De acuerdo con la tradición budista, el camino espiritual es el proceso de cortar a través de nuestra confusión, de revelar nuestro estado despierto de la mente. Cuando el estado despierto de la mente está ocupado por el ego y su asistente, la paranoia, asume el carácter de un instinto subyacente. Así que no se trata de construir el estado despierto de la mente, sino más bien de quemar las confusiones que lo obstruyen. En el proceso de quemar estas confusiones, descubrimos la iluminación. Si el proceso fuera lo opuesto, el estado despierto de la mente sería un producto, dependiente de causa y efecto y, por lo tanto, susceptible de disolución. Pero la iluminación es permanente porque no la hemos producido; la hemos meramente descubierto.
Cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas (inspirada por Irene Vallejo y su El infinito en un junco)
amar; hacer una tortilla de papa; criar violetas; lavar los trastes; criar un hijo; cambiar pañales; amamantar; preparar un biberón; llorar; hacer un duelo; dar a luz; morirnos; enfermar; hablar, meditar; cocinar; escuchar; dibujar; cantar; canturrear; dormir a un bebé en brazos; vestir a un bebé que no tiene aún control sobre sus extremidades; escribir poesía; hacer origami; dar una clase de español, en una secundaria sentada sobre el escritorio de maestro y hablar sobre Góngora a un grupo de adolescentes; ser amiga; ser amante; besar; hacer el amor; mentir; preparar pisto o berenjena estúpidamente deliciosa
Cosas que nunca he logrado entender (inspirada por Han Kang y su Clase de griego)
por qué aunque haya lluvia y sol no siempre sale el arcoíris; cómo es que la ambición y la ignorancia pueden llevar al exterminio de les otres; por qué mi mamá desde un principio abrió una brecha entre mi hermano y yo que se volvió insalvable; por qué mi papá se casó y tuvo hijos; por qué mi mamá se casó y tuvo hijos; por qué siempre me enamoro de personas inaccesibles; por qué el sol en invierno en Nueva York o en Madrid no calienta; por qué Adrián se fue caminando a la playa; por qué dejé de guisar tanto años
Cosas con las que no puedo reconciliarme (inspirada por Han Kang y su Clase de griego)
que mi papá me haya convencido de salir del clóset donde me había escondido junto a la alcancía de barro negro con forma de cerdo pegada después de haber sido rota y me desabrochara el pijama; que mi mamá me golpeara el muslo desnudo con la cerdas de un cepillo para pelo y me lo dejara lleno de puntos rojos; que mi mamá me regañara cuando vomité sobre la alfombra del pasillo camino al baño cuando aún no sabíamos que tenía hepatitis; que mi abuela Rosa me maldijera con 7 años de mala suerte cuando se me rompió un espejo en su cuarto
A mi tía Olga, que hoy cumpliría 110 años, le gustaba el color rosa. Se pintaba las uñas de rosa, cuando no se había inventado el gelish y las uñas se arreglaban una vez por semana. Para lograr el tono que le gustaba, combinaba dos barnices que ya conocían en el salón adonde iba. ¿O se las iban a pintar a su casa? Ni idea. Tampoco recuerdo cuáles barnices eran, pero sí recuerdo, o cuando menos tengo una imagen en mi mente, del tono de sus uñas, que era muy similar al de los sofás de su sala, que tenían, creo, un estampado vegetal en verde sobre el rosa. También se parecía al color de la alfombra que cubrió todo su departamento, hasta que después de su muerte, su hija la cambió por duela.
A mi tía Olga le gustaba cocinar y nos recibía en su casa, después de la escuela, todos los martes a la hora de la comida. Me imagino que de más chicos, llegábamos con mi mamá (mi papá no volvía a casa a comer) y de mayores, mi hermano y yo caminábamos (cada quien por su lado lo más seguro) hasta llegar a la esquina de Eugenia (que después se convirtió en el Eje Vial 5) y Avenida Coyoacán. Entre los platillos favoritos que preparaba y que nos deleitaban recuerdo: la tinga de pollo, las tostadas de pollo deshebrado con crema, frijoles y una salsa verde color esmeralda que era grandiosa, y las coyotas caseras, postre típico de Sonora, su lugar de origen (una suerte de quesadillas con tortilla de harina de trigo y un jarabe de piloncillo.)
