miércoles, 29 de septiembre de 2021

Día de San Miguel

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En la mañana, desde mi balcón, alcancé a ver doce o trece zopilotes surcando el cielo en círculos. Un cadáver en la barranca los esperaba. Sin duda.

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Cuando me iba subiendo al coche, vi una sombra surcando los adoquines. Volteé hacia arriba y una mariposa de alas amarillas con negro seguía su vuelo sin saber que yo la veía.

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Antes de salir de casa, dejé la radio encendida y al volver, estaba llena de música. Y mi gata con cara de no entender lo que sucedía. 

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Dos o tres huachichilas se han asomado a mi balcón mientras yo tecleo. Suelo pensar que es mi maestro que me saluda.

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martes, 28 de septiembre de 2021

Víspera de San Miguel 6


aquí la cruz nueva de mi Antuanito

Así llega una de las fechas clave de mi calendario personal y compartido, con mi hijo y con (parte de) nuestra comunidad. Mañana se festeja a San Miguel y se hace la primera elotada con elotes tiernos (esa celebración aún la tengo pendiente: alguien con milpa me tendría que invitar) y hoy hay que protegerse por aquello de que anda suelto el chamuco (el diablo), aprovechando que el arcángel aún no ha llegado.

La costumbre de proteger la casa colocando en la entrada (o entradas) cruces hechas de la planta de pericón me viene a mí de mi abuela Rosa y se reestableció cuando Adrián y yo nos mudamos a vivir a Cuernavaca antes de que naciera Santiago. A nivel más amplio, es una costumbre prehispánica. Desde entonces se protegían las milpas, los rebaños y los corrales. El pericón es una planta silvestre, cuyo nombre original en náhuatl es “yauhtli”, que significa niebla. Nuestros antepasados ahuyentaban con ella las malas energías como el miedo, el espanto o el mal de ojo (demonios que moraban dentro de las personas), ahumando la ropa con el pericón encendido. Cuando llegaron los conquistadores españoles, se sincretizó la costumbre en forma de cruces hechas de flor de pericón para proteger los hogares. 

En el medio urbano, también se usan para proteger los autos. Bueno, casi nadie, salvo los taxistas, ruteros, camioneros y yo, y algún otro raro amante de la tradición, sigue hoy en día esta costumbre. Para mí es esencial, con la llegada del otoño, conjurar las energías de protección para mi casa, mi coche y, sobre todo, mi gente cercana. Ayer, mi nuera Yare me acompañó a por las cruces y me ayudó a colocarlas. Ella y Santiago se llevaron una grande para colocar a la entrada de la casa que comparten con varios amigos. Al quitar las cruces del año pasado (que corrieron a cargo de Yare y Santiago mientras yo estaba en España), me di cuenta con cuánto ahínco las habían amarrado, retomando con total responsabilidad la tradición en mi ausencia. Volver a ella, un año después, me hace sentir plenamente en casa.


aquí la cruz nueva a la entrada de mi casa


lunes, 27 de septiembre de 2021

¡Gracias, Rinpoché!


Ayer terminó un intensivo de práctica en línea guiado por mi maestro Dzogchen Ponlop Rinpoché. Como muestra de agradecimiento por su guía constante, se le ofreció un video donde algunos de sus estudiantes le expresaron su gratitud. A mí me invitaron a participar y hoy me gustaría compartir lo que le dije, primero en inglés, como se lo dije, y después en español:


Home is something that has eluded me most of my life. I have mistaken it with a place, or with a person or with a dream. Until I met you, dear Rinpoche. Your smile, your hands, your gaze, your words have been pointing me in the direction of home —my own heart, my own mind, my own enlightened nature— for more than twenty years.

I still get lost many times, of course. My habitual patterns die hard. But I know I can count on you to be by my side, no matter what it takes to cut through my obscurations and kleshas and stubbornness and doubt and all those things that I have come to recognize, too, as your ever present wisdom and love.

