viernes, 27 de febrero de 2015

Pequeño diálogo indirecto


Esto sucedió en algún momento del año pasado, quizá por teléfono, quizá por skype.

Ella le estaba contando a él alguna anécdota protagonizada por "su" hijo (el que ella tuvo con su marido, que luego fue exmarido). Él sabía que nunca podría jugar el papel de padre de ese joven, que estaba por llegar a la mayoría de edad. Si hubiera sido más chico las cosas habrían sido diferentes (pero eran como eran y los dos los sabían).

Ella decía "mi" hijo y entonces él declaró: "En la medida en que es tuyo, también es nuestro". A ella eso la emocionó mucho más allá de las palabras. Era una declaración más del amor que él le tenía. Quizá era la primera vez que alguien le declaraba su amor así. Ella le correspondía.

Hoy el muchacho ya cumplió los 18. Y ha vuelto a ser "suyo" (de ella nomás). Él renunció a esa (no) paternidad compartida, como renunció a tantas otras cosas, cuando decidió dejarla. Hoy a ella le duele aún que a ese "nuestro" se le haya caído la mitad. Y aunque sabe que el hijo estuvo siempre mucho más allá de ser una persona poseída (porque las personas nunca lo son en realidad), es la ausencia de esa complicidad la que todavía le saca alguna lágrima cuando se descuida.

jueves, 26 de febrero de 2015

ironía 2

o jugando a la metaficción


Vas al súper para distraerte del dolor (el corazón se te ha seguido rompiendo) y la máquina expendedora de boletos para el estacionamiento te habla (cómo odias a las máquinas que te hablan): “Su boleto se está imprimiendo, por favor tómelo y avance”, y no se le ocurre mejor acento que el del español de España.
Quizá sea la vida que cecea solo para recordarte que sigas adelante... Quizá sean solo los desvaríos de una mente que se quedó sin cuerpo, de un cuerpo que se quedó sin piel. Porque sí, es cierto que has asegurado que Fernando es español: medio asturiano y medio catalán, para más señas. ¿Y Andrea? Bueno, Andrea. Para empezar tomaste prestado para ella el nombre de una vieja heroína literaria tuya. La protagonista de Nada, ni más ni menos. Por cierto, harías bien en releértela, que ya casi no te acuerdas de nada —valga el juego de palabras, por esta vez—, más que del momento cuando la cara sedienta de esa Andrea recogía con placer aquel llanto. Sus dedos lo secaban con rabia. Estuvo mucho rato llorando, allí, en la intimidad que le proporcionaba la indiferencia de la calle, y así le pareció que lentamente su alma quedaba lavada.
Y tú dándotelas de protagonista de novela. Bueno. Sin comentarios. Además, recuerda que en realidad el nombre ni siquiera lo escogiste tú. Así te bautizó Fernando cuando a sí mismo se hizo llamar Bruno. Sí, por Bruno Ganz. Pero no el de ahora, que está ya más viejo que ustedes dos, sino el Bruno que visitó Lisboa en la piel de… Ya ni te acuerdas cómo se llamaba aquel marino que halló el reloj que marchaba al revés en la Ciudad Blanca y que luego le hizo el amor, claro, a la mesera del bar.
Lo cierto es que Fernando y Andrea, además de las peripecias en Baja California, se escaparon también a Lisboa y se pusieron a buscar el British Bar, donde se suponía que habitaba en la vida real el mentado reloj. Y lo encontraron —no vayan a creerse que no—, aunque para su mala suerte el bar estaba cerrado por obras, pero la amabilidad de un operario que estaba trabajando les permitió verlo y fotografiarlo, ver que el reloj existió y existe.
Y aunque es cierto que las coordenadas espaciales y temporales parecen coincidir, también has leído en internet que la memoria es mucho menos confiable de lo que creemos: inventa, recompone y arregla según sus conveniencias. Quizá sea suficiente con creer que Fernando y Andrea visitaron juntos esa Lisboa —con la que soñaron treinta años antes, la tarde en que no se tomaron de las manos en las butacas del desaparecido cine Casablanca en Barcelona.

