jueves, 31 de diciembre de 2020

Invitado: Dilgo Khyentse Rinpoché

La mente, en general, tiene dos aspectos: quietud y movimiento. A veces, la mente está serena y libre de pensamientos, como un estanque calmo; esto es la quietud. Tarde o temprano, surgirán pensamientos en ella; esto es el movimiento. Sin embargo, aunque en cierto sentido hay un movimiento de pensamientos dentro de la quietud, de hecho, no hay diferencia entres estos dos estados: tal como la naturaleza de la quietud es el vacío, la naturaleza del movimiento también es el vacío. Quietud y movimiento son meramente dos nombres para una mente.

La mayor parte del tiempo no somos conscientes de nuestro estado mental y no prestamos ninguna atención al hecho de que la mente esté quieta o en movimiento. Mientras estás meditando, puede surgir un pensamiento en tu mente: la idea de ir de compras, por ejemplo. Si estás consciente del pensamiento y solo dejas que se disuelva por sí mismo, entonces ese es su final. Pero si permaneces sin darte cuenta de lo que está pasando y permites que el pensamiento crezca y se desarrolle, te conducirá a un segundo pensamiento, el pensamiento de tomarte un receso de la práctica, y en un dos por tres te encontrarás, en efecto, levantándote y yendo al mercado. Pronto surgirán muchos más pensamientos e ideas: cómo vas a comprar esto, vender aquello y demás. Para este momento, estarás ya muy lejos de tu meditación.

Es completamente natural que sigan surgiendo pensamientos. La cuestión no es intentar detenerlos, lo cual de cualquier manera sería imposible, sino liberarlos. Esto se hace permaneciendo en un estado de simplicidad, que permite que los pensamientos surjan y se desvanezcan otra vez sin ensartarles ningún otro pensamiento. Cuando dejas de perpetuar el movimiento de los pensamientos, se disuelven por sí mismos sin dejar ningún rastro. Cuando dejas de estropear el estado de quietud con fabricaciones mentales, puedes mantener la serenidad natural de la mente sin ningún esfuerzo. A veces, deja fluir tus pensamientos y observa la naturaleza inmutable detrás de ellos. A veces, cortando abruptamente el flujo de pensamientos, observa la conciencia desnuda.

Innumerables pensamientos y recuerdos, agitados por las tendencias a las que nos hemos habituado, surgen en la mente. Uno detrás de otro, cada pensamiento parece desvanecerse en el pasado, solo para ser reemplazado a medida que el siguiente, a su vez, se hace fugazmente presente en la mente antes de dar paso a pensamientos futuros. Cada pensamiento tiende a recoger la inercia del que le precedió, de modo que la influencia de un hilo de pensamientos crece a medida que pasa el tiempo; esto se conoce como "la cadena de falsa ilusión [o de engaño]". Igual que lo que llamamos un rosario es, de hecho, un hilo de cuentas individuales, también lo que solemos llamar la mente es en realidad una sucesión de pensamientos momentáneos; un goteo de pensamientos hace el flujo de conciencia, el flujo mental,  y el flujo mental conduce al océano de la existencia.

Nuestra creencia de que la mente es una entidad real es una conclusión basada en insuficiente investigación. Creemos que un río que vemos hoy es el mismo río que vimos ayer, pero en realidad un río nunca es el mismo ni durante un segundo: el agua que conformaba el río de ayer es ya con seguridad parte del océano hoy. Lo mismo es cierto para los incontables pensamientos que pasan por nuestra "mente" desde que amanece hasta que anochece. Nuestro flujo mental es solo una sucesión de pensamientos instantáneos; no hay una entidad separada que pueda señalarse como una mente.

Ahora, si analizamos con cuidado el proceso del pensamientos, es evidente que los pensamientos pasados ya están muertos, como un cadáver. Los pensamientos futuros aún no han nacido. En cuanto a los pensamientos presentes, no se puede decir que tengan ninguna propiedad tal como ubicación, color o forma. No dejan rastro y, en efecto, no pueden encontrarse en ningún lugar. De hecho, no podría haber ningún punto de contacto entre los pensamientos pasados, presentes y futuros. Si hubiera cualquier continuidad real entre, por ejemplo, un pensamiento pasado y un pensamiento presente, eso significaría necesariamente o que el pensamiento pasado es presente o que el pensamiento presente es pasado. Si el pasado pudiera, en realidad, extenderse al presente de esa manera, también se podría concluir que el futuro tendría ya que estar presente. Pero no obstante, ignorantes de la naturaleza verdadera de los pensamientos, mantenemos el hábito de verlos como si estuvieran continuamente enlazados, uno tras otro. Esta es la raíz del engaño [o falsa ilusión] y esto es lo que nos permite estar más y más dominados por nuestros pensamientos y emociones, hasta que reina la confusión total.