Thank you, Rinpoche, for not giving up on me, for not giving up on anyone who longs to walk on the unerring path of liberation, erring and erring along the way…

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El sentido de hogar es algo que  me ha rehuido la mayor parte de mi vida. Lo he confundido con un lugar, o con una persona, o con un sueño. Hasta que te conocí, Rinpoché querido. Tu sonrisa, tus manos, tu mirada, tus palabras me han estado señalando el camino a casa —mi propio corazón, mi propia mente, mi propia naturaleza iluminada— durante más de veinte años.

Aún me pierdo muchas veces, por supuesto. Mis patrones habituales son duros de roer. Pero sé que puedo contar con que estés a mi lado, no importa lo que haga falta para cortar a través de mis oscurecimientos y kleshas y necedad y dudas y todas esas cosas que he aprendido a reconocer , también, como tu sabiduría y tu amor siempre presentes.

Gracias, Rinpoché, por no rendirte, ni conmigo ni con nadie que anhele recorrer el camino infalible hacia la iluminación, errando y errando sobre la marcha...


mi maestro y yo y tara y ben




sábado, 25 de septiembre de 2021

Algo de lo que hay en mi nombre

En mi nombre hay 5 letras: 3 vocales y 2 consonantes. Una de las vocales está repetida y es mi vocal, quizá mi letra, preferida: la A. Siento que me contiene y me representa y que lo demás está ahí para contenerla: la E, la D, la L. En mi nombre está la abuela que no conocí: mi abuela Adela, la mamá de mi mamá. En mi nombre está también su mamá, mi bisabuela Adela, a la que sí llegué a conocer, de muy chica. Nos daba, a mí y a mi mamá (quizás a mi hermano) trocitos de pan para mojar en aceite de oliva con ajo. Cuentan que, cuando mi mamá estaba embarazada de mi hermano y me llevaba a mí en brazos, sonó el teléfono del departamento de la calle de Uxmal. Ella venía bajando la escalera y siguió bajando hasta que contestó. Era su abuela, mi bisabuela, que le dijo algo como: "Te vas a caer, vas a matar a la niña que llevas en brazos y vas a perder al que llevas en las entrañas". En mi nombre hay tragedias que no sucedieron y visiones oscuras del mundo.

En mi nombre hay más Adelas hacia atrás: mi tatarabuela, mi tataratatarabuela y así, hasta llegar, dicen, a Adèle Hugo, la hija de Victor Hugo, que, dicen, enloqueció.

En mi nombre hay locura y culpa. Y en mi nombre encontré lo primero que me gustó de mí: su sonoridad, su contundencia, su originalidad. Conozco muy pocas Adelas y más bien de oído que en persona. Me gusta mi nombre y me gusta que me llamen por mi nombre completo. Odio el diminutivo, Adelita, aunque ha habido gente que me lo dice con cariño y entonces me gusta. Adelita me decía mi mamá cuando estaba enojada y no quería que se le notara. Mi papá me decía Ade y me gusta, pero me suena a pasado. Natasha y Pilar me siguen diciendo así y está bien. Siento raro cuando la gente nueva me dice Ade porque es como si no fuera yo. Una expaciente lo usó, motu proprio, y aunque en principio me desconcertó, llegué a apreciar el afecto que contenía. 

En mi nombre están las voces de quienes han pasado por mi vida en calidad de parejas: Adelis o Adela Mosca me decía Horacio (a quien recuerdo hoy especialmente a un año de su muerte). Mi nombre se transformó en Pischate (entre otros que ya no recuerdo) en labios de Adrián. Adela con acento americano (con la lengua atrás de los incisivos sobre el paladar para la D, en lugar de entre los dientes) fui para Rex. Hay otros cuyos ecos se han silenciado u olvidado en lugares más o menos comunes.

Jefa, Cangi, Pef es mi nombre en boca de mi hijo. Se transforma. Cambia. Se reinventa. En mi nombre hay fuerza y decisión y supervivencia. Hay amor en mi nombre. En mis nombres.

Nombre de pila solo tengo uno: Adela a secas, decían mis papás. Mi hermano también tiene solo uno. Los de ellos eran compuestos. Marta Cecilia, mi mamá. Román Indalecio Luis Joaquín (y quizás Roque), mi papá. Me gusta tener un solo nombre oficial y varios extraoficiales, nacidos del cariño.