Cuando comíamos en su casa se nos permitía beber refresco: una coca-cola para mí y un orange crush para mi hermano. No recuerdo qué bebían ni mi tía ni mi mamá.
A mi tía Olga le gustaban las telenovelas y compraba la Tele Guía, que tenía en su cuarto, donde yo me escabullía a leer las sinopsis de los episodios de las telenovelas que me estaba prohibido ver. Cuando iba a Cuernavaca a casa de mi abuela Rosa, su cuñada, y de mi abuelo Óscar, su hermano, se sentaba en lo que de noche se convertía en mi cama a ver las telenovelas con mi abuela, que ocupaba una enorme mecedora de madera laqueada en negro y con asiento y respaldo de mimbre tejido. Yo me asomaba a través del mosquitero de la ventana que daba al jardín, desde donde veía la espalda de mi tía y la tele muy lejos. Creo que también llegué a reptar para situarme junto a la enorme cama de mi abuela y desde ahí avistar los amores y lágrimas que tan atractivos me resultaban.
Relaciono especialmente con ella una producción de Televisa que se llamó El amor tiene cara de mujer de 1971, que contaba las vidas de varias mujeres que trabajaban en un salón de belleza, cuya dueña también era un personaje. Las actrices incluían a Silvia Derbez (que entonces y ahora me recuerda a mi tía, por su físico y por su modo maternal), Irma Lozano, Irán Eory (que me parecía un parangón de belleza) y Lucy Gallardo, la dueña del establecimiento. Más adelante se incorporó Anel, que eventualmente se casaría con José José. Muchos años después, mi tía y yo fuimos al cine a ver la biografía del cantante y su caída en las garras del alcoholismo. Creo que fue de las pocas, si no la única vez, que fui con mi tía al cine. Aquí un clipcito del inicio de esa telenovela:
A mi tía Olga le encantaba jugar cartas y con ella aprendí los rudimentos de ese arte, que luego compartí con mi hijo, con nuestres amigues, con mi sobrino, con mi nuera, con su hermano. "Como diría la tía Olga" sigue siendo una frase común cuando jugamos. Cuando estábamos con mi abuela, mis papás y mi hermano, jugábamos continental, que es el juego que ha sobrevivido en mi vida. Cuando estábamos ella y yo solas, y yo me escaqueaba de la alberca y el sol, me enseñaba a jugar canasta. Aunque me explicaba que es mejor entre 4 (así la jugaba ella con sus hermanas y amigas), para mí jugarla con ella era de los mejores momentos de mi vida: la tenía toda para mí.
En la casa de Cuernavaca, ella dormía en el cuarto de huéspedes, que estaba separado de la casa principal. Como tenía dos camas, supongo que matrimoniales, alguna vez me dejaron quedarme a dormir con ella. Fue maravilloso, pero nada común. Los azulejos del baño de ese cuarto eran del mismo color que las uñas de mi tía.
Y así me podría seguir infinitamente: hilvanando momentos con mi tía que fue mi refugio de cordura durante mi infancia y mi adolescencia y que aún hoy me conecta con un espacio seguro, de aceptación (y autoaceptación), de calidez, de confianza, de amor incondicional. No quiero ni imaginar lo que habría sido de mi y mi psique sin su presencia en mi vida.
Los claveles eran su flor favorita (esa sí lo sé), pero no tengo ninguna imagen mía de claveles.
Así que, tía, te dejo este primer par de flores entre rosas y rojas del nopal navideño (o cactus de navidad) que me regaló doña Pina hace unos meses, en recuerdo y agradecimiento del inmenso amor que nos profesamos tú y yo y de los momentos que pasamos juntas. Ojalá hubieran sido más. Ojalá hubieras estado en mi boda. Ojalá hubieras conocido a mi hijo.
Ojalá hoy hayas encontrado un espacio de paz y felicidad libre de sufrimiento.
A Doña T (T de Teresa o Teresita) no le gustaban ni los mariscos ni las aceitunas. Tampoco las flores de calabaza o no las comía porque alguna vez tuvo una mala experiencia: se enfermó después de comer unas y esa fue la última vez que lo hizo.
A Doña T le gustaba el tequila (casi seguro) y el té de la casa (de su casa: té limón y de azahar combinados, quizá su receta). Yo supongo que habrá disfrutado las galletas y pasteles que hacía mi comadre para el Café del Arco, y quizá también los bocadillos de jamón, queso, mayonesa, mostaza y crema, dorados con mantequilla en un sartén o comal.
