Dan las 2:30 de la tarde. Fernando bosteza. Mira la pantalla
de la computadora y empieza a cerrar los programas. Luego la apaga. Mueve los
dedos de la mano derecha para desentumirlos. Mete los recibos pendientes de
revisión en un fólder. Guarda el celular en el bolsillo y sale del despacho. Se
dirige a la puerta. Suspira. Sale. Le echa llave. Llama el elevador. Se sube
despacio y aprieta el botón del sobreático sin voltear a verlo. Se baja y
cuando está buscando la llave de casa, la puerta del departamento se abre.
—Te estaba esperando —le dice Ramona intentando sonreír—. Se
va a enfriar la comida.
Fernando no le responde. Entra y se sienta en su sitio en la
mesa del comedor. Tiene los ojos hinchados; las ojeras, marcadas.
—¿No te vas a lavar las manos? —le pregunta ella.
Él no le responde. Se dirige al lavabo. Se lava las manos y
vuelve a tomar su lugar. No voltea a ver a Ramona.
Ella se va a la cocina y regresa con un plato de ensalada,
sin aliño. Lo coloca en la mesa frente a Fernando.
—Hoy le puse aguacate. A ver si así te gusta más.
Él no le contesta. Empieza a comer. Ella lo mira de soslayo. No
se sienta a la mesa con él. Se le humedecen los ojos. Se los frota con disimulo.
Fernando se acaba la ensalada casi de un bocado. No voltea a
ver a Ramona. Ella levanta el plato y vuelve a la cocina. Le tiemblan las
manos. Regresa con el segundo tiempo.
—Hoy preparé tu plato favorito —le dice a Fernando mientras
coloca frente a él un filete de merluza a la plancha, sin aliño.
Él no voltea a verla. Mira el pescado. Suspira. Se levanta de
la mesa sin tocar siquiera la comida y se dirige a la puerta. Antes de
cerrarla, voltea a ver a la mujer, que está paralizada, llorando, de pie junto
a la mesa del comedor.
—¿Y a ti quién te dijo que la merluza asada era mi plato
favorito? —Sale del departamento sin esperar respuesta.
En la noche, Fernando y Ramona se sientan juntos en el sofá
de la sala para ver el inicio de la segunda temporada de Top Chef. No se
dirigen la palabra.
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