Ya las nubes atlánticas que los vieron hacerse el amor en su primera madrugada lusitana se fueron con el viento hace muchísimos meses. Ya no queda, pues, testigo ni de sus andares ni de sus amores. Tal vez nunca existieron y fueron solo, como decíamos al principio, los desatinos de una mente enloquecida. Porque como le decía a Bruno, que no era Bruno, la camarera, que tampoco era una camarera, en el British Bar, que tampoco se llamaba así: “Si hiciéramos caminar todos los relojes al revés, el mundo marcharía al derecho.” Pero al reloj que contaba la historia de Fernando y Andrea hace tiempo que se le acabó la cuerda. Eso sí, tú siempre puedes darte una vuelta al súper y azotarte (flagelarte quizá hubiera dicho Fernando, o como se llame, antes de adoptar tus palabras) con el acento de la máquina expendedora de boletos.

martes, 24 de febrero de 2015

El cuarto recordatorio

o de cómo intento ganarle la partida a samsara

Hay una práctica en el camino budista llamada "Los cuatro preliminares comunes" o "Los cuatro recordatorios". Como sus nombre indican, constituyen, por un lado, una contemplación que nos prepara para llevar a cabo otras prácticas, aunque en sí mismos constituyen un trabajo profundo con la mente y con nuestros patrones habituales (como es el caso para todo el camino de meditación en realidad). Por otro lado, se les describe como cuatro pensamientos que nos orientan hacia el dharma (hacia el camino, hacia la verdad, hacia las enseñas del Buda) en oposición a todos los pensamientos que minuto a minuto nos enganchan con la dimensión mundana, con la existencia cíclica a la cual nos anclan nuestros patrones mentales neuróticos habituales (samsara en sánscrito).

El cuarto de estos recordatorios reza así: Los hogares, amigos, placeres y riquezas del samsara son el suplicio constante de los tres sufrimientos, como un banquete antes de que a uno lo ajusticie el verdugo. Debo cortar los deseos y apegos y esforzarme por lograr la realización.

Como señalan los maestros, la validez que las enseñanzas de Sidarta Gautama tienen hoy depende del sentido que les encontremos en nuestra vida cotidiana, mucha más allá (o más acá) de tomarlas como meras disertaciones filosóficas, más o menos profundas y trascendentes. Y así, este cuarto recordatorio tiene que ver con estar conscientes del sufrimiento que implica estar en el samsara, sin que se invalide la posibilidad de disfrutar lo disfrutable, pero sin aferrarnos a ello: esta sería una manera de entender la realización.

Yo ayer, mientras comía, frente a la tele, viendo un programa de concursos y sin pensar demasiado en nada, empecé de pronto a llorar, bastante inconsolable. Pero noté que no era el llanto común y corriente de tristeza, depresión o soledad. Este era un llanto que me salía de más adentro del pecho y, eso sí, me seguía abriendo el corazón. Entonces me di cuenta, no solo con la cabeza, sino con el cuerpo, con la piel, que una de las causas principales de mi sufrimiento ha sido creer que puedo ganarle la partida al samsara (outsmarting samsara decía Trungpa Rinpoché).

En otras palabras, cuando reencontré el amor el año pasado, me conecté, sin conciencia, con la arrogancia de que todo se había resuelto en mi vida, sin acordarme de que en el samsara nada se resuelve en realidad: todo cambia, cualquier evento es pasajero y nos lleva al sufrimiento si nos aferramos a él como si fuera sólido y real. Y ayer esa arrogancia se resquebrajó toda. Experimenté, más allá de la racionalización, que no puedo ganarle la partida a la existencia cíclica, que intentarlo implica prolongar el engaño y el sufrimiento. Y fue fuerte, doloroso y liberador; me quedé sintiéndome totalmente vulnerable, como si me hubieran desnudado por completo. Y me di cuenta, también, que en última instancia todos los seres somos así de vulnerables y es precisamente desde ahí desde donde podemos acceder a la realización de la que habla el cuarto recordatorio, aquí y ahora, en cada momento de nuestra existencia.

lunes, 23 de febrero de 2015

Impermanencia 8


La palabra impermanencia no está registrada en el Diccionario. Las que se muestran a continuación tienen formas con una escritura cercana.
  • impertinencia.
  • permanencia.
Esto es lo que nos encontramos si buscamos el término que hoy vuelvo a proponer. Aunque pareciera que las sugerencias de la RAE poco tienen que ver con lo que busco, resulta que la tercera definición de "impertinencia" es: 3. f. p. us. Susceptibilidad excesiva, nacida de un humor desazonado y displicente, como lo suelen tener los enfermos. Dejémoslo en que cualquier parecido con mi disposición de esta temporada es mera coincidencia...

En cuanto al segundo término, el diccionario define "permanencia" así: 1. f. Duración firme, constancia, perseverancia, estabilidad, inmutabilidad. Y esto me resulta por demás interesante, pues así es como siento que es el mundo —estable, constante, firme—, aunque racionalmente pueda decir que todo es transitorio y efímero, sobre todo porque he tenido contacto con las enseñanzas del Buda, que nos machacan con esta realidad sin piedad, y ni así la he podido hacer mía del todo. Bueno, en mi defensa digamos que esto de trabajar con la mente y con los patrones habituales es un proceso y por suerte la vida siempre nos ofrece nuevas oportunidades para aprender las lecciones.