A Doña T le gustaba platicar y, sobre todo, escuchar. Era muy precisa en los recuerdos que compartía. Le gustaba mucho bailar, con su marido, así que yo nunca la vi, pero me han contado. Hay en su casa una foto hermosa de ambos tomados de las manos mientras lo hacían. Más se detuvieron un momento para sonreírle a la cámara: él, como si no hubiera un mañana; ella, discreta, apenas.
Doña T era muy devota de la Virgen de Guadalupe. Para sus 90 no pude ir a su celebración por compromisos de traducción budista, pero le regalé una imagen de latón. En el descanso de la escalera para llegar a las habitaciones del segundo piso, cuelga una imagen tradicional de la virgen enmarcada. Muy bella. Creo que le gustaban los regalos que le hicimos a lo largo de los años, como el móvil de barro con una piñata y un grupo de gente lista para romperla, que aún cuelga cada temporada decembrina en la sala de mi comadre, o una familia de mariposas de hojalata que aún adornan el pasillo exterior de la casa.
Doña T siempre salía de su cuerpo impecablemente vestida (no como yo que luego bajo a desayunar en piyama, aunque quizá en vida de ella no lo hacía: no me acuerdo), con aretes que combinaban con su atuendo y alguna mascada para mantener el cuello calientito. Solía usar un mandil sobre la ropa (igual que mi comadre) para protegerla durante las labores domésticas.
Doña T quería mucho mucho a la Charamusca (Chara para los amigos), una perra encantadora que mi comadre se encontró de cachorrita abandonada en la carretera un día y llevó a hurtadillas a la casa, temiendo que doña T la rechazara. Con el tiempo, se adoptaron como familia.
Supongo que a doña T le gustaba cocinar y con ella aprendieron a hacerlo sus tres hijas y su hijo. No sonreía mucho o lo hacía más con los ojos que con la boca, con su humor tan característico, un tanto cáustico, como el de mi abuela María Luisa. También tenía, casi siempre, un dejo de tristeza en el rostro, quizá por las penas y las pérdidas vividas.
Hoy la recuerdo en su aniversario luctuoso y aunque no pueda ir al panteón a visitarla (de mis amores de noviembre, es la única cuya tumba sé dónde está), le dejo estas palabras y esta foto de abril de 2011, hace 14 años, allá en su casa en Chimal con un Santiago casi niño (creo que Ma. Eugenia y él estaban por bañar a la Chara y doña T supervisaba la labor), como muestra de todo nuestro cariño, entonces y hoy.
Espero que sea feliz, doña T, donde quiera que esté.
Un nuevo 22 de noviembre, un día más para celebrar a Santa Cecilia y pensar en mi mamá. Desde que murió Robert Redford, como cuento aquí, empecé a traer a mi mente cosas que le gustaban (o no) a mi mamá y pensé, también, que esa sería una buena manera de festejar su cumpleaños (el 91 si siguiera en su cuerpo).
Mi mamá no cantaba mucho y no recuerdo siquiera si era entonada, pero tenía un par de canciones que, a veces, compartía con mi hermano y conmigo "Do-Re-Mi" de La novicia rebelde como se tradujo en México The Sound of Music (traducida, horriblemente para mi gusto, en España como Sonrisas y lágrimas, casi como la revista de historietas románticas mexicana Lágrimas y risas, por eso me debe sonar tan mal la rendición española). Creo que esto sucedía cuando íbamos en el coche y mi papá manejaba. Cantábamos la parte de las notas musicales: Doe, a deer, a female deer. Ray, a drop of golden sun. Me, a name I call myself. Far, a long, long way to run. Sew, a needle pulling thread, La, a note to follow sew, Tea, a drink with jam and bread! That will bring us back to do oh-oh-oh! y nos la aprendimos de memoria, bueno no sé si mi hermano lo hizo o si la recuerde. Yo me la canto a mí misma alguna que otra vez y supongo que la compartí con Santiago cuando era chico (habrá que preguntarle).
