lunes, 27 de diciembre de 2021

De adopciones y pertenencias


Hace un titipuchal de años, 30 más o menos, mi mamá me acusó de estarme convirtiendo en "Adela Bellon", refiriéndose a mi involucramiento con la familia de mi entonces amiga Graciela. No sé si eran celos o si de alguna manera se daba cuenta cómo buscaba yo pertenecer. Ahora se me ocurre que quizás a ella le había pasado lo mismo y fue por eso que se conformó a muchas situaciones que, de otro modo, me imagino que no habría aceptado.

Y no andaba desencaminada mi mamá. Unos cuantos meses después de su acusación, me casé con Adrián, el hermano de Graciela, y pasé a ser una Bellon oficialmente, aunque nunca usé el apellido. Y sí, sentía que había encontrado una familia que me quería como era, con quienes tuvimos navidades de las de árbol, nacimiento, y cohetes. Había un antecedente del otro lado del Atlántico, cuando me había sentido acogida, durante dos veranos, por mi tía Delia y los suyos, los Roselló. Pero esa historia no acabó bien.

Tampoco con los Bellon. Llegó el divorcio y, con él, la pérdida de quienes consideraba mi familia. Pero no dejé de buscar un lugar en el mundo. Entonces fue Dasha, exterapeuta convertida en amiga queridísima, quien me adoptó, haciéndome parte de su familia en nochebuena, en navidad, en nochevieja y en año nuevo. Junto con Santiago, claro, que pertenecía a dos familias. Desde antes de la muerte de Dasha, ese vínculo familiar empezó a disolverse. 

Y entonces, durante una década más o menos, fuimos Santiago y yo sorteando "las fiestas". En 2015, por primera vez, las pasamos separados, él de aquel lado del Atlántico y yo, de este. En 2019, fue al revés: yo allá y él acá. 

En 2020, volvimos a ser él y yo, y algunos amigos. Y este 2021, la cosa volvió a cambiar: él, con la familia de su novia en Acapulco. Y yo. Acá. Temiendo la soledad. Hasta que una amiga y su mamá, que también es amiga, me invitaron a pasar la Nochebuena con ellas y su familia. Una nueva adopción. Que acepté, a pesar de que mi patrón neurótico proponía quedarme sola en casa, fingiendo algún malestar. Y fue genial. Me permití transitar desde la incomodidad de lo desconocido hasta las sensaciones de disfrute, pertenencia y cariño. Que se prolongaron de la Nochebuena a la Navidad. Y más allá. (Gracias de corazón a las Chiu.)

Y a lo largo de todos estos años, desde un poco antes del nacimiento de Santiago, ha permanecido mi (nuestro) lazo con María Eugenia con quien Santiago y yo hemos formado una "pequeña familia", que incluyó durante un tiempo también a Adrián y de la que fue parte esencial doña Teresa. Una adopción mutua, a varias bandas, de cariño y aceptación. De pertenencia que, en lo más profundo, me ha permitido sanar las heridas de pérdidas y abandonos pasados. Y constatar, una y otra vez, cómo en realidad lo que llamamos "realidad", depende en gran medida de cómo la vemos, la interpretamos, la inventamos. 

Como El Grinch cuando se da cuenta de que en realidad no odiaba la navidad, sino más bien la soledad que había vivido en de niño para las fiestas. Así que este año soy una suerte de Grinch recuperada. Porque quizás no es tanto la navidad lo que odio, sino toda una serie de circunstancias pasadas asociadas a ella.






4 comentarios:

  1. Buen movimiento de resignificación!! Yo siento que me falta para hacerlo completo.. no sé que es pero no termino por disfrutarlo!!

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    1. Pues habrá que seguirle buscando, querida. Y hablándolo y compartiéndolo. ¿Para cuándo ese cafecito?

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  2. Qué bueno que la hayas pasado bien, abrazos desde Acapulco <3 <3 <3
    YyS C:

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