martes, 7 de octubre de 2025

7 de octubre

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Mal y tarde empecé a compartir información sobre el genocidio en Gaza. Dos años van de esta atroz etapa. Dos años desde que Hamas y otros grupos armados atacaron y mataron alrededor de 1,200 personas en el Sur de Israel, de los cuales más de 800 eran civiles, incluyendo 36 niños, además de tomar rehenes, algunos de los cuales siguen cautivos. Dos años de horror en Gaza: desplazamiento, destrucción de infraestructura civil, privación de comida y medicina, y más de 65,000 personas asesinadas, incluyendo alrededor de 18,000 niños y más de 200,000 heridos en lo que Amnistía Internacional (fuente de estos datos) ha determinado como un genocidio.

¿Y cómo seguimos permitiendo que suceda?

Lo que está sucediendo no empezó hace dos años, sino hace más de 75: 75 años de muerte, de injusticia, de invasión, de desplazamiento. Y más de 120 de colonización. Y Gaza y Palestina no son, tristemente, los únicos lugares del mundo donde atestiguamos semejante barbarie: Sudán, el Congo, el Tíbet, la Amazonía...

Gaza se ha vuelto, empero, un símbolo de lo peor que somos como raza humana y de la oportunidad de encontrar un camino juntes hacia otra manera de comportarnos. No sé lo suficiente para hacer una reflexión ni política ni social ni económica, pero sí puedo hablar desde lo que he estudiado y practicado durante casi 30 años: las enseñanzas del Buda.

Y hoy lo hago porque el silencio (desde hace mucho) no es una opción.

El príncipe Sidarta, después de completar su camino interior para ver la realidad cómo es, más allá de cómo creemos que es, cuando despertó como Buda Shakyamuni, habló sobre el karma. Dijo que el karma no es nada más que el hecho de que nuestras acciones tienen consecuencias (no una teoría esotérica en la que se pueda creer o no). Sin pretender abarcar un tema complejo y profundo (cuya comprensión total se dice que solo es posible desde la mente iluminada), voy a retomar una de sus avenidas, a saber, la existencia de un karma grupal, es decir, aquellos resultados de nuestras acciones que compartimos con nuestra familia, con nuestro grupo social y con la humanidad con la cual estamos habitando el planeta Tierra en estos momentos.

Puesto de forma sencilla, todes somos responsables de las atrocidades que suceden en Gaza y en esos muchos otros lugares del mundo.

 ¿Y cómo es que somos responsables?

Es una pregunta que me hecho muchas veces y que he compartido y reflexionado en los grupos de estudio budista en los que participo, pero no fue sino hasta hace poco, que encontré una de las respuestas. Somos responsables en la medida que seguimos perpetuando un esquema mental que divide al mundo en blanco y negro, en yo y otro, en nosotros y ellos, en amigos y enemigos, en buenos y malos, en víctimas y victimarios. Y sí, se trata de una propuesta muy revolucionaria (aun subversiva) que, a nivel relativo, podría sonar como una locura. Y suena a locura  porque desafía la manera de pensar que hemos tenido desde siempre y que es, según el Buda, el origen de todo nuestro sufrimiento y del de los demás.

Esa división entre yo y otro, que me lleva/nos lleva, a defenderme/a defendernos a capa y espada de lo que no soy yo es el comienzo del ciclo interminable de sufrimiento, no solo para el otro, sino para mí también, no solo para elles, sino también para nosotres. Esta manera de pensar nos convierte tanto en victimarios, como en víctimas y en su polaridad nos imposibilita salir del ciclo.

Y  nivel práctico, de la vida cotidiana, ¿cómo hago algo diferente?

Hago algo diferente empatizando no solo con las víctimas sino con los perpetradores, pues ambos están/estamos generando sufrimiento propio y ajeno. Y lo generamos, paradójicamente, en nuestra búsqueda de la felicidad. Porque ambos, todes, amigues, enemigues, animales, dioses, fantasmas hambrientos, seres de los infiernos, semidioses, seres humanos estamos intentando ser felices y trascender el sufrimiento y las más de las veces optamos por caminos que nos hunden más en la miseria, propia y ajena. Pero el hecho de buscar lo mismo nos hermana más allá de lo imaginable.

 Incluso cuando da náusea pensarlo.

¿Y por dónde empiezo? ¿Por dónde empezamos?

Mirando hacia adentro. Familiarizándonos con nosotres mismes. Familiarizándonos con nuestra mente que es capaz de desear, de odiar y de ignorar como la de todes les demás.  Mirando hacia adentro y reconociendo cómo lo que nos violenta afuera, nos habla también de nosotres, aunque no nos guste y no lo queramos ver y pensemos que no, que nosotres no somos como elles.

Y entonces la indignación puede irse transformando en compasión y la compasión manifestándose en acciones claras, precisas, necesarias, que trasciendan las limitaciones de las posturas extremas, del odio, de la culpabilización, del terrorismo de cualquier facción.

Mientras me sigo entrenando y aprendiendo y cuestionándome, hoy mi corazón está con Gaza y los palestinos y con todos los que siguen sufriendo y resistiendo alrededor del mundo. Intento abrir el corazón hacia quienes han torturado y maltratado y matado de hambre y bombardeado y desmembrado y asesinado y humillado y destruido y


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