Había otra canción, que gracias a internet averiguo que se llamaba "La cruz de guerra", de autores catalanes. No tengo la menor idea dónde la aprendió. Se sabía y nos enseñó dos estribillos: El primero, una promesa de un hombre que se lanza a la batalla a su novia que se quedaba esperando:
Por valiente he de ganarme
una cruz deslumbradora
pa verla sobre tu pecho
el día de nuestra boda.
El segundo, la vuelta del mismo hombre que perdió la vista en la contienda. La dramática frase que introduce esta estrofa versa: Y el ciego arrancando la cruz de su pecho, le dice a la moza con trémula voz:
Con orgullo has de lucirla
Porque está muy bien ganada.
Me ha costao el no poder ver
Más la gloria de tu cara
Aquí encontré la letra completa y varias versiones con diferentes intérpretes (unas joyas).
Mi mamá también contaba chistes, unos cuantos que repetía cada tanto y que ahora son parte de mi repertorio, que tampoco es muy amplio. Entre ellos, el de las pobres ranitas en la vía del tren o el de Pepito el Tocatimbres, que no entendía por qué le decían "ese hijo de la chingada".
No recuerdo, y no sé si alguna vez supe, cuál era el color favorito de mi mamá, o su canción predilecta, o su comida más apreciada. Su bebida, sí: el tequila en el día y un jaibol (con güisqui) en la noche, o el vino, supongo que casi cualquiera. No sé si a ella le gustaba al oporto o a mi papá: de alguno heredé yo el gusto, aunque ya no lo tome casi nunca. Ambos bebían campari junto con mi abuela Rosa a la hora del aperitivo y le ponían vermú. Quién sabe de quién habré aprendido yo a tomar el vermú solo o con hielo.
Tampoco sé cuál era la flor que más le gustaba, si es que había alguna. Pero yo le dejo por aquí unas rosas de las que fotografío casi diario en el condominio, porque son hermosas y es difícil equivocarse cuando se regalan rosas. Es un arbusto que está en la ventana del primero piso del edificio H, el penúltimo de donde vivo. Estas no eran lozanas, pero conservan esa belleza del ocaso:
Lo que es importante es que independientemente de la emoción que se esté experimentando —ya sea deseo, enojo, orgullo, celos, envidia, codicia, o la que sea—, lo que está realmente sucediendo es un cambio en la atención. La mente se está expresando de una manera diferente. Nada implícitamente requiere que uno suponga que esta emoción tiene alguna realidad en y por sí misma, que tiene alguna tangibilidad para nada, o incluso que tiene alguna forma, tamaño, ubicación, o cualquier solidez en absoluto. Es solo que la mente se está expresando de una manera diferente de lo que lo estaba haciendo hace un momento.
Yo hace 20 años (y 6 meses para mayor exactitud) que vivo en el departamento de La Arboleda que me regalaron mis tíos Mausy y Leni. Santiago vivió aquí de tiempo completo más de la mitad de ese periodo y aún hoy conserva su cuarto y lo considera un lugar seguro. Hoy es el aniversario luctuoso de Mausy, de quien me acuerdo especialmente y a quien le agradezco, como cada año, haber sido la artífice esencial para que este espacio nos haya acogido convirtiéndose en nuestro hogar.
Además del propio depa, están las áreas comunes: 2 albercas, algunos trozos verdes y el enorme estacionamiento donde camino casi cada mañana, y alguna tarde, con mi camarita rosa en mano. A veces pienso que ya no tendré nada más que fotografiar, después de todo este tiempo, pero siempre hay algo, incluso si es "lo mismo" de ayer o hace 2 días, porque nunca nada es "lo mismo". Todo es fresco y nuevo cada vez que lo miras.
Como estos últimos días, por ejemplo, en que me he encontrado: una mariposa estampada en café, beige y anaranjado; unas flores de trébol lilas, en una maceta de doña Pina; una flor de trébol amarilla en una maceta de mi balcón; un precoz balcón navideño; la sombra del Buda junto a la jirafa que hizo Yare con sus manos; una cochinilla en una de las bardas que da al súper; una balda de mi estudio llena de plantas enlatadas; unos colibrís y su sombra en el balcón de otra vecina; unas fresas y unas flores de fresas en el balcón contiguo a este; un pétalo descolorido de bugambilia encendido por el sol;mi sombra en el agua de la alberca del fondo; una flor morada y otra blanca en el balcón de doña Pina; un insecto hoja y su sombra sobre la pared de uno de los edificios; un pinzón mexicano trepado donde pasa la manguera para recargar los tanques estacionarios de gas; un capullo (de una rosa naranja jaspeada) "lozano y prometedor" como comentó Joana en FB; unos botones de flores de aguacate; el centro de una flor blanca enorme abriendo apenas (también de doña Pina); un árbol en un charco salpicado de bugambilias color bugambilia; una esfera de deseos por cumplirse...
