Ni al insecto hoja, de enormes alas como hojas verde oscuro, patas larguísimas y ojos penetrantes color turquesa, parado junto a la sombra del farol en la cara trasera de mi edificio. Ni al ave pequeña que se posó en lo alto de la moringa y permaneció allí mucho más de lo que dura el disparo de mi cámara.
Hoy no fotografié la campánula blanca, de estambres extendidos, donde aterrizan mosquitos negros. Ni la parvada de pájaros que emprendió el vuelo, en franca algarabía matutina, persiguiendo solo ellos saben qué.
Hoy no fotografié al canario que cantaba a todo pulmón, en su jaula en el balcón, aún tapado con su tela color de rosa. Ni al sol tibio de otoño que resplandecía callado tras nubes suaves que parecían llenas de hielo.
Hoy no fotografié nada y sentí como si me faltaran un ojo o una mano para relacionarme con el mundo.
Hoy solo acaricié la rama del zapote moribundo al fondo del jardín.
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