Hoy serían 63 años si mis papás pudieran celebrar su aniversario de bodas. Yo lo celebro en su nombre. Los recuerdo.
Hoy no encontré las plantas que suelen florear para este día en el jardín del condominio. Pero encontré pétalos de tabachín flotando a la deriva sobre el fondo azul de la alberca del fondo, la más mía de las dos albercas.
Y los fotografié:
Y pensé que así suelen ser nuestros encuentros con otros, nuestros amores: pasajeros y cambiantes. Y algunos, como el de mis papás, dejan frutos y semillas: mi hijo, mi hermano, yo. Y aunque yo no creo que las personas se encuentran después de muertas en la forma que tuvieron en vida, sí creo que los lazos kármicos que nos unieron en una vida, seguro nos unieron en el pasado y nos unirán en el futuro.
Pero, en realidad, ese no es el punto. El punto es más bien trascender el ciclo de sufrimiento de las vidas con sus renacimientos cíclicos para reconocer la naturaleza de nuestra propia mente, que es la de todo y todos sin distinción.
Ojalá que mi papá y mi mamá estén en ese camino o cerca de encontrarlo.
Ojalá que reconozcan lo que es el amor incondicional y la compasión sin punto de referencia.
Ojalá que hallen la felicidad duradera más allá del sufrimiento mundano.
Y entonces el aniversario no tendrá ya sentido, aunque yo, mientras siga por aquí, se lo seguiré celebrando.
¡Felicidades, pues, Marta y Román!
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