Y en esta imagen rescatada de un cajón, de derecha a izquierda, la bisabuela y la abuela que viven en mi nombre, junto a mi madre niña que no vive en en él ni en el linaje de Adelas y de pilón, mi abuelo Óscar, un poco intruso, y una silueta sin nombre, muy al fondo dentro de la casa:


 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Invitada: Pema Chödrön

 

En lugar de preguntarnos: “¿Cómo puedo encontrar seguridad y felicidad?”, podríamos preguntarnos: “¿Puedo tocar el centro de mi dolor? ¿Puedo sentarme con el sufrimiento, tanto el tuyo como el mío, sin intentar hacerlo desaparecer? ¿Puedo permanecer presente con el dolor de la pérdida o la desgracia —de la decepción en sus múltiples formas— y dejar que me abra?” Esta es la clave.









Original en inglés y fuente, aquí. Traducción al español e imagen, mías.


martes, 21 de septiembre de 2021

(fragmentos de) sueños 28 y 29.

  • Había estorninos en el cielo (starlings, me traducía a mí misma). Muchísimos. En las bandadas con las cuales dibujan nubes-negras-que-parecen-seres en el cielo de Europa. Pero en mi sueño lo hacían aquí, de este lado del charco y yo quería dejar constancia de ello. Sacaba mi camarita rosa para fotografiarlos, pero la cámara no respondía. Quizá era la camarita anterior. La nieta de Dasha, promesa de Dasha misma, andaba cerca.
  • Cuando ya no había estorninos, el cielo se empezaba a llenar de tiburones. Yo sabía que eran proyecciones en 3D. No sabía quién era el responsable de lanzarlas. No eran reales, pero me asustaban.

  • Entraba a un salón de mi escuela de toda la vida, como estudiante, a mi edad actual. El maestro resultaba ser un exalumno mío de inglés de mi época del CELE de la UNAM, a nuestra edad de entonces. (Él, MA, fue mi primer beso, mis primeros besos). Mis compañeros de clase eran mis antiguos estudiantes de secundaria. Se reían cuando yo le daba, torpemente, un beso en la mejilla a MA y le preguntaba qué hacía allí, enseñando literatura  si había estudiado física.
  • Ya empezada la clase (o cuando estaba por terminar), un compañero de la primaria, A, que tenía la edad de entonces y la edad de hora y que era del otro grupo, entraba al salón pidiendo ayuda con algo. Yo titubeaba y, cuando estaba a punto de irse, le gritaba para ofrecerle esa ayuda. No sé si lograba dársela. Me preocupaba que el maestro me regañara por interrumpir la clase.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Invitado: Dilgo Khyentse Rinpoché

 

Meditación


Cuando hacemos práctica de meditación, deberíamos sentirla tan natural como comer, respirar o defecar. No debería convertirse en un evento especializado o formal, hinchado de seriedad y solemnidad. Debemos darnos cuenta de que la meditación trasciende el esfuerzo , la práctica, los objetivos las metas y la dualidad de liberación y no liberación. La meditación siempre es ideal; no hay necesidad de corregir nada. Puesto que todo lo que surge es simplemente el juego de la mente como tal, no hay meditación insatisfactoria ni necesidad de juzgar los pensamientos como buenos o malos.

Por lo tanto, deberíamos simplemente sentarnos. Simplemente permanecer en nuestro propio lugar, en nuestra propia condición tal y como es. Olvidando las sensaciones conscientes de sí mismas, no tenemos que pensar: "Estoy meditando". Nuestra práctica debería ser sin esfuerzo, sin tensión, sin intentos de controlar o forzar y sin tratar de volvernos "tranquilos".

Si nos percatamos de que nos estamos perturbando de cualquiera de estas maneras, dejamos de meditar y simplemente descansamos o nos relajamos durante un rato. Después retomamos nuestra meditación. Si tenemos "experiencias interesantes", ya sea durante la meditación o después, debemos evitar convertirlas en algo especial. Pasar tiempo pensando sobre las experiencias es simplemente una distracción y un intento por volvernos poco naturales. Estas experiencias son simplemente signos de la práctica y deberían considerarse como eventos transitorios. No deberíamos intentar volver a experimentarlas porque hacer eso solo sirve para distorsionar la espontaneidad natural de la mente.

