Transcribo aquí una carta-regalo-dibujo que recibí un día como hoy, hace 27 años:
24 de diciembre. 1994.
Te despiertas, amor, y tus brazos buscan mi cuello. Tu piel suave se extiende sobre mis sueños, entibiándolos. Todas las mañanas transcurren así. Si fueron pesadillas o no, son tus manos delicadas las que me dan la bienvenida al día. No sabes cuánta delicadeza y cuánta ternura se introduce en mi sangre cuando me tocas. Luego tu cuerpo y el mío se tejen uno en el otro, confiando siempre en que no tienen ningún resquicio, ningún secreto que no quieran ofrendar.
Y ese el comienzo de todos los días. Me maravilla esa magia de nuestro amor. No hay nada que no se pueda decir, no hay nada que no se pueda enfrentar. El aire frío mueve las ramas del árbol. Estamos al final del año. No un año cualquiera. Un año nuestro. Un año redondo. Han pasado tantas cosas y tantas nos están por pasar. Como las ramas delgadas del árbol ante el viento fuerte, nos doblamos. Como su tronco, tenemos fortaleza. Y es que juntos no veo límites que nosotros no pongamos y al verlos, los examinamos para ver si pasamos por ellos o si los dejamos. En el obsequio de este año, busqué un espejo de lo nuestro. Un sol y una luna en un reflejo. Eso es lo nuestro. Probar en el amor algo de eterno y de probarlo, hacerlo todos los días.
Hoy quedan las palabras, el dibujo, el espejo.
Y tanto ha pasado, que los recuerdos se desvanecen.
Quedan sensaciones y soledades. Y otra víspera de navidad.
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