Y me podría seguir. A cada paso que doy, con cada encuentro, cada imagen y cada palabra sobre este lugar le vuelvo a dar las gracias a Mausy por su amor, su regalo, su protección al insistir que el depa estuviera a mi nombre y su presencia, aunque demasiado breve, en mi vida.
Ojalá estés en el camino hacia la felicidad duradera y la ausencia de sufrimiento, Mausy querida...
La verdadera naturaleza de la mente no tiene principio y no tiene final, y no tiene centro ni circunferencia. Es una interconexión sin límite con todos los seres. No puede verse; no puede pensarse conceptualmente. Pero ciertamente puede experimentarse y su realización puede alcanzarse. Es la mente de un Buda. Y esta cualidad vasta y espaciosa de la mente está llena de todas las cualidades maravillosas de sabiduría y compasión y pureza. No está vacía ni es vacua. Comparar la naturaleza de la mente con el cielo es bueno porque nos da una sensación vasta de Infinito. Pero el espacio no es consciente, mientras que la cualidad esencial de esta espaciosidad interna es conciencia, sapiencia. Si no tuviéramos esta cualidad de sapiencia, no podríamos existir. Es conciencia clara detrás del funcionamiento de nuestros sentidos lo que nos permite conocer cualquier cosa; ella ilumina nuestro pensamiento y nuestras emociones. Detrás del movimiento de la mente conceptual está una sapiencia vasta y silente. Es tan simple. Pero no lo creemos. Y es triste, de hecho, que nos la perdamos. Pasamos por algo la simplicidad delante de nosotros.
(Fuente: ‘Into the Heart of Life’ [‘Hacia el corazón de la vida‘] por nuestra invitada.)
Hace unos días, durante mi caminata matutina, me encontré con esta sorpresa:
Sí, la Passiflora biflora de la barda del edificio E ha vuelto a florecer, después de, calculo, unos 3 años en que los jardineros verdugo la cortaron sistemáticamente. Como conté acá, no cortaron las plantas de raíz, por fortuna, pero durante todos esos meses tampoco la dejaron florear.
Hoy hay flores y botones y ramas que van invadiendo la barda y yo me preguntó por qué. ¿Habrá cambiado la política? ¿Se habrán olvidado de revisar la barda? ¿Alguien habrá considerado que las flores merecen vivir? La verdad es que cada mañana que salgo a caminar, o alguna tarde que me asomo por la ventana de mi cuarto, siento cómo se me encoge un poco el corazón pensando en la posibilidad de que las hayan vuelto a cortar. No ha pasado. De momento...
Ojalá que todos los botones lleguen a ser flores. Ojalá la otra planta más joven, unos centímetros a la derecha de esta, alcance a florear también. Ojalá que los verdugos hayan dejado de serlo.
Cuando busco la palabra "perseverante" en el diccionario de la Real Academia, me encuentro que significa "que persevera" y me encuentro también con el sinónimo que más me gusta: "constante": "que tiene constancia". Y recuerdo aquella película que en inglés se llamó The Constant Gardener, una historia de amor y muerte protagonizada por Ralph Fiennes y Rachel Weisz, dirigida por el brasileño Fernando Meirelles y basada en una novela homónima de John le Carré, que no leí. Se estrenó en 2005, hace 20 años ya, y yo la fui ver con un amante que fue lo contrario a la constancia: veleidoso diría la Academia. El título en español fue El jardinero fiel. Aunque la traducción es correcta, el vocablo "constante" me resulta mucho más evocador. Recuerdo que cuando volvíamos del cine a mi casa (yo manejaba a Antuanito), nos encontramos con un accidente automovilístico en al carretera. Él no dijo nada, pero rezó (supongo) en silencio.
Una anciana enciende una vela junto a una ventana sin vidrio.
Sus manos tiemblan, pero la flama arde fuerte.
La cámara se mueve despacio a través de calles vacías.
Un hombre planta un pequeño olivo en medio de los escombros.