Ayer, ni más ni menos, estaba en el cine viendo la película por la que Julianne Moore ganó el Oscar como mejor actriz (Siempre Alice) y de pronto me di cuenta (quizá a propósito de la pérdida de recuerdos y de la propia identidad que sufre la protagonista, diagnosticada con Alzheimer precoz) que gran parte de mi sufrimiento de los últimos meses tiene que ver con que tomé como permanente lo que no lo es —y bueno, en esta dimensión en que vivimos nada lo es. Yo me creí y me aferré a la idea (inconscientemente o casi, hasta anoche) de que un amor que había sobrevivido más de treinta años era inmune a la transitoriedad. Es decir, me aferré a algo que solidifiqué en mi mente, tomándolo como inmutable. Y entonces me cayó el veinte (otra vez) de que por su propia naturaleza, nuestro amor, el amor, cualquier sentimiento, cualquier fenómeno compuesto es impermanente, transitorio, efímero y justamente tratar de atraparlo y no dejarlo ir es lo que me provoca el dolor, sí mi propia mente. Y eso que medito. No me quiero imaginar cómo sería la cosa si no meditara.

Así que, sumando a esto de la impermanencia, la conciencia de que solo el presente existe: hoy solo hay hoy, ni treinta años atrás, ni un año atrás, ni siquiera unos cuantos meses. Y los recuerdos, mientras duren, podrán ser buena compañía en la medida en que puedan deambular en libertad y con espacio, no como una manera de latiguearnos o de aferrarnos ni a lo que fue ni a lo que pudo haber sido.

Ya veremos cuántas lecciones más necesito...

domingo, 22 de febrero de 2015

Carta de amor 4


Tú eres sin lugar a dudas mi historia de amor más triste. Quizá sea un tanto irónico, "también", que hace apenas unos meses recordé que habías sido la primera y celebré que serías la última.

Y hoy eres la que cada mañana me despierta con un hueco en el pecho. La que no puedo terminar de soltar.

Hoy no sé como hablarte. Tampoco cómo dejar de hacerlo. Hay días en que mi necedad me aburre. Hay otros en que mi anhelo me gana. Otros más, solo me siento vacía.

Aún te pregunto, y de pronto me respondes. Aún busco una explicación y sigo sin encontrarla. Aún sé que tú sabes dónde buscarme e imagino que todavía lo haces. Quisiera esconderme, "también", pero tampoco me sale.

Quizá solo tendiendo las lágrimas al sol acaben por evaporarse. O escribiéndolas. O llorándolas y secándolas. O dejando de pensar. La tristeza acabará por dulcificarse y entonces ya no dolerá tanto que tú seas sin lugar a dudas mi historia de amor más triste.

sábado, 21 de febrero de 2015

Pequeño diálogo esclarecedor


Volvemos de la Ciudad de México hacia Cuernavaca de noche, después de celebrar Losar, Marisa, Santiago y yo. Él viene completamente desconectado de nosotros, en el asiento de atrás, con su iPod y sus audífonos. Marisa maneja y yo voy de copiloto. Venimos hablando de lo bien que la pasamos y de las canciones de realización que cantamos como parte de la celebración.

Yo: Los americanos cantan la dedicación del mérito de Milarepa en dos patadas.

Marisa: A mí me gusta más nuestra versión, que es mucho más lenta. Quizá es porque estoy más acostumbrada.

Yo: Tal vez nuestros "me gusta" sean solo eso, una manera de decir que estamos apegados a un hábito.

Y así, en plena carretera, nos topamos con este hallazgo sobre el funcionamiento de nuestra mente —la magia de las bendiciones de nuestros maestros, sin duda. 

Marisa concluía: "Qué paciencia la suya para estar repitiéndonos una y otra vez las enseñanzas y a nosotros que tarda tanto en caernos el veinte"...

viernes, 20 de febrero de 2015

sol de tarde





 "La raíz o causa de nuestro aturdimiento es que nuestra mente se aferra como si fueran intrínsecamente reales a todas las apariencias externas de la vida, que aparecen ante nosotros debido a nuestros patrones habituales, condicionamiento que se ha acumulado."


Compuesto por Khenpo Tsultrim Gyamtso Rinpoché en Karma Dzong.
Boulder, Colorado en octubre de 1995. 
Traducido al inglés por Sarah Harding en 1995.
Traducción al español, mía.

jueves, 19 de febrero de 2015

Invitado: Su Santidad el Karmapa 17



"Que el año de la oveja de madera traiga renovación a este planeta

y armonía entre todos los seres que dependen de él."