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En meditación, podemos ver a través de la ilusión del pasado, el presente y el futuro: nuestra experiencia se convierte en la continuidad del ahora. El pasado es solo un recuerdo poco confiable mantenido en el presente. El futuro es solo una proyección de nuestras concepciones presentes. El presente mismo se esfuma tan pronto como intentamos agarrarlo. Así que, ¿para qué molestarnos en intentar establecer una ilusión con una base sólida?

 Deberíamos liberarnos de nuestros recuerdos pasados y nuestras ideas preconcebidas sobre la meditación. Cada momento de meditación es completamente único y está lleno de potencialidad. En tales momentos, seremos incapaces de juzgar nuestra meditación en términos de una experiencia pasada, una teoría seca o una retórica hueca.

Simplemente zambullirnos directamente en la meditación en el momento ahora, con todo nuestro ser, libres de titubeo, aburrimiento o excitación, es iluminación.


Original en inglés y fuente, aquí. / Traducción al español, mía.


lunes, 13 de septiembre de 2021

mega hallazgo (29)

« La mamá buena eres tú; ya la encontraste...»


Así concluyó Regina, mi terapeuta, nuestra sesión más reciente. Y yo no me lo acabo de creer. 

Toda una vida buscando a una mamá buena en una serie interminable de mujeres a mi alrededor: una de las hermanas de mi abuela Rosa (Luz creo que se llamaba), que había tenido cáncer de mama (supongo) y le había quedado un brazo como del doble de tamaño del otro; miss María Luisa, maestra de caligrafía y posteriormente directora de algún departamento en la escuela donde pasé 15 años, que había enviudado poco tiempo después de dar a luz a su hijo; miss Georgie, mi maestra de preprimaria que una vez se desmayó en clase y se cayó de su banco (aunque yo no la vi); miss Jackie, mi maestra de inglés de tercero de primaria, que siempre usaba pantalones de pana Levi's y se veía sola y desprotegida; miss Demy (Dimitrula, en realidad), mi maestra de español de quinto de primaria, que era solo buena onda y maternal; miss Evangelina, mi maestra de español de tercero de primaria, que era chaparrita y enojona, se empujaba los lentes nariz arriba todo el tiempo y nos enseñó los acentos a prueba de balas; miss Ramona, mi maestra de biología, menudita y con cara triste; Ángeles, mi maestra de literatura durante muchos años, casi amiga.

Luego vinieron las amigas, algunas transformadas en ex, sin que yo supiera conscientemente aún la búsqueda que estaba detrás: J, que hizo de mamá, quizá sin saberlo ella tampoco, hasta que cambió de hija; L y B, con una mezcla confusa de relación materno-filial y relación amorosa; N, con su orfandad literal que condicionó, sin que nos diéramos cuenta, nuestra relación adulta, al entrelazarse (me imagino) con mi orfandad simbólica. Muchas veces he tenido la sensación de que soy demasiado o demasiado poco y es que para mi mamá no había cariño satisfactorio. Sin embargo, también es cierto, me digo, que muchas amistades han sobrevivido, se han transformado, se han fortalecido, a pesar de los pesares.

Regina apuntaba también cómo cuando la necesité, mi mamá no estuvo (no tenía con qué, no podía) y entonces yo aprendí a sobrevivir sola. Siempre con ese hueco de orfandad, pienso yo, hasta hoy que empiezo a vislumbrar cómo no necesito el cuidado de una mamá externa, porque con la interna, conmigo misma, me basta y me sobra.

Recuerdo una ocasión, cuando vivía sola en el departamentito de Petén y me enfermé de tifoidea. Tenía un dolor de cabeza monumental y mi mamá fue a verme. Cuando dudé entre tomarme una neomelubrina o no, ella se fue muy enojada. No soportaba que yo la necesitara. Entonces fue mi amiga Pilar, la más antigua de mis amigas, quien me llevó un delicioso caldo pollo con verduras. Cuando de mucho más niña tuve hepatitis, cuyo primer síntoma fue vomitar en el pasillo de la casa, mi mamá me regañó, incapaz de consolarme.

A veces todavía se me hace bolas el engrudo, por supuesto, como últimamente con ME, aunque ahora empiezo a confiar en que no es preciso que las relaciones se acaben, sino que pueden transformarse. La intensidad de las mías, sobre todo con las mujeres, ha tenido que ver con mi relación no sanada con mi mamá, me señalaba Regina. Con los hombres me parece que la influencia de este pendiente ha tenido que ver con mi elección de parejas distantes y abandonadoras. 

Pero en el camino "yo solita me cuidé", como cuando, hace varios años, salí de una sesión de terapia presencial en Tepoztlán. Estaba tan perturbada y lloraba tanto, que decidí no tomar el coche inmediatamente para regresar a Cuernavaca. Pensé que me podría accidentar. Así que caminé por el pueblo y me compré un cigarro en una miscelánea para calmarme. Una vez calmada, emprendí el viaje de regreso (y un poco más adelante dejé a esa terapeuta).

Así que, como mantra, repetiré el hallazgo de esta semana, mientras mi piel, mi mente, mi corazón, mis manos se van acostumbrando a la idea, van asumiendo que la búsqueda terminó.


                                                      « La mamá buena eres tú; ya la encontraste...»


viernes, 10 de septiembre de 2021

c*u*i*j*a


No pensé que esta palabra estuviera registrada en el diccionario de la Real Academia, pero está. Y dice el DLE que, en Honduras y México, es un reptil de la familia de los gecónidos pequeño y muy delgado. También dice que, en México, se refiere (despectivamente, digo yo) a una mujer flaca y fea, o sea, la visión del patriarcado a todo lo que da, aunque yo en realidad nunca lo he escuchado (por fortuna).

cuija en mi balcón

Yo conocí a las cuijas en Acapulco, cuando fui de niña la primera vez. No recuerdo si las vi, pero sí las escuchábamos. Esos besos que de pronto irrumpían durante la cena o antes de irnos a dormir se achacaban a las cuijas, que a mí me parecían una suerte de seres míticos con poderes mágicos, entre ellos la invisibilidad.

Supongo que las llegué a ver en Cuernavaca, antes de mudarme a este departamento hace 16 años, pero es aquí donde nos hemos vuelto plenamente compañeras de piso. Las escucho por todos sitios y aparecen en los lugares más inusitados, como detrás de los cuadros. Viven escondiéndose y, sobre todo, de mi gata. La Khandro muere por cazarlas y puede pasarse horas con la mirada fija en un lugar donde escuchó una o la vio esconderse. Alguna vez ha logrado su cometido. Lo sabemos porque hemos encontrado algún fragmento de cuija por ahí, pero en general los pequeños reptiles son más listos que ella.

Últimamente han hecho de la zona del calentador su principal morada. Y casi como un ritual, cada noche la Khandro se sienta junta a la puerta del patio y emite los sonidos más raros que la he escuchado producir, algo entre un chasquido y un tosidito, que sería genial poder grabar e incorporar a una composición musical, como la del NumNum Cat (¿verdad, Santiago?), que dejo al final de este escrito (por puro gusto), después de una cuija en su tubo favorito:


cuija en mi patio de servicio

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jueves, 9 de septiembre de 2021

Invitado: Dilgo Khyentse Rinpoché


 Nada a lo cual aferrarse


Cuando un arcoíris aparece vívidamente en el cielo, puedes ver sus colores hermosos, pero no podrías llevarlo puesto como un atuendo ni portarlo como un adorno. Surge a través de la conjunción de varios factores, pero no hay nada en él a lo cual podamos aferrarnos. Del mismo modo, los pensamientos que surgen en la mente no tienen una existencia tangible o una solidez intrínseca. No hay razón lógica por la cual los pensamientos, que no tienen sustancia, deban tener tanto poder sobre ti, ni tampoco hay ninguna razón por la cual deberías convertirte en su esclavo. 


