lunes, 24 de octubre de 2022

Estafadora de primera


Suena el teléfono. Una presunta ejecutiva bancaria me informa que han aparecido algunos cargos extraños en mi cuenta. La situación debe atenderse de inmediato para prevenir un daño mayor.  

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“Algo no está bien”, dice (casi inaudiblemente) una parte de mi mente.

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“Me siento tan protegida y vista,” dice (mucho más audiblemente) otra parte de mi mente.  “La ejecutiva suena tan confiable.” 

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La presunta ejecutiva sigue tejiendo su telaraña alrededor de mí y mis pensamientos y mis emociones. “Algo no está bien”, repite (casi inaudiblemente) una parte de mi mente, la parte sabia. Mi cuerpo lo sabe también: una ligera contracción en mi estómago intente alertarme. 

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No me detengo siquiera a pensar o reconocer lo que propia sabiduría y cuerpo me están diciendo. Sentirme cuidada se siente tan bien, y el guion está tan bien armado que yo  —sí, ese sería mi viejo, querido e ignorante ego— caen en la trampa por completo.

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“Algo no está bien”, sigue repitiendo (casi inaudiblemente) la parte sabia de mi mente, mientras mi estómago se contrae más.

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Se pierde la conexión telefónica. La ejecutiva llama de nuevo. Me hace compartir mi nombre de usuario, mi contraseña y mi NIP. (La parte sabia de mi mente mira estupefacta, pero el ego no parece notarlo.)

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Se vuelve a perder la conexión telefónica, pero la “ejecutiva”, no vuelve a llamar. Espero. No sucede nada. Así que decido llamar yo a mi ejecutiva de confianza en mi sucursal bancaria. (La parte sabia finalmente está tomando las riendas.) 

“Por favor dígame que no compartió su nombre de usuario y contraseña”, me implora. 

“Por supuesto que lo hice, presume mi ego. 

“Ha sido víctima de una llamada fraudulenta", me notifica. “¡Llame al siguiente número y cancele TODO!” 

Sigo sus instrucciones. Me tiemblan las manos. Todo mi capital, que no es mucho, está en riesgo. 

Al final, la situación se resuelve justo a tiempo. Aunque tendría que renovar mi acceso a la banca en línea y reponer mis tarjetas bancarias (una mera cuestión de tiempo), no hubo ningún daño real. Cuando repasé la conversación telefónica en mi mente, pude ver todas las cosas que no hacían sentido y pude ver también cómo mi mente (confundida) había sobrepasado incluso la astucia de la falsa ejecutiva. Y eso es lo hace la mente del ego cuando no prestamos atención: puede apoderarse de cualquier situación y reinterpretarla en términos de su propia conveniencia (imaginarse que otros lo cuidan o lo aceptan para validar sus necesidades, por ejemplo), ignorando tanto nuestra propia sabiduría como los las señales que la realidad nos ofrece.

Me di cuenta cómo la mente (confundida) es una estafadora de primera. Pero siempre tenemos la posibilidad de detenerla y permitir que la sabiduría, la naturaleza clara y lúcida de nuestra mente, se manifieste. 


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