Que pueda yo practicar relaciones abiertas, relajadas y amorosas y a través de ellas
 trascender mi patrón habitual para relacionarme con la familia y los amigos.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Acuérdate de mí




Invitado: Chogyam Trungpa Rinpoché


Trabajar con la situación presente

La tradición budista enseña la verdad de la impermanencia, o la naturaleza transitoria de las cosas. El pasado se ha ido y el futuro no ha sucedido aún, así que trabajamos con lo que está aquí —la situación presente. Esto, de hecho, nos ayuda a no categorizar o teorizar. Todo el tiempo está ocurriendo una situación fresca y viva, aquí mismo. Este enfoque no categórico proviene de estar plenamente aquí, en lugar de intentar retomar los eventos pasados. No tenemos que volver la mirada hacia el pasado para ver de qué están hechas las personas. Los seres humanos hablan por sí mismos, en el acto.
Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español, mía.

martes, 17 de febrero de 2015

sorpresa


Poco inspirada la RAE para describir la palabra, así que no queda más que irse a por el verbo, o sea, sorprender:

2. tr. Conmover, suspender o maravillar con algo imprevisto, raro o incomprensible. U. t. c. prnl.

Menos mal que aún me sucede: Esta mañana, con una violeta que planté ya no me acuerdo cuándo y se llenó de hojas —sospecho que son varias plantas en realidad—, pero no había echado flores hasta hoy (o fue entonces cuando descubrí la primera). Ni sabía de qué color serían ni me acuerdo quién me regaló la hoja madre. Pero eso sí, qué feliz que me hace ver esta primera flor de dos colores. A pesar de lo que pueda estar sintiendo estos días en lo profundo de mi corazón, qué alivio que siempre quede algún espacio para la sorpresa y para la alegría.



lunes, 16 de febrero de 2015

tristeza 3


Hoy nos sirvieron cafés sin corazones en el mismo lugar donde hace seis meses celebrábamos.
Hoy te hablaba sabiendo que ni me escuchas ni responderás.
Hoy me duele el desamor.
Hoy vi las primeras jacarandas en flor. Cuando intenté fotografiar una, el lente de la cámara se alió con mi corazón.
Mañana será otro día...


jacaranda en flor y cables de luz

domingo, 15 de febrero de 2015

ironía


Vas al súper para distraerte del dolor (el corazón se te ha seguido rompiendo) y la máquina expendedora de boletos para el estacionamiento te habla (cómo odio a las máquinas que me hablan): Su boleto se está imprimiendo, por favor tómelo y avance, y no se le ocurre mejor acento que el del español de España.

Quizá sea la vida que cecea solo para recordarte que sigas adelante...

sábado, 14 de febrero de 2015

Invitado: Dzongsar Jamyang Khyentse Rinpoché



Esto es lo que el practicante de dharma necesita entender — que todo el samsara, o el nirvana, es tan falso o tan carente de esencia como esa película. Hasta que veamos esto, será muy difícil que el dharma se sumerja en nuestras mentes. Siempre nos veremos arrastrados, seducidos por la gloria y la belleza de este mundo, por todo el aparente éxito o fracaso. Sin embargo, una vez que veamos, aun durante un segundo, que estas apariencias no son reales, ganaremos cierta confianza. Esto no significa que tengamos que salir corriendo a Nepal o a la India y volvernos un monje o monja. Podemos conservar nuestros trabajos, usar traje y corbata e ir a la oficina con nuestro portafolio todos los días. Aún podemos enamorarnos, ofrecerle flores a nuestro bien amado o amada, intercambiar anillos. Pero en algún lugar adentro hay algo que nos está diciendo que todo esto carece de esencia.



en un café en cuernavaca, frente a la catedral

Original en inglés y fuente, aquí.
Traducción al español e imagen, mías.

viernes, 13 de febrero de 2015

Invitada: Mercè Rodoreda


(Sí, solo a mí se me ocurre ponerme a releer La Plaza del Diamante estando tan triste. Si quería palabras para describir la desolación, nadie como esta escritora catalana cuando describe a su Colometa, a esa Natalia que dejó de serlo, más cuando se le muere el Quimet. Comparto, pues, este fragmento del capítulo XXXIII y dos fotos de mi edición: la portada y las dedicatorias de mis primos de Barcelona, fotografiadas a falta de escáner.)



Por la noche, si me despertaba me sentía por dentro como una casa cuando vienen los hombres de la mudanza y lo sacan todo de su sitio. Así estaba yo por dentro: con los armarios en el recibidor y las sillas patas arriba y las tazas por el suelo a punto de envolverse en papel y de meterlas en una caja con paja y el somier y la cama desarmados contra la pared y todo manga por hombro. (...) Y andaba por las calles, sucias y tristes de día, oscuras y azules por la noche, toda de negro y, arriba de todo, como una mancha blanca, la cara que se me estaba haciendo pequeña.




jueves, 12 de febrero de 2015

hoy y mañana


*

hoy parece que al mundo se le hubiera caído la mitad

la mitad donde tú habitabas


el mundo se hizo estrecho


desolado


y me falta el aire


como si hubieras muerto parece


en mi mitad habitan solo tu ausencia y mi soledad hoy


*


mañana cuando amanezca mi casa olerá a lluvia


y el sol pálido se colará apenas por las persianas 


la niña (o niño) que baja todas las mañanas por la escalera


declarará que adora todos los insectos


hasta los mosquitos

sonreiré 
de nuevo

mañana

*


miércoles, 11 de febrero de 2015

Mar de Cortés (segunda versión)


Toda valentía es una forma de constancia. Es siempre a sí mismo a quien un cobarde abandona primero.
Después de esto, vienen todas las demás traiciones.
Cormac McCarthy

