miércoles, 29 de septiembre de 2010

Día de San Miguel

La calle principal de Ocotepec se llenó ayer de manchones amarillos: ramos de flores de pericón o cruces hechas de flores (unas más pequeñas para el auto, otras más grandes para la puerta de entrada a la casa). Dicen que la noche del 28 el diablo anda suelto y hay que protegerse. Yo recordaba que mi abuela Rosa colocaba una de esas cruces en el portón de su casa una vez al año. El amuleto permanecía ahí durante 12 meses, secándose y llenándose de polvo. Al año siguiente, era reemplazado por uno fresco. Su olor penetrante y dulzón se había quedado en algún lugar de mi memoria. Desde que me mudé a Cuernavaca y me encontré otra vez con las cruces, retomé la tradición cada septiembre. Ayer, no me pude detener en Ocotepec, así que seguí camino a Tepoztlán y en la carretera me econtré un puesto solitario, con una cubeta llena de flores y unas cuantas cruces, muy sencillas, a su lado. Me detuve y pregunté el precio. "Qué baratas", le dije a la señora que había ido a cortar el pericón al monte y que cruzaba un manojo de ramas verdes con puntas amarillas sobre otro, atándolos con un hilo de plástico blanco. "Es para que diosito nos proteja, no para hacer negocio", me contestó con una sonrisa y los ojos brillantes. Entonces recordé la intención del ritual y me las llevé, también con una sonrisa. Mi hijo y yo las colocamos, una en el cofre del coche y otra en la reja del departamento. Hoy, la calle principal de Ocotepec ya no vestía de amarillo, pero la señora del puesto donde ayer nos detuvimos seguía allí en la mañana, esperando quizá para ofrecer protección a algún despistado que se hubiera olvidado de la fecha.

3 comentarios:

  1. Hola Adela, ¡me da mucho gusto encontrar tu blog! Muchos saludos,

    Itzel E.

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  2. Hola Itzel, ¡qué gusto encontrarte por aquí! Te mando un abrazo grande y suerte con todo lo de la beca...

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  3. Por aca, en Tepoztlán, he aprehendido rituales como este. Y no sólo llenan mi casa de ese aroma dulzón del que nos recuerdas, también la llenan de la sensación de pertenencia a un pueblo que se niega rotundo a perder el saber tejer flores para que éstas nos protejan. Me sorprende y me gusta, también, reconocer la necesidad que nos mueve, a enseñárselos a nuestros hijos.

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