miércoles, 24 de marzo de 2021

hallazgo 26

 

dibujar

 Del fr. ant. deboissier.

1. tr. Trazar en una superficie la imagen de algo.

2. tr. Describir algo con palabras.

3. prnl. Mostrarse o dejarse verEn su cara se ha dibujado una sonrisa.

4. prnl. Dicho de lo que estaba callado u ocultoIndicarse o revelarse.


Pues si de algo estaba yo segura en la vida era de mi incapacidad total y absoluta para dibujar. Por eso ilumino: pongo color (y vida) a lo que otros han dibujado. Pero trazar en una superficie la imagen de algo, imposible. Es cierto que aquí y allá, cuando me he aburrido en alguna clase o he necesitado anclarme a algo, he dibujado: contornos de figuras (una estatua del Buda, las flores del altar), por ejemplo. De niña y adolescente, me dio por dibujar neuronas, con sus dendritas y su axón, y con caras, bueno dos ojos y una boca en diferentes posiciones. También llegué a hacer hongos con nombres dentro, según la técnica de rellenar los espacios vacíos de las letras, que me enseñó mi amiga Ángela. Y poco, muy poco más. Hasta que el sábado pasado, en el curso sobre el camino de la escritura y el encuentro con la mente salvaje, la mítica (y muy real) Natalie Goldberg nos instruyó que, además de nuestras tareas de práctica de escritura, también dibujáramos (una silla, una puerta, lo que está en nuestra mesa para escribir), con la misma pluma con la que escribimos, en el mismo cuaderno rayado. Ya había declarado que la escritura es un arte visual

Empecé por hacer un retrato de ella (mientras veía la grabación de una parte de su clase que me había perdido), de un florero con narcisos (daffodils, en inglés — qué bonita palabra) amarillos detrás de ella, de un vaso de agua, de la puerta detrás de ella al otro lado. Después seguí intentándolo con una variedad de objetos en mi casa: los equipales (de frente y de espalda), la piedra en mi balcón recién trasplantada a una nueva maceta, la lámpara de mi sala y la lámpara de mi estudio, una de las minibocinas con las que uso la compu, mi estuche de plumones y mi caja de lápices de colores (que ni en un universo paralelo se podrían reconocer), un par de flores de metal que viven en un caballiito rojo de tequila en mi altar, mi taza de agua y una taza de porcelana inglesa que me regalara hace unos años una colega de la escuela.







Y dibujé también a mi Khandro, echada sobre la mesa del comedor. Fue sorprendente cómo al cambiar de pose y hacerme pensar que mi intento sería completamente fallido, de hecho, me ayudó a captar su gateidad toda en unos cuantos trazos.









Al día siguiente lo intenté con mi hijo, echado sobre el sofá de la sala después de la comida. Cuál no fue mi (nuestra) sorpresa que al captarlo a él, salió a la luz también su padre. Y esa tristeza que se les cuela a veces en los ojos.


Y entonces cobró más sentido eso que dice la RAE de que dibujar sea también, describir algo con palabras, y mostrarse o dejarse ver, e indicarse o revelarse lo que estaba oculto o escondido. Como decía una compañera del curso, todos tenemos una voz visual. Una voz creativa podría decirse en un sentido más amplio. El único chiste es  confiar en ella y quitarnos de en medio.


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