Me siento en mi cojín, sobre el tapetito oaxaqueño que lo ha sostenido durante años. Estoy en el comedor, para estar cerca de la compu, desde la cual Dorotea nos da la instrucción de meditación. Natalie practica con nosotras. Detrás Katagiri Roshi, Trungpa Rinpoché. Y el Buda bajo el árbol de Bodhi.
La Khandro se acerca y se posa al borde de mis piernas, respetando mis manos que, una sobre otra, descansan en mi regazo. Apoya su cabeza en mis pies y enciende su motorcito. Su peso y su ronroneo me ayudan a asentarme.
Escucho los ruidos de la remodelación del súper. Ni molestos ni no molestos. El habla del guru. Se mezclan con el agua con que Alba llena una cubeta. La luz baila en mi balcón. Hay reflejos de plantas y de sombras. De flores y de espinas. La visita, siempre fiel, de una huachichila. Mi maestro me acompaña. El aroma del incienso alcanza mi nariz y se esfuma.
Conciencia presente momentánea. Olas sobre el mar. Nubes en el cielo. Pensamientos sobre la superficie de la mente. Percepciones. Sensaciones. Todas pasan. Y se disuelven.
Suena la campana. Teresa dedica el mérito. Que toda le gente sin casa encuentre refugio, para el invierno y para después. Me levanto. La Khandro se queda sobre el cojín unos minutos más.
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