Una niña dibuja una casa en la pared con un trozo de carbón.
Sonríe, a pesar de que la pared está rota.
Una madre cuelga ropa en una cuerda entre dos cosas rotas.
El viento la mueve suavemente, como fantasmas de ayer.
Un niño patea una pelota desinflada a través del polvo.
Rueda por delante de un auto quemado, pero él se ríe de todos modos.
Una maestra está de pie frente a les niñes sentades en el piso.
Escribe sobre una puerta rota, usando una pequeña piedra blanca y esperanza.
Un soldado pasa cerca, sus ojos llenos de silencio.
Desvía la mirada cuando ve el olivo creciendo.
El llamado a la oración se eleva entre el humo.
Las aves dan vueltas por encima, llevando luz en sus alas.
La vela de la anciana sigue ardiendo en la noche.
El olivo del hombre tiene su primera hoja verde.
Y en el dibujo de la niña, el sol sigue brillando.
Porque la tierra aún respira.
Porque Palestina aún vive.
Sobre el poema:
Repeating Ourselves III (Repitiéndonos a nosotros mismos III). Otoño 2025.
Necesita repetirse que este es el primer genocidio que ha ocurrido en nuestros teléfonos. Necesita repetirse que somos capaces de mirar algo durante más de dos años y no verlo. Necesita repetirse que aun cuando hemos registrado de forma diferente la escala de destrucción en Gaza, no hemos podido detenerla con protestas o con boicots. Necesita repetirse que seguiremos protestando y boicoteando, aun si afrontamos el riesgo de arresto. Necesita repetirse que el "cese al fuego" no ha detenido la masacre. Necesita repetirse que nuestro país está implicado profundamente en la destrucción de Gaza y la intensificación de la ocupación ilegal de Cisjordania, y esto pesa en la psique de todes, especialmente porque se niega con tanta frecuencia, especialmente porque es la historia repitiéndose a sí misma.
En esta crisis de repeticiones, queremos llamar la atención a poemas escritos por palestines. En un momento en que las voces palestinas son ignoradas o silenciadas violentamente, y los arquitectos globales del genocidio se congratulan ruidosamente entre elles, el tercer poema que estamos compartiendo es "Palestina aún vive", por Sarah, que es una poeta de 13 años de Gaza. Su madre tiene esclerosis múltiple así que Sarah cuida de toda la familia. No pueden conseguir medicación para su madre y no pueden evacuarla. Sarah no ha dejado de escribir. Está escribiendo en un inglés que es más claro que el nuestro.
El poema de Sarah ha sido impreso por @theohersey. Se puede comprar un impresión tipográfica A4 de su poema vía el enlace en nuestras biografías o vía la tienda en línea de @theohersey. Cada compra incluye también una impresión A5 de ‘Repeating Ourselves III’. Las impresiones se enviarán la semana que comienza el 24 de noviembre.
Todas las ganancias se compartirán directamente con Sarah y su familia y con @doctorswithoutborders. (Médicos sin Fronteras)
Este es el tercero en una serie de poemas tipográficos por poetas palestines, obtenidos a través de @thehandsupproject.
Por favor siéntete alentado a compartir/repostear, como una manera de elevar las voces palestinas.
Alice Oswald
Original en inglés, aquí. Traducción al español, mía.
Pues sí, hoy es el bloguiversario número dieciséis de este espacio. Increíble, ¿verdad? A mí, por lo menos me lo parece. Cuando arrancamos él y yo hace más de una década y media no me planteé hasta dónde llegaríamos y cada año que celebramos un nuevo aniversario juntos, me vuelvo a sorprender. Es mi relación de pareja más duradera, sin la menor duda, y la más estable.
En realidad no es estrictamente una relación de pareja, sino que es un puente para comunicarme con otres allá afuera, conocides y desconocides, más o menos querides, y fortalecer vínculos, crear nuevos o despedirme, también, a veces.
Como le he dicho a más de un paseante que se ha detenido a comentar algo en el blog, este espacio adquiere su sentido pleno cuando el puente se cruza y se establece la conexión. Gracias mil por los incontables vínculos que se han hecho a lo largo de 3,295 entradas, contando esta.
