A mi tío Andrés, que era el hermano menor de mi abuela Adela, o sea, mi tío abuelo, lo traté cuando él ya era bastante mayor y vivía con su esposa, mi tía Graciela, en una casa de la Colonia del Valle. Se habían instalado ahí a su regreso de Nueva York, donde vivieron muchos muchos años durante los cuales él había sido profesor de literatura en la Universidad de Columbia. A Nueva York se habían ido porque él tuvo que dejar el país tras haber matado a un amigo suyo en un duelo en el que se vio obligado a participar. Cuentan que su cuñado, mi abuelo Óscar, lo ayudó a salir de México e instalarse en Estados Unidos con Graciela Frías, con quien se había casado, después divorciado y luego vuelto a casar de nueva cuenta. También cuentan que ese exilio le produjo bastante amargura. Amaba su país y su sueño era hacer carrera política y llegar a ser presidente algún día. En los años cincuenta del siglo pasado, volvió durante una temporada y fue director de Bellas Artes. Pero tras la muerte de Frida Kahlo, tuvo que dejar el puesto: ese fue el precio a pagar después de que Diego Rivera cubriera con la bandera comunista el féretro de la pintora que se velaba en el Palacio de Bellas Artes. Andrés entonces se fue por segunda vez.
A mis tíos Andrés y Graciela los conocí mucho antes de que se retiraran en la Del Valle, cuando visitaban México para ver a la madre de él, mi bisabuela Adela, y después a su hermana, mi tía Esperanza, que también vivió en la Colonia del Valle. Andrés y Graciela viajaban bastante y durante una época él me mandaba postales de los lugares que visitaban. Recuerdo sobre todo una colección de postales del Manneken Pis, la estatua del niño desnudo que orina, oriunda de Bruselas, y sus diferentes atuendos: e bombero, de aristócrata, de Santa Claus, de fabricante de órganos musicales que me mandó durante varios meses o años. Quizá por ahí conserve alguna o quizás todas se hayan perdido cuando mi hermano desmontó la casa de mis papás tras la muerte de mi mamá. Ahora que lo pienso, cuando yo estuve de visita en la capital belga hace unos 40 años no se me ocurrió buscarlo (¿o fui y lo olvidé, como olvidé gran parte de ese viaje?).
La relación con mis tíos Andrés y Graciela tuvo siempre un subtexto relacionado con el dinero. Ellos tenían algo, bastante, mucho, qué sé yo, de lo que él había trabajado, supongo. Como no tenían hijos, habían guardado gran parte, que mi tía, al parecer, cuidaba mucho. Recuerdo una escena, no estoy segura si a mis 17 o a mis 20 años (probablmente a mis 20), cuando él me regaló unos dólares para mi viaje a Europa, pero toda la operación se llevó a cabo a espaldas de mi tía y con la complicidad de mi mamá. Cuando él murió, todo lo heredó mi tía Graciela y cuando ella murió, ese todo pasó a manos de mi tía Esperanza. Me acuerdo que se contaba que había sido así porque mi tía Graciela no había tenido tiempo de cambiar su testamento a favor de sus propias hermanas después de la muerte de su "chinito". Mi mamá esperó siempre que una parte de ese dinero, al menos, le tocara a ella como una de los tres sobrinos de mi tío (los otros dos eran Lepi y Leni, los hijos de mi tía Esperanza y mi tío Leonardo), pero no fue así. Yo llegué a pensar que el hecho de que mi tío Leni me regalara el departamento donde vivo pudo haber sido, con o menos conciencia, una especie de resarcimiento por aquel agravio, pero vaya usté a saber.
Yo conservo un par de fotos de mi tío Andrés: una en la que aparece junto al escritor austriaco/británico, Stefan Zweig, y otra en la que aparece solo en su estudio de la Universidad de Columbia cuando aún era muy joven. La primera vive en una vieja maleta y la segunda cuelga en mi propio estudio, como inspiración/homenaje/recuerdo y hoy la comparto en el día de su cumpleños:
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