Antier me quedé sin internet, así de pronto, sin un agua va o la conexión se corta, como suele suceder en esta dimensión imperfecta en que vivimos. Por supuesto que no era solo una cuestión de sentirme fuera del mundo, sino que tenía la necesidad de mandar por correo electrónico una traducción recién terminada a un cliente nuevo. Entonces, a tomar los bártulos y buscar un lugar con conexión, de preferencia tranquilo. Claro, mi consultorio. Me dirijo hacia allá, con laptop en mano (menos mal que la compré, aunque no me hacía falta realmente) y descubro que el lugar está tomado por un grupo de padres que han decidido tomar en sus manos, literalmente, la educación de sus hijos. Logro instalarme, casi de incógnita, en la oficina de una amiga, de viaje en estos momentos, donde se encuentra el módem y me pongo a trabajar, con una máquina en modo hiperlento, como quien trabaja a la mitad de un patio de recreo con los niños a tope. Ni modo. No hay de otra. Entonces, vía chat, otra amiga me pregunta cómo va mi día y le digo que "samsara" está haciendo de las suyas y ella me desea suerte.
"Samsara" en la terminología budista se refiere, más o menos, a la existencia cíclica caracterizada por el sufrimiento a la que nos condenamos nosotros mismos básicamente por nuestro aferramiento al yo como si fuera una instancia sólida, permanente, singular, independiente, cuando realmente no lo es. Hoy —por primera vez, quizá, con tanta claridad— entendí, cuando le contestaba a mi amiga, cómo estaba culpando a "samsara" de mis problemas como si fuera una entidad sólida y externa a mí misma (la contraparte de mi yo). De repente me cayó el veinte de que vivir en samsara (sufriendo) o fuera de él, realmente depende de cómo me relacione yo (desde mi propia mente) con lo que me sucede. No hay nada ni nadie afuera a quien culpar y tampoco se trata de culparme a mí misma. La verdad es que sí que tengo la posibilidad de experimentar las cosas desde un lugar más abierto y espacioso y eso es finalmente un atisbo de "nirvana" o liberación. Ni más ni menos.
Y bueno, ya entrada en gastos y sensibilizada por el horror de la falta de internet, también descubrí que mi aferramiento al amor que no pudo ser —y no fue— es más un signo de mi incapacidad (o dificultad grandísima) para soltar las historias que me hubiera gustado que en mi pasado fueran diferentes (a saber la relación tan tan complicada con mi madre) y que me empeño en seguir recomponiendo a través de historias presentes igual de complicadas o igual de condenadas al fracaso. En otras palabras, me defiendo del dolor enorme, de la ausencia, del vacío, de la soledad, del miedo, como si también fueran sólidos e inmutables, cuando la opción para salir de este mi samsara particular, consiste más bien en soltar y dejar que el espacio se airee.
En fin, quién diría todo lo que estaba escondido detrás de una incomodísima mañana. Para cerrar, me vienen a la mente las palabras de Leonard Cohen: There is a crack in everything / That's how the light gets in. Menos mal...
seattle 2015 |
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