Madrid, junio de 2020

Original en inglés y fuente, aquí. / Traducción al español e imagen, mías.


martes, 7 de septiembre de 2021

:l:a: :f:e:r:i:a: :3:


Este año la Feria de Tlaltenango brilla por su ausencia. (Igual que el pasado, pero entonces solo lo supe, no lo viví, porque estaba del otro lado del charco.)

Este año no hay agente tempranero de tránsito, desgañitándose a silbatazos para intentar ordenar el caos de tráfico producido por el cierre de la arteria principal de la ciudad.

Este año solo hay recuerdos de ferias pasadas. La tradición, como tantas otras cosas, ha sucumbido al coronavirus, por segundo año consecutivo.

La última vez que fui a la feria, con Santiago y Yare, me preparaba para irme a vivir a Madrid. Hoy ya hace casi 10 meses que he vuelto y el mundo es otro.

Este año no hay blusas ni macetas ni cajas de Olinalá ni hot cakitos frente a la iglesia (igual estos sí han sobrevivido a la pandemia). Mañana habrá cohetes, seguro, porque es el mero día de la virgen.

Este año llueve a cántaros, como cada septiembre (es el mes que más llueve, según me enseñó Juana), pero en las noches no nos preocupamos por los puesteros que intentan dormir ni hay ropa colgada sobre los juegos mecánicos en las mañanas.

Este año el otoño va llegando inadvertido y casi silencioso en las ráfagas frías que me despiertan de madrugada o me obligan a entrecerrar la puerta del balcón más temprano que de costumbre. En el cambio sutil de las luz que tiene un brillo diferente. Como cada año, pero hoy teñido de ausencia.

Este año la vida sigue y nosotros también.

Ya veremos qué nos tiene reservado el próximo.

(Aquí, aquí y acá, ecos de ferias pasadas.)



lunes, 6 de septiembre de 2021

Visita fugaz

  

Un colibrí se acerca a mi balcón. Buscando alguna flor que libar, supongo.

Veo su silueta entre los peces y las gallinas.

Se me detiene el aliento.

Pienso en mi cámara: no hay tiempo.,

Unos segundos más tarde, se ha ido a otro balcón. A otro lugar, a otro mundo.

Queda su ausencia entre los peces y las gallinas.






Y la tarde del domingo que se va haciendo noche.



domingo, 5 de septiembre de 2021

De tórtolas y amores

 

Esta es una Columbina inca. Yo le digo «tórtola» o «tortolita» y mi comadre, «cuquita». Wikipedia dice que también se llama popularmente «tórtola cola larga», «conguita» o «coquita». También dice que es nativa de América Central (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y ocasionalmente Belice)y de América del Norte (Estados Unidos, México y ocasionalmente Canadá). O sea, es un ave americana, como el colibrí. Vive en matorrales y bosques degradados, en granjas, poblados, parques y ciudades. Y su canto sibilante y suave (cuuu-cuuu) forma parte indisoluble del panorama sonoro de los lugares que habita. Yo las recuerdo en casa de mi abuela Rosa en Cuernavaca y aún las escucho desde mi departamento, aunque acá no las he visto. Seguro no se acercan demasiado.

Se alimentan, continúa wikipedia, de gran variedad de semillas. Y, claro, en la casa de mi comadre en Chimal han encontrado un paraíso, compartiendo el alimento de de las varias gallinas y dos gallos que, allí, se han apoderado del patio y del jardín y por poco de la casa. Aquí  dos tortolitas se dan un atracón en el comedero de los pollos.

Y resulta también que estas aves forman pareja y la incubación corre a cargo de ambos, macho y hembra, durante 15 o 16 días. Con razón mi comadre asegura haber visto a una pareja de cuquitas besuquéandose en su patio, pero no alcanzó a tomarles ni foto ni video. Y con razón a las parejas humanas que se ven muy enamoradas se les dice «tórtolos». 

