lunes, 17 de octubre de 2022

Historia de un escarabajo

 


Ayer en la tarde salí a caminar por el condominio. Cuando lo hago a esa hora, aún con sol pero cerca del atardecer, me gusta quitarme los zapatos y caminar descalza por el pasto (earthing, le dice una amiga a esta práctica): junto a la alberca del fondo, o alrededor de la que está a la entrada de los edificios. Cuando bordeaba la segunda, vi a un escarabajo flotando en el agua, inmóvil, aparentemente negro. Concluí que ya era demasiado tarde para salvarlo y seguí caminando. Lo volví a ver y dudé. Me encontré una rama delgadita y me senté junto al borde del agua; extendí la rama al tiempo que me di cuenta de que era verde y no negro. Él movió casi imperceptiblemente sus patas, pero era demasiado grande para la rama pudiera sostenerlo. Entonces, lo acerqué a mi mano y lo tomé entre los dedos. Él se agarró a mí con fuerza y yo lo lancé al pasto (su tacto en mi piel era desagradable). Pero no quise dejarlo junto al agua para que no fuera a caerse otra vez. Entonces lo levanté con una semilla de araucaria y lo llevé a una barda donde aún pegaba el sol. Dudé si se salvaría. Quizá lo había dejado demasiado tiempo en el agua. Seguí caminando. Volví para ver cómo iba: empezaba a mover patas y antenas. Quizá siempre sí se salve, pensé. Seguí caminando. Y, entonces, lo vi pasar volando. ¡Qué ilusión!


Cierro con la definición que la RAE da de estos bichos porque es casi un cuento:

escarabajo

Del lat. vulg. scarabaius.

1. m. Insecto coleóptero, de antenas con nueve articulaciones terminadas en maza, élitros lisos, cuerpo deprimido, con cabeza rombal y dentada por delante, y patas anteriores desprovistas de tarsos, que busca el estiércol para alimentarse y hacer bolas, dentro de las cuales deposita los huevos.


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