Es de vital importancia estar conscientes del surgimiento de los pensamientos y aquietar las olas de pensamientos que te asedian. El enojo, por ejemplo, es una tendencia extremadamente destructiva que estropea todas las demás cualidades buenas que pudieras tener de otro modo. Nadie disfruta de la compañía de una persona enojada. No hay nada inherentemente aterrador en la apariencia de las serpientes, pero como suelen ser muy agresivas, la mera vista de ellas inspira miedo y odio. Ya sea en un ser humano o en una serpiente, semejante preponderancia del enojo no es nada más que el resultado de una acumulación de pensamientos negativos que no se ha frenado.

Si en el mero momento en que surge un pensamiento de enojo, lo reconoces por lo que es y entiendes cuán negativo es, tu enojo se calmará por sí mismo y siempre podrás mantenerte en buenos términos con todo el mundo. Por  otro lado, si permites que el primer pensamiento enojado dé pie a un segundo pensamiento enojado, en casi nada, tu enojo estará completamente fuera de control, y estarás dispuesto incluso a arriesgar tu vida para destruir a tu adversario.


Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

casi Noche Vieja

 Y estoy en cuernavaca. Más o menos. Estoy. No del todo aún. Quizá nunca lo esté. Quizá eso sea un paso más en el camino.

Who knows.

Echo de menos el otro lado del Atlántico. Amigas. corazones. Cañas. Risas. Olas. Lunas.

Imagino otras vidas de este lado. Montañas. Jardines. Gatas. Gallinas. Corazones. Amigas.

Estoy triste. Agradecida. Un pelín asustada. Sintiéndome sola. Sabiéndome acompañada. Intentando no tener demasiada esperanza ni demasiado miedo. Algunos sueños. (Las criaturas esperan para continuar su camino.)

Y en el balcón de esta casa que parece querer dejar de ser mi casa (o quizá no), la piedra florece una vez más.

Y en su florecer me abre un espacio en el pecho.




Gracias, piedra.

Gracias, mundo.

Gracias, vida.

Gracias, 2020.


jueves, 17 de diciembre de 2020

b.o.k.e.h. .2

Hace más de 4 años que aprendí lo que quería decir este anglicismo tomado del japonés ぼけ (boke). Desde entonces me fijo más cuando mi camarita rosa, en complicidad (o no) con mi mirada o con mi intención, desenfoca algún plano de una de mis fotografías, regalándome otra manera de ver las cosas.

De vez en cuando hay alguna imagen que me resulta especialmente atractiva y sorprendente, como esta que tomé en Chimal hace unos días. Quería sacar las flores rojas del vecino de mi comadre y así fue como las interpretamos mi cámara y yo:




Aquí sigo, intentando explicarme  el mundo un disparo a  la vez.


miércoles, 16 de diciembre de 2020

entre la desolación y el enojo

No me siento perdida.

Es solo que no sé dónde termina el mar que llevo

dentro

y a veces me ahogo.

Elvira Sastre


Como era de suponerse, la RAE define «desolación» como la acción o efecto de desolar o desolarse, o sea, no dice nada. Si una se va a buscar «desolar» se encuentra con que tiene tres acepciones, de las cuales aquí me interesan dos: causar a alguien una aflicción extrema o afligirse, angustiarse con extremo.

Por otro lado tenemos «enojo» que la misma institución define, en su primera acepción, como movimiento del ánimo que suscita ira contra alguien. Y si buscamos «ira», primeramente dice el DLE que es un sentimiento de indignación que causa enojo, o sea, tampoco se aclara la situación.

Sin embargo, para mí, recurrir a las palabras y al diccionario es un primer paso para poder manejar las emociones que, de pronto, se apoderan de mi ser y de mi entorno, asolando (destruyendo, o amenazando con hacerlo) todo a su paso. Buscar sus definiciones me permite empezar a abrir un espacio, un hueco de atención plena, entre ellas y yo, para así —siguiendo las instrucciones de mi maestro— poder empezar a manejarlas de otra manera: una mejor manera, claro (esa es la idea).

Hace un par de días, algo se me disparó internamente, por un estímulo externo (como suele suceder, diría mi hijo), que me lanzó a una turbulencia emocional de las buenas, de las que te arrastran sin que puedas hacer nada, o poco, como quien se ahoga en el mar y apenas alcanza a asomar la boca o la nariz unos segundos para tomar un poco de aire y seguir intentando sobrevivir.

El disparador del exterior: mi necesidad frustrada de alargar un pelín mi estancia en Chimal para seguir suavizando este proceso de aterrizaje de vuelta en casa que se me ha presentado tan pedregoso, tan a trompicones, lo cual, huelga decirlo, no es culpa de nadie y responsabilidad, mía (en su mayor parte).

Las emociones levantadas por vientos provenientes de un pasado que ya no existe y que, sin embargo, se las ingenia para manifestarse: enojo, como manifestación primera (de carácter defensivo) y una enorme tristeza, desolación, de esas que te abren las llaves de los ojos y no hallas como cerrarlas.

Las reacciones: llorar, patalear, alejar lo más posible a quien quiero (otra defensa), decir incoherencias sin encontrar el modo de parar.

El panorama emocional: sensaciones (añejas) de inadecuación, de rechazo, de nunca ser suficiente, de siempre ser demasiado que dejaron heridas/cicatrices (añejas) que, con todo y el trabajo de años, se siguen reactivando.

