viernes, 13 de enero de 2023

Recordatorio


Hace muchos años, serán alrededor de 15 durante una estancia en Seattle, consulté a mi maestro, Dzogchen Ponlop Rinpoché, sobre mi tema predilecto: las relaciones (de pareja, de amistad, de familia...). En ese momento quería huir del caos y descontrol que siempre han despertado a mi alrededor Quería que él me enviara a una cueva, o algún otro lugar remoto o escondido, con instrucciones que me permitieran prescindir de las mentadas relaciones. Pero su respuesta fue que, como habitante del reino del deseo (uno de los tres reinos del samsara), me tocaba seguir trabajando el tema. Así que nada de cueva ni de retiro ni de huida. A seguir chambeándole con el deseo.

En ese entonces, andaba coqueteando, por decirlo de algún modo, yendo y viniendo pues, con otro discípulo suyo, de cuyo nombre no es preciso acordarme. El susodicho me había visitado en México y yo le estaba devolviendo la visita. Cuando él planeaba una segunda visita acá, mi maestro intervino indicándole que se quedara donde estaba, o sea, que no viajara, que no viniera verme, que no se moviera.

Yo me quedé helada cuando me lo contó. ¿Cómo había acabado mi maestro espiritual en mitad de mis asuntos emocionales?, me pregunté. No entendía. Y sí entendía, un poco. Empezaba a vislumbrar que mi camino espiritual no está separado del resto de mi vida, que mi vida está entretejida con mi camino espiritual y, a medida que sigo avanzando, se van acercando cada vez más. Que al final no hay diferencia entre ambos: son el mismo camino en realidad.

Pero entonces me quedaba muy poco claro. Y entonces le escribí a Ponlop Rinpoché para tratar de aclarar lo que estaba sucediendo, lo que me estaba sucediendo. Y me contestó, amoroso y compasivo. Me dijo que sus instrucciones para el susodicho no tenían que ver conmigo, que simplemente no parecía ser un buen momento para un encuentro entre nosotros.

Yo no acababa de entender. Me sentía confundida y un pelín enojada. Pero acepté sus palabras y las empecé a contemplar. Confiaba —eso sí que estaba claro— en él, en mi maestro, en que sus acciones se basan siempre en su intención de ayudarnos a trascender el sufrimiento y alcanzar la felicidad duradera. Cerraba su carta con unas palabras precisas y gentiles, instrucciones sobre cómo relacionarme/nos con los/las demás: 


We should practice open, relaxed and loving relationships and make the aspiration that through the relationship we may transcend our habitual pattern of relating with family and friends.

*

Debemos practicar relaciones abiertas, relajadas y amorosas y hacer la aspiración de que a través de la relación podamos trascender nuestro patrón habitual para relacionarnos con la familia y los amigos.


Hoy sigo deambulando, claro, en el reino del deseo. Hoy, como siempre, como tantas veces, tengo nuevas oportunidades para recordar y llevar a la práctica las instrucciones de mi maestro. Hoy sigo intentando trascender los patrones neuróticos que tanto sufrimiento me han causado y que tanto sufrimiento me han hecho causar. Hoy trato de amar de una manera diferente, más espaciosa, con menos apego.

Quizás, como ese corazón de cielo que una nube pasajera me mostró en la azotea de una casa de la colonia Escandón, esquina con la Condesa, hace poco más de una semana:







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