viernes, 31 de diciembre de 2010

Decepción

Suena fuerte y, quizá, poco apropiado para cerrar un año y celebrar el inicio de otro. Quizá no. Si nos atenemos a la definición que el diccionario ofrece (pesar causado por un desengaño), nos quedamos cortos. Desengaño nos lleva, me parece, a una dimensión mucho más abierta: conocimiento de la verdad, con que se sale del engaño o error en que se estaba. Y de que duele, duele (por eso aquello del pesar, del efecto de ese conocimiento en el ánimo, de la aflicción por un suceso triste o doloroso). Sin embargo, visto más a fondo, salir del engaño, en otras palabras, empezar a ver las cosas, las personas, los fenómenos tal como son (o intentarlo, por lo menos) con la valentía de quitarnos la venda de los ojos (y, sí, es cierto, a veces ni siquiera es cuestión de valentía, sino de que la vida misma se lleva la venda sin pedirnos permiso) es un proceso similar al de una herida que va cicatrizando: duele, rasca (así definía mi hijo de pequeño la sensación de comezón), nos recuerda la agresión -voluntaria o involuntaria- que la provocó, a veces se reabre o se infecta, otras acaba por curarse y deja simplemente una marca. Y si portamos la cicatriz sin aferramiento, se convierte en el mero recordatorio de un pasado cuando confiábamos y sonreíamos sin saber que la base para ello era inexistente y nos brinda la posibilidad de un presente, más solitario quizá, pero donde nuestra seguridad -cambiante por naturaleza, como todo- no dependa ya de los otros, sino que brote de la posibilidad de relacionarnos con el mundo más allá de la ofuscación.

martes, 28 de diciembre de 2010

xmas is over

Un gallo canta cerca de la hora de la comida, varias veces.
La música de la casa contigua se cuela por mi ventana.
Un auto pasa despacio por la calle, casi sin perturbar el ambiente.
Una navidad menos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

A propósito de Jane Campion


y de su más reciente película, Bright Star, con la cual se cerró la 52 Muestra Internacional de Cine en el Teatro Morelos de Cuernavaca

para Edna

6:30 en punto, después de pasar el susto de que habían cambiado la programación y nosotras hechas a la idea de ver otra creación de la directora de El piano. Meses de planeación antes de poder concretar una discreta salida al cine. Pero la espera se justificaba: la muestra cerraba con la vida del poeta romántico John Keats vista a través de los ojos de la brillante neozelandesa. Y entonces, ¿por qué después de ese comienzo espectacular con la aguja que atraviesa la tela en manos de Fanny (el amor de Keats), después de la danza de telas blancas (sábanas colgadas para secarse, cortinas que irrumpen en la habitación impulsadas por el viento), de la pequeña Toots recogiendo flores blancas en el jardín o de la nieve cubriendo las ramas desnudas de los árboles, me empecé a sentir perdida? ¿No se había ido Keats a Italia en aras de su salud? ¿Por qué sigue en Inglaterra en la siguiente escena? ¿No estaba muy enfermo después de su regreso de Londres, escupiendo sangre sin remedio? Pero si apenas estuvo en la capital un día o unas cuantas horas. Y Fanny no para de llorar cuando lo acaba de ver. Se pregunta qué es el amor como si lo hubiera perdido para siempre. Pero debo ser yo que no entiendo. ¿Habré cabeceado sin darme cuenta? ¿Y si le pregunto a mi acompañante? ¡Qué vergüenza! Va a pensar que no soy tan cinéfila como presumo. Abigail, sirvienta de la familia de Fanny, da a luz un niño y unos cuantos cuadros más adelante apenas la están presentando con el futuro padre de su criatura. Ah, claro, no es el mismo personaje. Sólo llevan idéntico nombre. No, pero si es igualita. ¿Y el tal Charles Brown no se había despedido para siempre? Y ahora anda por la casa como si nada. Pero, ¿y esos saltos y cortes bruscos entre las escenas? Bueno, esto es cine mucho más vanguardista de lo que parecía. No, no puede ser. Finalmente, haciendo de tripas corazón, me acerco a mi amiga y le pregunto (casi a modo de confesión): ¿Soy yo o aquí hay algo raro? Desde la oscuridad me contesta algo como, sí, ¿verdad?, hay cosas que no quedan claras. Bueno, por lo menos no soy la única que no ve el nuevo traje del emperador. Y, de repente, la iluminación: ¡Si es que nos han puesto los rollos en desorden! La propuesta de Jane Campion es la de una narración cronológica, tal como empezó, recreación perfecta del ambiente del campo decimonónico inglés, de los versos de Keats, y resulta que o el cácaro se quedó dormido o, como nos decían a la salida, es que la película ya venía muy mal desde el Estado de México y ayer la tuvimos que arreglar. Menos mal... que si Jane Campion llega a estar en la proyección se habría ido a aventar del primer balcón disponible. La nueva versión del filme equivalió, pues, a leer un libro que ha sido encuadernado en desorden o a admirar un pintura colgada al revés, sin la intención, claro está, de ofrecer al espectador un desafío, sino con el triste desenlace de haber destrozado una obra de arte, mucho más grave que la pérdida de la exigua suma que habíamos pagado por verla. Eso, sí, mi amiga y yo nos divertimos como enanas cuando nos dimos cuenta de lo sucedido y, de camino a casa, empezamos a rehacer el rompecabezas que recién habíamos compartido. Y, además, contamos con el pretexto perfecto para hacer otra cita y ver si cachamos la bright star en una proyección apegada a la edición original de la directora...

martes, 7 de diciembre de 2010

Familia 2

Me puse a buscar definiciones de tan socorrida palabra en el diccionario y lo que encontré fue que no hay una descripción clara del término. Por una lado se alude a un "grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas". Por supuesto es que si estuvieran emparentadas con otros, ya no vendría al caso el comentario. Aquello de vivir juntas me parece poco convincente. ¿Sólo pueden ser candidatos a familia aquellas personas con las que comparto un espacio? ¿Y si tal situación responde a otras motivaciones? Claro, queda lo de estar emparentados.

Entonces busqué "emparentar" y descubrí que se trata de "relaciones de parentesco, origen común o afinidad". Transparente como el agua... "Parentesco", por su parte, me ayudó enormemente en mi pesquisa pues se refiere, ni más ni menos, a un "vínculo por consanguinidad, afinidad, adopción, matrimonio u otra relación estable de afectividad análoga a esta". ¿A cuál? ¿Cómo es eso de la afectividad? Pues no hay otra que remitirse hasta "afecto" y encontrase con "cada una de las pasiones del ánimo, como la ira, el amor, el odio, etc., y especialmente el amor o el cariño". Bueno, así, podría yo estar casi emparentada con mi fontanero o con el vecino del departamento de abajo, ¿no?

El caso es que yo tuve una mejor amiga que dejó de serlo cuando se convirtió en mi cuñada, o sea, en mi familia. Cuando me divorcié, recuperé una amiga, alguien a quien me unían recuerdos pasados y afectos presentes. Pero resultó que seguía siendo la tía de mi hijo, o sea, casi mi familia. Y estas cosas parece que no acaban bien. ¿Será la consecuencia de nuestra incapacidad de entender lo que la familia es o de nuestro hábito por idealizarla, convirtiéndola en lo que no es?

"La familia es la familia", dice mi amiga Dolores y ahora esto me da más susto que añoranza. Siempre queda el recurso de buscar una familia en el sentido biológico y hallar nuestro lugar entre las iridáceas, como el azafrán o el lirio, o entre las ninfeáceas, como el
loto y el nenúfar...