La manera de manejarlo: intentar sentirlo sin pasar a la reacción habitual (casi) automática y profundizar en la comprensión de mis propios patrones emocionales para ver con mayor claridad su funcionamiento y, eventualmente, poderlos ir soltando, uno a uno, paso a paso. (Por supuesto que este proceso se va filtrando, casi por goteo, entre todas las reacciones menos sanas.)

El reto más grande: ser gentil conmigo misma en lugar de autoflagelarme hasta la eternidad, como me acostumbré a hacer hace varias vidas.

El par de logros de esta ocasión: primero, haber podido, finalmente, dejarme abrazar por mi hijo, quien, además, me recordó que las reacciones de los demás (a veces mis disparadores) no son personales (no son en contra mía, pues), que los azotes son temporales y, muy importante, que no estoy sola (que es lo que siempre pienso y siento en estos momentos de crisis).

Gracias, changuito.

Y segundo: haber podido —si no por primera vez, quizá por segunda o tercera— conectarme con compasión por la niña que vivió esas experiencias difíciles en la infancia, de donde han derivado la colección de formas de infligirme sufrimiento. (Tampoco es su culpa.) Y también pude empezar a vislumbrar cómo inflijo yo sufrimiento también en los demás, incluso cuando no es mi intención.

Lo siento, comadre.


Ojalá pueda yo acunarme a mí misma como lo hace la volcana, mi volcana, con las nubes:


en las inmediaciones de Amecameca
un 13 de diciembre de este 2020

sábado, 12 de diciembre de 2020

s o n i d o 2

Hoy me toca reconocer los sonidos y los ruidos de mi hogar (en el más amplio sentido del término), adonde llegué de vuelta hoy hace cuatro semanas y adonde no he terminado de aterrizar aún. Para ayudar en este proceso, me vine a casa de mi comadre —en Chimal, a los pies del Popo— y como esperaba, se está obrando la magia y empiezo a sentir que estoy de vuelta en tierras mexicanas.

Como describía aquí, a propósito de mi aterrizaje en la capital catalana, ahora busco de este lado del mar los sonidos y los ruidos que me hacen saber que estoy en casa. Y en Chimal me he encontrado varios, que acunan mi incertidumbre y mi desconcierto:

  • Los cantos de Vicente y de Vicentito, gallos padre e hijo, que reciben al sol cuando nosotros aún no sabemos que está por llegar y que luego siguen cantando durante el día en momentos aleatorios (o por lo menos así me lo parece a mí) 
  • Los motores de coches y camiones que transitan en la calle principal de Chimal, donde está la casa de mi comadre —Sor Juana Inés de la Cruz sin número entre Texcoco y Cuautitlán—: a veces, el ruido va acompañado de una vibración que recuerda a los temblores y me sobresalta
  • Los maullidos de Cleo (Cleopatra o Nena), la gata de mi comadre y madre de mi Khandro (es una gata algo huraña, pero parece tener buena onda conmigo y me hace plática en un tono parecido al de su hija, aunque ella no lo sepa o quizás sí que lo sabe)
  • Las conversaciones entre los gallos de aquí y los gallos del barrio: empieza uno y luego todo es un coro de quiquiriquís
  • Los cohetes, que rasgan el cielo con su estruendo después de echar su silbido premonitorio: hoy desde antes de las 0 horas para celebrar a la Virgen de Guadalupe, aunque empezaron desde el 8 con la Conchita, patrona de Ozumba, con todo y coronavirus o a pesar de él (y así nos vamos de aquí hasta los Reyes, el 6 de enero próximo, «si es que sobrevivimos», dice María Eugenia)
  • Las campanas de la iglesia, a un par de cuadras de aquí, que llaman a misa y celebran por todo lo alto a la Guadalupana (y contribuyeron con los cohetes a mi temprano despertar)
  • El repiqueteo de los picos de gallos y gallinas, «mis pollos» como los llama mi comadre, cuando picotean las semillas en su comedero de metal, que ahora cuelga frente a la ventana de ella, y hacen música sin conciencia

  • Los trinos de pájaros, cuyo nombre desconozco, pero que me remiten a toda mi vida de este lado del mar
  • Los gorjeos de las gallinas cuando se acercan a la puerta del comedor o la cocina con la esperanza de poder introducirse a la casa
  • La leche escapándose, como un suspiro largo, de la olla donde la hierve María Eugenia, mientras nosotras arreglamos el mundo platicando en el comedor
  • El esfuerzo del excusado de arriba para llenar su tanque cuando escasea el agua: su glu...glu...glu que, de noche o madrugada, me arrulla
  • La licuadora, desagradable en cualquier lugar del mundo donde esté

Ahora me queda volver al depa de Cuernavaca y dejar que sus sonidos y ruidos me acaben de acoger de regreso a este país. 

Mientras tanto, y de pilón, dejo por aquí a un habitante silencioso de Tlaníhuitl, la ardilla que con total cinismo les roba el maíz y el trigo a los pollos: