lunes, 4 de noviembre de 2024

Día de Muertos 10



Con cempasúchiles y cerillitos recibí a mis muertos este año y con un altar minimalista: 2 veladoras, un vasito de agua (por aquello de la sed y el viaje) y un platito con sal (por aquello de la purificación y la preservación). Pensé que eran los dos elementos más importantes junto a las flores (puente para conectar a los vivos y los muertos y guía aromática para el regreso de los segundos) y la luz de la velas (guía luminosa y recordatorio de que la vida y la muerte son parte de un ciclo continuo). Estaba mi muerte vestida de novia, que siempre está, y mi Buda viajero, para invocar la compasión y la sabiduría. Invité, además, a mi minina Ñaña que es parte del altar desde aquel que monté en casa de Joana en Barcelona y un armadillo de esos que mueven la cabeza por si alguien se perdía en el camino (me pareció que sería un buen acompañante). Este año no hubo fotos ni otras comidas ni tampoco colaboración en el montado de la ofrenda. Encendí un incienso para honrar a mis muertos 
y medité mientras venían en camino, el 31, que salimos a Chimal.




Allá, por fortuna, mi comadre, como cada año, había montado el altar con todas las de la ley. Además de lo mismo que yo había puesto, ella tenía juguetitos para los muertos niños, que llegaron el 31, y  comida para los grandes (doña Macha, doña T y don Pepe) que llegaron ayer: camote y guayabas en dulce, fruta, tamales, pan de muerto y a las 3 en punto del día primero de noviembre, les llevamos arroz blanco con verduritas, mole rojo, frijoles y un chayote espinudo. Adrián llegó un pelín más tarde porque no encontrábamos su foto, pero llegó y le pusimos, además, unas ciruelas de las de hueso grande que creo recordar que le gustaban. También andaban por ahí la Chara y el Bon, perra y gato consentidos de Chimal. Hubo cohetes para recibirlos a todos y también tequila (para doña T y para Adrián) y mezcal y anís (que eran de don Pepe). 




Me tocó a mí despedirlos a las 3 en punto del mero 2, acompañados por el sonido de las campanas de la iglesia, mientras María Eugenia, Yare y Santiago andaban en el panteón llevándoles flores a los papás de mi comadre.



Así una visita más de nuestros muertos.
Un recordatorio del ciclo de la vida.
Y de la muerte.
Y de nuestra danza continua entre las dos.