“Si me llego a caer por la borda de la panga, me ahogo seguro”, piensa Fernando al darse cuenta que la embarcación sobre la que se montó con dificultad no lleva chalecos salvavidas. Se le acelera el pulso y le sudan las manos: una mezcla de miedo y de sorpresa ante su propia osadía.  Es la primera vez en su vida que se aventura más allá de tierra firme sin contar, claro, los viajes en golondrina en el puerto de Barcelona. Nunca aprendió a nadar. Puede flotar haciendo el muertito, pero no mucho más. Y le teme al mar, a pesar de haber nacido en el Cantábrico y haberse criado junto al Mediterráneo. Los cien kilos y pico que la vida le ha ido depositando encima a lo largo de seis décadas le impiden moverse con facilidad. Además, tiene la rodilla izquierda maltrecha. Hace más de diez años se rodó por las escaleras del edificio donde vive y decidió no seguir la rehabilitación. Aunque en el agua sus movimientos serían más gráciles, ha ido perdiendo el control sobre su propio cuerpo. Adrián, el lanchero, casi tuvo que cargarlo para ayudarlo a embarcar.
            Sin embargo, Fernando se siente libre. Nunca se imaginó que emprendería otro viaje que lo llevara hasta el norte de México y menos aún que se atrevería a dejar todas sus ataduras al otro lado del Atlántico. Hoy está en la Baja California. Tras una vida de aguantar la respiración, con la cabeza sumergida, se arriesga a tomar una bocanada de aire fresco. Ni en sus fantasías más extravagantes lograba alejarse del piso de sus padres, donde siempre ha vivido. Soñó con Valladolid media docena de veces y con Lanzarote cuando se puso más intrépido. Ahora está en medio del Mar de Cortés y los delfines  saltan junto a él, casi al alcance de su mano. Los lobos marinos duermen echados al sol a escasos metros del lente de su cámara. Y Andrea, su primer amor, su único amor, va sentada del otro lado de la lancha, más de veinte años después de su último encuentro.
            Andrea es hija de Rodrigo, el primo hermano de su madre cuya familia se refugió en México al término de la Guerra Civil. Sí, es su prima segunda. Tiene nueve años menos que él y comparten un apellido. Dos viajes de ella a España  —a sus diecisiete y luego a sus veinte años—, seis meses de cartas que cruzaron el Atlántico en sobres aéreos cada quince días, un viaje de Fernando a México animado por esa correspondencia, una desconexión casi total durante más de dos décadas y un encuentro cibernético hace unos meses fueron suficientes para que Fernando le confesara que seguía enamorado de ella. Esa constancia resucitó en Andrea la ilusión, ahora a sus casi cincuenta y uno. Los impedimentos parecen mucho más sorteables que ayer. Ella corresponde por fin a los sentimientos que él guardó junto a sus cartas en una caja de madera. Hoy Fernando se aventura a viajar a México una vez más. Lleva el rechazo que sufrió durante su primer intento tan agazapado en el fondo del pecho que no lo nota.
            Andrea se guarda el miedo en el mismo lugar. Durante el recorrido en la lancha, va mirando en dirección contraria a Fernando. También se percató de la ausencia de salvavidas. Tampoco es una gran nadadora. Mejor no pensar, ni en eso ni en el inminente retorno de Fernando a Barcelona. En este momento están juntos. Cada tanto estira su mano para rozar la de él. A veces lo logra. Otras solo alcanza a sonreírle. Cuando aparecen los delfines y empiezan a jugar cerca de la barca, ella se instala en la proa, sentada sobre sus piernas cruzadas, y asoma de tanto en tanto la cabeza. Fernando le hace varios retratos. Le encanta el contraste entre su bañador rosa y la blusa roja, medio transparente y con visos plateados, que se puso encima. “¡Qué guapa estás!”, piensa, pero no se lo dice. La presencia de Adrián lo intimida un poco. Los repetidos disparos de la cámara de su amante le hacen saber a Andrea que está guapa. “Te amo”, le dice él sin emitir sonido, moviendo solo los labios. “No te vayas”, contesta ella de igual modo mientras respira profundo para detener la tristeza que amenaza con nublarle los ojos. Él sigue fotografiando animales exóticos.
            Al cabo de unos cuarenta minutos llegan a la Isla Coronado, excursión turística obligada para quienes visitan la zona. Desembarcan en una ribera desierta, custodiada por una tropa de pelícanos que aguardan, formados en la orilla, la llegada de las lanchas y las sobras de pescado. No es temporada alta. Hace un calor infernal, más de cuarenta grados, y hay pocos visitantes. A Fernando le gustaría quedarse unas horas a solas con Andrea. Nunca imaginó que pisaría el paraíso de esa mano anhelada durante tres décadas. Quisiera prolongar la dicha, más ahora, a unos cuantos días de su vuelta a casa.
—¿Nos bañamos? —lo invita Andrea.
Él le toma la mano sin decir nada. Juntos caminan por la arena blanquísima hacia el agua turquesa que les permite andar un buen trecho sin cubrirlos.
—¿Sabes?
—Dime.
—Es la primera vez que soy feliz en una playa —declara Fernando.
Al cabo de un rato, Adrián les informa que es tiempo de emprender el regreso. Se les va agotando el viaje. Ambos lo saben. Ninguno toca el tema. El recorrido hacia Loreto, el pueblo donde se hospedan, lo hacen otra vez de espaldas el uno al otro. Se distraen haciendo más fotos y esconden la zozobra que adivinan bajo los sombreros que los guardan del sol. Del miedo a ahogarse no hay quien los proteja. Tampoco habrá salvavidas en el momento de la despedida.
De vuelta en el hotel, Fernando y Andrea se meten a la piscina (“alberca” la llama ella) y se acarician bajo el agua. Un colibrí se acerca buscando el néctar de las flores que cuelgan de la barda. Fernando lo mira embelesado. Es la primera vez que ve uno. Andrea no se lo puede creer. No sabe que es un ave americana, inexistente en Europa.
—¿Sabes? —pregunta ella.
—Dime —dice él.
—Según los antiguos aztecas, los colibrís son los guerreros muertos en batalla que regresan a alimentarse de las flores.
Fernando la mira, como la miró hace más de treinta años en la Estación de Francia en Barcelona cuando ella estaba por tomar el tren nocturno a Madrid, rumbo a casa de sus padres en la Ciudad de México. Ella le sostiene la mirada, como entonces. Él entiende que le está pidiendo que sea valiente, pero no sabe cómo. Ella se impulsa hacia arriba golpeando con los pies el fondo de la piscina. Se agarra de los hombros de él y le abraza el torso con las piernas. Alcanza su boca y abre la suya, ofreciéndose como no lo hizo en el pasillo de aquel tren, después de que él le ayudara a subir la maleta. Él la recibe toda y entrelaza su lengua con la de ella.
—Quédate —le pide Andrea, dejando su aliento mezclado con la saliva de él.
—No puedo. No me atrevo.
—Ya te atreviste… —le responde ella aun sintiendo que está por perder la batalla.

Una semana más tarde, Fernando está de nuevo en su edificio del ensanche barcelonés. México, Andrea y los colibrís no son ya más que un sueño del que despertó para volver a sumergirse en la cotidianidad anaeróbica del sobreático primero. Con su silencio, accedió a la propuesta de Hortensia, la mujer que ve por él de este lado del Atlántico, de hacer borrón y cuenta nueva. En la tele repiten un documental sobre belugas y Andrea debe estarse sintiendo como se sintió él al regreso de su primer viaje a México —cuando fue ella quien lo abandonó—: por completo traicionada.

martes, 10 de febrero de 2015

Pequeño diálogo imaginado 2


Cuando te protejas del dolor, asegúrate de no protegerte del amor. 
<Alan Cohen>

Él: Una vez más he de decir aquello de pase lo que pase, sea como sea, suceda lo que suceda, sé que tú eres el gran amor de mi vida.

