lunes, 13 de julio de 2020

La última . . .

. . . y nos vamos

O, por lo menos, me voy yo. Que sí, que hoy (que ya es ayer) es (fue) mi último día en Madrid. Y el verano infierno nos dio un respiro. Hubo brisa fresca y el termómetro me dejó empacar con bastante fluidez, a pesar del azote tremendo por todo lo que no cabía en la maleta (amén del azote por la maleta que mandé antes por mensajería para facilitarme la vida y que aún no ha llegado).

Estos días he descubierto, o constatado de nueva cuenta, cómo estarse despidiendo es un estado de transición parecido a lo que la tradición budista tibetana denomina bardo, que aunque en realidad es el hueco que hay entre un momento de experiencia y el siguiente, suele usarse en relación con el estado intermedio entre una vida y la que sigue, es decir, el espacio que se extiende entre la muerte en un vida y el renacimiento en otra. Cuando viajamos o nos mudamos se suele hacer muy evidente esta sensación de estar con un pie aquí y el otro allá y el cuerpo y la mente en el aire. Una suerte de preparación para la transición última (repetida, claro, incontables veces desde un tiempo sin comienzo).

Y hoy aterricé en Barcelona, a 6 años y pico de mi última visita. Pero mi alma (por decirlo de alguna manera) no ha acabado de llegar: vendrá en camino aún desde Madrid. 

Me emocionó, como me ha emocionado desde que puse pie por primera vez en la cudad condal hace 4 décadas ya. Me entristeció no poder platicar con la conductora del taxi que me trajo a casa de mi amiga Joana. Era una chica majísima, como dicen acá («muy buena onda» hubiera dicho yo hace unos meses) enmascarillada, como yo, y separada, además, por un plástico que hacía prácticamente imposible la comunicación, a pesar de que ambas parecíamos tener ganas de platicar. Todo esto nos ha vuelto más individualistas; es poca la gente que quiere hablar: me dijo ella mientras me ayudaba a sacar mi maleta del auto.

En fin que empieza una nueva etapa del viaje. De la vida, pues, con todo y la coronaRrealidad en la que estamos. En los oídos aún me resuenan las despedidas: desde aquel «yo no me voy a despedir» de una de mis amadas Marías, por evitar el dolor y después de haberme regalado uno de los momentos más conmovedores en mi estancia madrileña (mis primeras criaturas en micro abierto privado en mi voz y en las de mis amigas del máster: gracias otra vez) hasta el precioso «hasta cuando quieras» del padre de mi otra amadísima María. E incluso el ambivalente «me da pena que te vayas/ya quiero que te vayas» de la (ex)anfitriona. 

Y sí he llorado (al salir del piso del Bernabéu, al bajarme del AVE en Sants y al empezar a hablar con Joana en su piso de Nou Barris, mi nuevo hogar temporal). Y habrá más lágrimas, seguro, y también risas y quién sabe cuántas otras cosas...

De momento, la primera vista desde «mi» nuevo balcón:



2 comentarios:

  1. Cuantas emociones!! Me voy contigo ahora a conocer con tus ojos Barcelona y con tu compartir que tanto disfruto. Abrazos fuertes

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Pues sigamos viajando juntas, amiga. ¡Gracias por tu compañía siempre constante! Abrazos fuertes de vuelta...

      Borrar