domingo, 30 de junio de 2013

. m . a . g . i . a .


Yo de música sé poco. Soy desentonada y mi memoria auditiva es casi nula. Si escucho y canto Let It Be en mi cabeza y luego se me ocurre abrir la boca, sale algo más parecido al Himno Nacional. Pero eso sí, soy buena escucha y tengo mis preferencias.

Desde que mi hermano y yo éramos bastante chicos, tendríamos alrededor de ocho años quizá, mis padres nos llevaban a conciertos de música clásica. Vivíamos en la Ciudad de México. La Filarmónica de las Américas y la Orquesta Filarmónica de la UNAM destacan en mi memoria.

No puedo precisar cuándo la llamada música antigua (renacentista y, sobre todo, barroca) se convirtió en mi predilecta. Lo ha sido desde siempre, parece.

Así pues, dos oboes, dos violines, una viola, un contrabajo, un violonchelo y un clavecín sentado al cual se encuentra el director del conjunto (la orquesta Novum Antiqua Musica) constituyen una fórmula infalible para una colección de momentos únicos, como los tuvieron hace un montón de años los oyentes de los siglos XVII y XVIII

"Qué mágico", podrían opinar mi hijo y sus amigos.

Mágico fue compartir este concierto con el susodicho e incluirlo, así, en la tradición de la familia a la que pertenece, a pesar de que la convivencia real haya sido casi nula.

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