martes, 22 de febrero de 2022

Historia de una violeta

 

A mí nadie me enseñó a cuidar violetas. Mucho menos a trasplantarlas o reproducirlas. Eso sí, al proceso contribuyeron Jessica, que me regaló la primera, y Adríán que sacó a la luz mi conexión con las plantas y me enseñó algún fundamento de jardinería, como tener cuidado de que las raíces de una planta no queden demasiado tiempo expuestas al aire. Lo demás lo he ido aprendiendo en el camino, conectando sobre todo con mi parte intuitiva. (Tampoco gugleo estrategias ni recomendaciones.)

Hace unos cuantos días, mientras veía algo en la tele, captó mi atención la violeta despeinada, esa de flores color morado muy clarito, que vive cerca de la tele en una maceta de Capula, color hueso con puntos azules. En realidad eran dos plantas (eso suele pasar con las violetas que echan hijos sin avisar ni pedir permiso) y me di cuenta de que una no estaba bien: se le estaban marchitando las hojas a pesar de tener suficiente agua.

Entonces, sin titubeo ni dilación, llevé la maceta al patio de servicio y saqué las dos plantas. La más grande y sana la volví a plantar al centro de la maceta y le puse más tierra. La otra la puse en agua. A pesar de que tenía raíces, se veían secas, envejecidas. Había que darle una segunda oportunidad. 

Más o menos una semana después, descubrí que la planta había echado toda una ronda de raicillas nuevas, justo en la base de las hojas, por encima de las raíces viejas. (Y eso que la Khandro alcanzó a mordisquearle algunas hojas mientras estaba en tratamiento.) Ahora solo queda dejarlas crecer un poco y luego volver a plantarla en tierra, por sí sola, en una maceta nueva.











Así la vida, cuando le damos chance.



2 comentarios:

  1. Todas las mías son resultado de la primera que me regalaste!!!
    Me recuerdan a mi abuela. Gracias

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