(tema que propuse en mi grupo de práctica de escritura de los lunes por la mañana, cuyos integrantes son anglohablantes y ajenos a la tradición de muertos - a mí me salió esto)
La forma tradicional, claro, son los caminos de pétalos de cempasúchil con su resplandor amarillo naranja y su perfume acre dulzón. Podría una preguntarse cómo no se pierden los muertos con tantos caminos en estos días, pero nos saldríamos del tema.
Para mi papá, pondría ópera, un cd, o más bien una grabación en línea porque yo no soy muy amante del género, pero él lo adoraba. Recuerdo cómo los domingos (no sé si todos, pero algunos seguro), nos despertaba a mi hermano y a mí (quizás a mi mamá también) poniendo en el aparato de sonido un réquiem a todo volumen. Imposible quedarse en la cama. No soy buena distinguiendo compositores y composiciones, pero con Verdi o Mozart lograría mi cometido. Lo que realmente me gustaría es que él se sentara conmigo a platicar tranquilos como nunca lo hicimos mientras vivió. La ópera podría quedar de música de fondo.
A mí mamá no estoy segura cómo le mostraría el camino a casa. No sé siquiera si se sintió en casa en alguno de los lugares que habitó. Creo que intentaría leerle un pasaje de una novela en inglés en voz alta. Le gustaba leer, especialmente en inglés y creo que disfrutaba, aunque no sé si tanto como yo, leerme un rato en la cama antes de que me durmiera. Así que podría buscar A Tale of Two Cities o Wuthering Heights. Creo que también le gustaban las novelas góticas, así que podría optar por alguna que me llegó de entre sus libros vía mi hermano, aunque yo no la haya leído todavía.
Para mi tía Olga prepararía una cuba libre, su bebida favorita: ron y coca con un toque de limón. Usaría un ron dorado muy aromático y lo vertería sobre el hielo primero para que se quemara (no tengo idea quién me enseñó eso, pero funciona); al final, una coca normal. El olor y las burbujas seguro que la guiarían de vuelta. Para que se quedara un rato y estuviéramos juntas, prepararía una baraja para jugar continental o canasta como lo hacíamos los fines de semana en la casa de mi abuela en Cuernavaca. Lo mejor era cuando ella y yo jugábamos canasta solas (aunque no fuera lo ideal, entre 4 se supone que es mucho más entretenido, casi a escondidas, mientras mis papás y mi hermano tomaban el sol y nadaban. Recuerdo esos momentos como unos de los más seguros y disfrutados de mi infancia.
Mi abuela Rosa. He aquí un desafío. No estoy segura siquiera si me gustaría que me visitara. Pero bueno, para guiarla le ofrecería su plato favorito que, hasta donde me acuerdo, eran los chiles en nogada o por lo menos los mandaba preparar para celebrar el día de su santo, el 30 de agosto, cuando se recuerda a Santa Rosa de Lima (la primera santa de América, según me dice sangugle). Entonces invitaba a toda su familia, cuando mi hermano y yo aún estábamos pasando las vacaciones de verano con ella. La casa volvía a la vida con los preparativos y mi hermano y yo quedábamos libres de su ojo avizor. Y digo su familia (hermanas, cuñados, sobrinos, sobrinos nietos) y no nuestra, porque como madrastra de mi mamá, tenía toda un ala de relaciones ajena a nosotros, aunque a veces convivíamos.
Y aquí otra toma de nuestra ofrenda de este año, que hemos dejado un día más o dos:
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