana, de tarde, descubrí unas aves que volaban muy alto en el cielo azul o sobre las nubes. En círculos. Como bailando. Y me fascinaron.

Luego, en el diario de confinamiento de un poeta, me encontré vencejos y pensé que quizás mis aves vespertinas podrían serlo.

Los busqué en gugle. Les saqué fotos. (O lo intenté, que es muy difícil fotografiarlos: por la lejanía, por el movimiento, porque son vencejos.)

Alguna silueta que logré captar resultó parecida a las siluetas que gugle me mostró. Y luego está aquello de que los vencejos hacen todo volando, salvo anidar, así que me dije que sí, que debían ser vencejos.

También supe que en España son aves de temporada. Que anidan en los aleros de los tejados. Y comen insectos.

Y entonces casi cada tarde los espero. Los miro. Intento fotografiarlos de nuevo (a veces tirada en el piso panza arriba y mirando la ventana al revés). No he tenido mucho éxito, hasta hace un par de tardes que varios se colaron, por fin, en el campo visual de mi camarita rosa: 





 Amo a los vencejos.
Aunque ellos no lo sepan.


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