esta cruz, en el cofre de mi Antuanito |
Amo esta fecha. Porque es pleno otoño ya (aunque muramos de calor). Porque cada año me conecto con el ritual del pericón, con mi abuela Rosa, con la época en que Santiago era pequeño y su papá y yo colocábamos las cruces amarillas, en nuestro coche (como los taxistas y camioneros) y en nuestra casa.
Y entonces busqué la palabra ritual (perteneciente o relativo al rito). Y rito es una costumbre o ceremonia. Costumbre es una manera habitual de actuar o comportarse y también una práctica tradicional de una colectividad o de un lugar. Pero la definición que no tiene desperdicio es la de ceremonia:
Del lat. caeremonia.
1. f. Acción o acto exterior arreglado, por ley, estatuto o costumbre, para dar culto a las cosas divinas, o reverencia y honor a las profanas.
Porque casi no se entiende o por lo menos a mí no me queda clara racionalmente, pero intuitivamente tiene que ver con mi gozo cada año que es víspera de San Miguel, como se puede constatar en varios lugares (1, 2, 3, 4, 5 y 6). Anticipo la fecha más o menos cuando empieza septiembre, con cierto resquemor de que se me pueda pasar y me pudiera quedar desprotegida. Siempre están ya las pobres cruces del año anterior, apaleadas por tanto trabajo, como buen recordatorio.
A veces me encuentro a alguien vendiendo cruces en algún semáforo; a veces, no. Lo bueno es que también suelen ponerse afuera del súper que está a la vuelta de mi casa, como me recordó Aurora el miércoles pasado, no se me fuera a olvidar ir por las cruces nuevas. (No sé si ella las pone, pero sabe bien que yo las cambio cada año.)
Entonces ayer, 27, fui a comprar algunas cosas al súper y cuando terminé, me asomé a ver si había cruces. Nada. Hasta que se me ocurrió ver del otro lado de la calle, donde dos mujeres, pegadas a una pared para protegerse del sol, tenían su puesto. Entonces, animada crucé y les pregunté que a cómo las cruces. A $5 pesos, contestó la joven. (La mayor estaba sentada en una silla minúscula, almorzando, creo, y ni dijo nada.) ¿Y tiene más chiquitas para el coche?, pregunté yo. No, pero se la hago, respondió la joven. Y me la hizo. Y le pedí un poco de lazo plástico para ponerlas y un manojo de flores sueltas. Y me vendió todo por $15. Baratísimo. Le pregunté cómo iba la venta. Me dijo que bien. La conversación no dio para más. Le di las gracias y volví a atravesar la calle y recoger mi coche en el estacionamiento del súper.
Al llegar a casa, me dispuse a cambiar la cruz de Antuanito, el coche, y para mi sorpresa la del año pasado, que había visto hacía muy poco —juraría que antier—, ya toda quemada, había desaparecido. Justo a tiempo. Me senté en el piso y puse la nueva. Luego me fui a casa, quité la de la puerta, la desarmé y dejé las ramas secas en unas macetas. Luego amarré la nueva y me quedé muy contenta. Como quien estrena un año de muy buenas o se baja de la cama con el pie derecho.
Así, frescas, amarillas y brillantes, durarán poco tiempo. Como todo. Pero hoy, víspera de San Miguel, se ven preciosas.
esta otra cruz, a la entrada de nuestra casa |
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