Recuerdo una ocasión en que una amiga mía usó ese apelativo, por teléfono, para referirse a mí y a un mi novio de entonces, cuando lo visité en Aragón. Me parece recordar también que él se encogió casi imperceptiblemente ante el comentario y yo lo dejé pasar. Unos meses después, él me dejó pasar a mí.


sábado, 4 de septiembre de 2021

nueve/10

Llevo ya más de un año en esto de transcribir aquí el reto de las 10 películas que más me han marcado, que hice en feisbuc. Hoy me salto la ocho, que corresponde a Roma de Alfonso Cuarón, porque hace más de dos años la comenté aquí y cuando hablo de una peli en el blog es que me ha marcado.

Así que aquí va la novena, Monsters, INC. Esta cinta de Disney-Pixar salió a la luz en diciembre de 2001, hace casi veinte años, cuando Santiago tenía cinco. Seguramente la fuimos a ver con él, su papá y yo, el 25 de diciembre, que era una suerte de tradición para (no) celebrar la navidad. Al Cinemex enfrente de Galerías, que ya no existe.

En la versión original, que nunca he visto, John Goodman le dio voz a James P. Sullivan y Billy Cristal, a Mike Wazowsky. Las voces que yo recuerdo son la de Víctor Trujillo para el divino monstruo azul peludo y la de Andrés Bustamente para el simpatiquísimo verde de un solo ojo. Fue tal mi fascinación con Sully que los Reyes Magos me trajeron uno de peluche, que además hablaba, al siguiente 6 de enero. Lo conservo aún, creo, aunque ya no habla. 

Recuerdo cómo la peli nos gustó muchísimo a los tres. Para Adrián y para mí, su principal aportación, en un mundo donde vemos enemigos en todos lados y actuamos en consecuencia, la propuesta de hacer reír nos pareció una mucho mejor opción que atemorizar, como fuente de energía. Hacer reír mplica tolerancia y afecto, en lugar de prejuicios y destrucción, inherentes al miedo. Y a mí, la relación entre Sully y la pequeña Boo me conmovió hasta la médula (ese anhelo de un papá bueno bueno bueno...). ¿Cómo no derretirse cuando él la encuentra de nuevo (colocando el trozo de puerta que había guardado en la puerta reconstruida gracias a su mejor amigo) y ella le dice "Gatito"?

Recuerdo, también, una sesión de terapia con Dasha, justo antes de un cumpleaños, donde abordamos mi añeja sensación (mal aprendida de niña) de tener una parte oscura (monstruosa) que, al ser descubierta por alguien que me quiere, provoca que dicha persona me abandone. Dasha me ayudó a ver que el monstruo no era más que una niña asustada y triste, necesitada de consuelo. Y Sully asistió a esa fiesta de cumpleaños desde la ventana de mi cuarto, en calidad de testigo amoroso.


miércoles, 1 de septiembre de 2021

campánulas 3

Ya en tres ocasiones anteriores (1, 2 y 3), había yo hablado de estas flores que me fascinan. Los dos nombres comunes que me vienen a la mente, además del que yo uso, son quiebra platos (como les decía el papá de mi comadre) y manto de la virgen (como les decía mi abuela Rosa). Son nativas de México, Centroamérica y América del Sur, aunque se han naturalizado en varias regiones templadas y tropicales del mundo, incluyendo una buena parte de la Península Ibérica. 

Sabía igualmente que las hay moradas, rosas, blancas y azules. Lo que no sabía es que también hay campánulas moteadas: blanco con rosa o blanco con morado (supongo que debido a una polinización cruzada, dice mi frustrada botánica interna, aficionada a Mendel y sus flores de chícharo).

Y estas recién las encontré en una calle de Chimal, cuando intenté, sin éxito, ir a comprar un yogur delicioso que hacen allá. Pero el viaje valió la pena. Al girar en la calle donde se ubica la fábrica me encontré estas dos bellezas:













Y no solo eso, sino que había otra de un color rosa violeta poco común:











Y no menos divinos, estos mastuerzos también bicolores:












Así de sorprendente una salida inocente por las calles de San Vicente Chimalhuacán, en las faldas del Popocatépetl.