Ella: Gracias por el título. Muchas gracias de verdad, pero no lo quiero. Yo lo que quiero es alguien que camine conmigo en la vida y que se deje acompañar en su caminar. Así que te lo devuelvo. Podrías ponerlo, qué sé yo, en alguna pared de "casa", junto al grabado que te envié de cumpleaños, por ejemplo. (Quedaría un bonito trofeo.)

Él se quedó helado y, por supuesto, no se atrevió a contestar nada más. Ella se dio la media vuelta, por enésima ocasión, esta vez con la intención de volver a encajar los trozos de su corazón, sin importar que se noten las fracturas. Un corazón roto siempre es mejor que un corazón cobarde.

Ella piensa algo más, pero ya no se lo dice: "Finalmente, tenías razón. No hay manera en que dos personas tan distintas en todos los aspectos, menos en un apellido, puedan vivir hoy lo que en su día no pudieron".

Él quizá esta vez acabe por soltarla y se quede, porque así lo escoge, a vivir su soledad acompañada, renunciando finalmente al derecho de llamarla "cariño". Ojalá.


Si en realidad quieres hacer algo, nadie puede detenerte. Si en realidad
no quieres hacer algo, nadie puede ayudarte. 
<Dave Sim>

lunes, 9 de febrero de 2015

Invitada: Berna Wang


Pequeños accidentes caseros

Me hice un tajo en un dedo cuando cocinaba.
Luego me despellejé otro dedo al abrir una botella.
Hoy me he raspado la pierna con el pico de la mesita.
Así que me he puesto seria:
he reunido en asamblea a todos los objetos de mi casa
y les he dicho que ya sé
que me muero de la pena,
que tengo el corazón en carne viva,
que ya sé
que no soy más que una herida que sangra tristeza,
que hasta respirar me duele porque él no me ama
como le amo yo;
en fin: que no hace ninguna falta, les he dicho,
que me lo recuerden también ellos
cada día.



en Pequeños accidentes caseros, adamaRamada ediciones, 2004

domingo, 8 de febrero de 2015

Invitado: Jonathan Carroll


Los jeroglíficos del amor


Ese vocabulario y ese lenguaje visual, secretos y especiales, creados y hablados por las parejas cuando están juntos, pero desechados y nunca vueltos a usar otra vez después de la ruptura. Tengo esta imagen de un arqueólogo en el futuro distante que de alguna manera descubre uno de estos lenguajes extintos y trata de averiguar lo que significaban las palabras.

                                                                  Original en inglés, aquí. / Traducción al español e imagen, mías.

sábado, 7 de febrero de 2015

confiar


(Del lat. *confidārepor confidĕre).

2. tr. Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa. U. t. c. prnl.


En el contexto de un diálogo virtual acaecido a principios del 2014, ella le dijo a él: "A ti te confiaría mi vida". No recuerda con exactitud su respuesta, pero sí sabe que él se conmovió ante tal declaración.

Ella lo decía en serio. Él así lo entendió.

A principios del 2015, en el contexto de lo que es efectivo o real (en oposición a virtual), ese depósito se ha esfumado.

Y la moraleja no podría ser más clara: La confianza de la propia vida solo puede radicar en uno mismo. Podremos aspirar a compartir la vida, en el sentido de contar con la compañía de alguien o alguienes más y ofrecer la nuestra, pero es peligroso, y poco sano, colocarla en manos ajenas, sean cuales fueren.

Ahora a ella solo le queda, en realidad lo sabe desde hace tiempo, recoger los fragmentos de esa vida que confió y, con ellos y con sus propias manos, empezar de nuevo el proceso, a veces postergado demasiado, de reinventarse a sí misma.

viernes, 6 de febrero de 2015

sueño 3.


Las dos ocasiones anteriores en que abordé este vocablo (aquí y acá) me refería a las fantasías que se nos aparecen cuando dormimos. Hoy, me voy a otra de sus acepciones:

6. m. Cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse.

Lástima no haber tenido claro desde el principio que se trataba de algo sin probabilidad de logro. Tal vez lo podría haber soltado antes. Pero entonces no habría cumplido con su propósito, a saber, permitirme ver mi mente una y otra y otra y otra vez.

Y en este arduo camino hoy descubrí otro fragmento más, de mí, de la vida: Esos proyectos, deseos o esperanzas condenados al fracaso (por decirlo de otro modo), a pesar de su irrealidad inherente, se rompen. (Bueno, esto ya lo sabía y lo había experimentado innumerables veces, como todos.) El verdadero hallazgo es que no terminan realmente de hacerse añicos hasta que alguien afuera de uno mismo verbaliza el hecho.

