domingo, 5 de diciembre de 2021

Write about weather.

Begin with what the weather is now where you are.


El clima está loco. Así es el otoño en Cuernavaca. Si estás al sol, afuera, te asas, te derrites, te quemas. Pero en el momento en que entras a cualquier sombra, el cambio es de varios grados. Exagero, pero sí hay una diferencia notable. El sol no calienta más que donde toca directamente. Es un sol poderoso e impotente al mismo tiempo. El viento frío se cuela por las ventanas abiertas, por las rendijas debajo de las puertas, por la celosía del patio de servicio. Recuerdo esta época del año en casa de mis papás, en el departamento de Uxmal 548-2. Más en invierno. Enero, quizás. Cuando me levantaba al baño en la noche, tocaba las perillas de las puertas —la de mi cuarto, la del baño— y parecía que el frío de todos los tiempos se había concentrado allí.

«El baño y su habitante» tituló una vez mi hermano, con su particular sorna, una foto que me sacó entrando o saliendo del baño. Del que estaba al fondo del pasillo. El «nuestro». El de los azulejos negros y amarillos y la tina a juego, como una enorme yema de huevo. Ese mismo frío de la perilla es lo que ha habido siempre, casi siempre, entre mi hermano y yo. Combinado con el ardor del odio.

Como cuando le clavó una navaja en el lomo a Hipólito, el hipopótamo de peluche que me habían comprado mis papás cuando a mis 11 años (sus 10) nos llevaron de viaje a Disneylandia, el hipopótamo rosa al que me abracé con fuerza en el vuelo de regreso cuando el avión dio un salto al atravesar una bolsa de aire. Como cuando agarró a golpes, no sé si con las manos o con algún instrumento, la raquítica orquídea que el «tío» Manuel me había regalado y que apenas empezaba a echar sus primeras raquíticas flores blancas. Como cuando de un raquetazo rompió el secreter de mi papá, que vivía pegado a una pared entre la cocina y el comedor, mientras la maestra de guitarra y yo permanecíamos agazapadas en las escaleras. Como cuando contestó el teléfono y me pasó la llamada diciendo «Te habla la pendeja de tu amiga Zutana» suficientemente alto como para que la amiga Zutana lo escuchara. Como cuando me dijo que llamaría al siguiente lunes con una respuesta a mi petición de ayuda y han pasado años de silencio.


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