Aunque en este caso sea singular y blanca (no como las varias azules de acá, de hace poco más de tres años).
Esta preciosidad de color semejante al de la nieve o la leche (¿quién como la RAE para intentar definir lo indescriptible?), y que corresponde al de la luz solar no descompuesta en los varios colores del espectro (y no ceja en su intento.) la encontré del otro lado del Atlántico, en Caldes de Montbui, cerca de Barcelona, donde pasó unos días el verano pasado invitada por mi querida amiga Àngels. Ahora que lo pienso no le pregunté cómo le dicen allá.
Yo la nombro a mi modo, campa´nula, aunque no lo sea en realidad.. Pero aquí es válido aquello de que una rosa, nombrada de cualquier otra manera, seguiría teniendo el mismo aroma. O seguiría teniendo el mismo color, la misma belleza, a pesar de nuestra manía de etiquetar el mundo a nuestro paso.
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