Para mí tuvo lugar hoy, en la escuela en la que di clases durante tres años, antes de renunciar para "cumplir mi sueño". El sueño se rompió y a mí me volvieron a ofrecer mi antiguo trabajo. (Qué fortuna, sin duda.) Como parte de mi reincorporación, hoy tuve que asistir a una junta para compartir con los padres los planes próximos del colegio. Yo aludí a que me había tomado un año sabático (sí, un eufemismo protector), pero la directora dio un paso más allá explicando que "Adela se iba a ir a España, pero no se fue y aquí está con nosotros". Una parte de mí se quedó helada ante tal declaración y no por lo que pudieran pensar los demás (bueno, solo un pelín), pero sobre todo porque al escuchar esa verdad sobre mi vida en una voz ajena a la mía, se hizo irremediablemente cierta.

Cumplí con mi papel hablando frente a los padres y al salir me ganaron las lágrimas (una vez más, sí). A veces me parece que no se me van a acabar, pero mis amigas me dicen que sí, que es un paso más del proceso, que se vislumbra el final, que "ya merito".

Y yo les creo porque han estado ahí a mi lado, compartiendo la dicha y el dolor, desde el primer momento...

jueves, 5 de febrero de 2015

Invitado: Jonathan Carroll





En su mejor momento, el amor nos muestra una foto de nosotros mismos que nunca hemos visto antes pero nos parece muy favorecedora. En su peor momento, toma las pocas fotos que nos gustan de nosotros, las rasga haciéndolas pedacitos, y las arroja con indiferencia al aire como confeti.





Original en inglés, aquí.
Traducción al español y segunda imagen, mía.
Primera imagen, jri.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Vulnerabilidad 5


Dicen que no hay quinto malo. Ojalá, que ya me he adentrado en este territorio por lo menos cuatro veces antes (1234), sin contar alguna traducción sobre el tema (aquí). Y supongo que será tarea del resto de mi vida.

Hoy se manifiesta, la vulnerabilidad, como una sensación de tener la cabeza más ligera, como si pudiera volárseme. Debe ser la certeza del final. De que lo que estaba por resolverse y terminarse, se resolvió y se terminó. Su brazo que ya no está. Sus palabras que se llevó el viento. Mis piernas que flaquean, pero no dejan de sostenerme. Mi respiración que juega a detenerse unos segundos, aquí y allá.

Hoy no hubo tequila ni vino. La cruda, la resaca, es solo de ausencia.

Y, como todo, pasará también.

martes, 3 de febrero de 2015

Invitado: Jaime Sabines


Espero curarme de ti

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se hizo de noche"... Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que te decía "te quiero").

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Aquí en la voz del poeta.

domingo, 1 de febrero de 2015

..s..o..l..t..a..r..2..


Pues resulta que me había hecha trampa yo solita (de nuevo...). Ni voy de tu brazo otra vez ni mucho menos te vuelvo a sostener entre los míos. (Qué empecinada que puede ser la fantasía, el deseo, pues...)

Y soltar sí puede querer decir rendirse, pero no aferrarse, eso sí no puede ser — sería un oxímoron, de los imposibles, no de los poéticos.

Como sugería mi amiga-casi-prima-recién-recuperada Ángeles, soltar se acerca mucho más a volar sin mirar atrás. Sin dolor. Sin tristeza. Sin azotes. Sin remordimientos. Sin barreras. Sin nada más. Soltar solamente.

Aunque el proceso es, sin duda, interno y personal, una buena manera de hacer que avance es atendiendo a los mensajes externos, más allá de las propias proyecciones. Casi seguro es escuchar finalmente el "no quiero", sí, no quiere — así es. No disfrazarlo escuchando "no puedo" ("pero sí quiero") y encontrando mil justificaciones para tal imposibilidad, incluyendo la fantasía omnipotente de poder llevar a quien sea más allá de sus propios límites, argumentando incluso que no siempre "querer es poder". Quizá no lo sea, pero lo que no deja resquicios para la duda es que "no quiero" es "no quiero" y ahí ni siquiera cabe la posibilidad de intentar.

¿Tan difícil es de entender?

Para mí lo ha sido, pero tal vez no me equivocaba la vez anterior que intenté "soltar" cuando decía que no queda más que seguir caminando y trabajar con lo que el camino va ofreciendo. Por fortuna habrá quienes nos señalen, con mayor o menor grado de conciencia, dónde nos engañamos a nosotros mismos y otros que nos mostrarán, por fin, mucha más claridad de la que se creían capaces, incluso sin proponérselo y quizá sin siquiera darse cuenta.

Así que hoy, lo vuelvo a intentar. Y como diría Kenpo Tsultrim Gyamtso Rinpoché, mi queridísimo maestro abuelo: 


Errando y errando, caminamos a lo largo del camino infalibe...