Anoche soñé con el Karmapa y, cuando lo escribo, se me enchina la piel. Tampoco puedo traducir la sensación a palabras, quizás ni siquiera debería intentarlo.
El sueño acababa con un beso cariñoso que yo le daba al maestro, cuando nos despedíamos y él abría el espacio para que me acercara. Me sorprendía ser invitada a esa calidez por esa calidez. Como si no lo mereciera y, entonces, sí lo mereciera. Así se hace la mente chiquita y grande.
El sueño traía consigo también muchas cosas, objetos, que el Karmapa nos regalaba, a mí y a alguien más que parecía acumularlos. (Quizá una parte mía que se apega más de lo que debe.) Y terminaba conmigo en un espacio compartido con mi ex amiga E, donde yo navegaba entre sus prendas de vestir intentando acomodarlas.
Cuando en la mañana, salí a caminar, me encontré, por tercera vez, con una avispa negra ahogándose en el agua de la alberca. La primera fue el viernes pasado (la rescaté con la canastilla para recolectar frutos que está en la punta de un palo de escoba). La segunda fue el sábado y la rescaté con mi zapato. Hoy tuve que recurrir al palo + canastilla de nuevo. Y me pregunté si no sería la misma avispa, con quien seguramente tuve alguna relación en otras vidas con otros cuerpos, la que me sigo encontrando y salvando una y otra vez.
La compasión, como la sabiduría y también la ignorancia, nacen nuevas en el momento presente.
No hay otro.
Aquí la avispa tercera o la avispa de siempre en su tercera manifestación,
sobre la canastilla para recoger fruta:
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