El blog también hace de puente hacia mi propio espacio interno y me brinda la posibilidad de procesar, mediante palabras e imágenes, lo que de otro modo se quedaría entre azul y buenas noches y, quizás, lastimándome. La sensación de no tener que rendirle cuentas a nadie junto con la responsabilidad para quienes me leen redunda en un equilibrio sanador continuado.
Qué más podría pedirle a este espacio...
En modo celebratorio, dejo unas imágenes de mi caminata matutina más reciente por La Arboleda, hoy que publico la entrada desde la CDMX, a la que yo sigo llamando DF:
Cada momento de la vida contiene en sí una pequeña muerte. La vida misma nos ofrece muchas oportunidades para echar un vistazo a la muerte. Hoy en día, la mayoría de la gente está demasiado distraída, y solo unos cuantos hacen un esfuerzo para verdaderamente aprovechar estas oportunidades. Sin embargo, hay una manera de relacionarte con las pequeñas muertes en la vida cotidiana que te puede ayudar a prepararte para la muerte del cuerpo al final de esta vida.
Todo lo que necesitas hacer es simplemente notar que hay un final en todo lo que haces y en cada momento: en una relación, un matrimonio, una forma de vida, o incluso una taza de café que está casi vacía.
En varios sentidos, este método podría sonar demasiado simple para ser verdaderamente efectivo. Sin embargo, la conciencia simple misma es la clave para entender que la muerte es parte de cada momento de la vida.
Aprende cómo estar consciente sin sentir que siempre tienes que hacer algo. Todo lo que tienes que hacer es notar.
Irónicamente, los cambios y finales que experimentamos en la vida suelen traer más bien que daño. No obstante, tendemos a crear grandes dramas a propósito de todo, especialmente a propósito de los cambios que etiquetamos como "malos".
Por lo tanto, aprende a disfrutar y apreciar la vida en lugar de sentirte triste sobre cosas que están completamente fuera de tu control.
Este año la ofrenda huele a cempasúchil y a pimiento asado y a nuez, a garbanzo y a melaza de granada, a berenjena y a ajo, y a limón y a pistache y a miel. Los cerillitos no tienen perfume, pero su color guinda contrasta con el amarillo anaranjado de las flores de muertos. Se mezclan los aromas de mi tierra, aunque nos faltó el copal, y los de la tierra palestina: a su gente, a sus muertos, está dedicada este ofrenda que pusimos Frida y yo, preparando todo durante más o menos 12 horas.
Un río desierto, agua y arena, la sostine en la forma de un rebozo de seda cruda color rosa mexicano que me regaló mi abuela Rosa hace un par de vidas cuando menos. Sobre ello está la ofrenda de luz, en forma de una vela de pan de muerto y 2 de cempasúchil. Hay agua y sal, claro. Y croquetas para mi Ñaña que siempre está y siempre viene. Y hay juguetes varios: un silbato en forma de torito, tres carritos, incluyendo una combi amarilla de tracción, y una muñeca de trapo con trenzas con lazos de colores. Son tantes les niñes palestines asesinades.
Hay caracoles porque Palestina también es mar y hay un representante del olivo, como tantas que la ocupación israelí ha asesinado desde hace tantos años: en una lata de aceitunas negras se yergue una violeta que planté hace unos meses. Y hay una casita, como las miles de casas destruidas durante la ocupación y el genocidio. Y una calabaza sonriente y una muerte novia. Y un bodhisattva, porque siempre están para ayudar si los llamas.
Hay tunas e higos: frutas del desierto. Y hay papel picado con diseño de kufiya, que diseñó Frida y lo remató con sandías. Y una rebanada de sandía, artesanía mexicana de madera, verde, blanca, roja y con semillas negras se yergue al centro de la ofrenda. En un plato escribimos nombres de mártires, en representación de todos los mártires.
Y les cocinamos. Yo es la primera vez que cocino exprofeso para los muertos que vendrán de visita. Fue fuerte: una mezcla de gozo y lágrimas. Hicimos babaganoush, y hummus, y muhammara. Y compramos dulces porque no los sabemos hacer: dedos de novia, graibes y un nido de pistache. Y Frida puso semillas para simbolizar la tierra.
Y el proceso todo duele y cura y hermana y acompaña. Como dijo mi amiga Joana a propósito de una foto en feisbuc: "Es de una solemnidad que llega al fondo del alma".
Gracias, Fri, por hacerlo juntas, por regar y alimentar mi conciencia.