domingo, 30 de abril de 2017

Cuántas veces


Cuántas veces
Ha de romperse el corazón
Para que las cicatrices de siempre
Dejen de abrasarnos
La piel

Cuántas veces
Hemos de llorar
Las mismas lágrimas
Para que al fin se nos aclare
La mirada 

Cuántas veces
Necesitamos perder los estribos
Apartando a quien amamos
Para hallar el camino 
Más allá del apego

Cuántas veces
Cuántas veces
Cuántas veces más

martes, 25 de abril de 2017

Retrato en blanco y negro


Santiago en "Los antiguos reinos de México" de Armando Salas Portugal
Jardín Borda, Cuernavaca
16 de abril de 2017

lunes, 24 de abril de 2017

f.i.n.a.l.e.s. .d.e. .a.b.r.i.l


Los últimos días de abril me agarraron de vacaciones, primero, y sin computadora, después (mi máquina hubo de someterse a una renovación casi total). Así, anduve más o menos desconectada más de una semana y se me pasaron algunas fechas que suelo recordar en este espacio.

La primera, el cumpleaños de Dasha, queridísima amiga, el día 20. Como cada año, la recordé especialmente en ese día, y mi comadre y yo brindamos por ella. Viviré siempre con el anhelo de volver a abrazarla. Por suerte, de vez en cuando se me aparece en sueños y amanezco feliz y agradecida. 

Y la segunda, Sant Jordi, ese 23 de abril que antes para mí solo era un 23 de abril, hasta que hace tres años quedó renombrado en mi vida. Pero esta vez, en lugar de echarme un viaje de nostalgia, pensé mucho en mi amiga Joana y en su cuento "Mi nombre es Rita". Recordé cómo ese fue uno de los primeros escritos suyos que leí en el primer curso que tomamos, de Narrativa especializada, con Isabel Cañelles. Recordé cuando, sin conocerla casi, le escribí emocionadísima diciéndole cómo me había conmovido su relato, cómo yo tenía una historia personal, si no parecida, sí relacionada con la que ella contaba (en resumen, algo así como un triángulo amoroso) y, además, cómo uno de sus personajes llevaba el mismo nombre de quien protaganizara aquella historia conmigo.

Luego iniciamos un segundo curso juntas, ahora de Proyectos narrativos, pero la vida tenía otros planes y aunque ambas lo terminamos, nuestros caminos parecían apartarse. Pero, ¡oh sorpresa!, nuestra relación estaba lejos de acabarse. A ambas nos invitaron a participar con un relato para la antología que, con el nombre de Incómodos, publicaría RELEEla editorial fundada por nuestra profe. Pero eso no lo supimos hasta después de conocer cuáles habían los relatos seleccionados. Y entonces Joana me mandó un correo celebrando "ser compañeras de índice". Ambas trabajamos con cuentos que habíamos escrito en aquel primer curso y el de ella era justamente el que tenía que ver con esa fecha en que "Barcelona se convierte en jardín de una sola flor: la rosa", como lo dice de forma preciosa en su relato.

Cuando decidí que me lanzaba a Madrid a la presentación del libro, se lo comuniqué de inmediato a Joana y parece que eso fue un aliciente para que ella viajara desde Barcelona también. Quedamos de vernos antes de la presentación, en la librería. Yo ya estaba adentro cuando ella llegó y la vi por el aparador y agité los brazos para llamar su atención. Nunca nos habíamos visto en persona, pero nos reconocimos y nos dimos uno de esos abrazos fuertes fuertes, que se quedan grabados en el cuerpo. Y nos fuimos a tomar un café antes del acto y desde entonces no hemos parado de platicar, en persona allá y luego virtualmente, cada quien desde su lado del Atlántico.

En Madrid, compartimos también los nervios y la emoción antes de la presentación del libro (yo por lo menos, temblaba) y después, las cañas y las tapas. En Villalba compartimos un cocido maravilloso con Jaime, otro querido compañero de índice y compi de curso. Llegar a Villalba fue en sí una aventura, bueno más bien encontrarnos en Atocha, cuando cada una había interpretado de manera diferente el sitio donde nos veríamos y yo iba sin celular (mala fórmula). Pero finalmente, lo logramos y nos embarcamos en el tren de cercanías. De regreso, la acompañé hasta el vestíbulo para tomar el AVE a Barcelona y quedamos en escribirnos. Y nos hemos escrito, y leído de nueva cuenta nuestros textos. Ella me ha comentado (y animado) con la novela y yo aún tengo pendiente (prontito prontito) comentar los relatos que me ha mandado.

Y, además de alguna "gamberrada" que ya nos organizamos juntas, tengo pendiente visitarla en Barcelona y, quizá, compartir un día de Sant Jordi allá.

Por lo pronto, dejo por aquí una rosa atrasada, pero acompañada de gallina chimaleña, para ella y para Dasha, en celebración de los encuentros, de la amistad y de la vida:



viernes, 14 de abril de 2017

Invitado: Karmapa 17



La diferencia entre confianza y orgullo

A veces confundimos la confianza y el orgullo. Sin embargo, son muy diferentes. La confianza es una virtud; algo que necesitamos. El orgullo es una klesha [estado mental alterado]; algo de lo que necesitamos deshacernos. Puesto que, no obstante, en ocasiones los confundimos, deberíamos ver lo que 
es el orgullo en realidad. 

El orgullo es cuando te llenas con un sentido de tus propios logros, como cuánta práctica haces y demás. El problema con el orgullo es que, no solo la propia mente se llena con un sentido de lo que has hecho de tal forma que se resiste a mejorar, sino que, además de eso, sobre la base de ese sentido de los logros, denigramos a otros. En un estado de orgullo, nos comparamos con los demás y siempre encontramos que son insuficientes. Y este es el peor problema que el orgullo nos trae. 

Necesitamos distinguir, sin embargo, entre confianza y orgullo, y con respecto a ellos, necesitamos recordar que cuando hacemos cosas buenas, las estamos haciendo, entre otras razones, para nuestro propio beneficio. Por ejemplo, algunas personas sienten la necesidad de publicitar sus virtudes, como cuando dicen: "Soy una persona benévola" y demás. Y, olvidando el punto de tener buenas intenciones, pueden sentirse decepcionadas cuando los demás no están conscientes de su virtud o se rehúsan a aceptar su existencia.

Necesitamos considerar la analogía de los dibujos de un niño. Cuando los niños dibujan, dibujan representando sus propios sentimientos y su propio sentido de las cosas, no tomando en cuenta los gustos del mundo adulto. De la misma manera, nuestra práctica es un reflejo de nuestras propias necesidades, nuestros propios sentimientos y demás, y no es algo que esté diseñado para presentarse directamente antes los demás.

La virtud, como sea que la cultivemos, nos debería de hacer entrar en calor, como esos calentadores de manos que usa la gente cuando trabaja a la intemperie en climas extremadamente fríos. Y si nuestra propia virtud no nos produce algún calor o calidez, entonces nos quedamos sin nada útil que compartir con otros. El propósito de nuestra virtud es mejorar nuestro estado mental e incrementar nuestra propia felicidad y bienestar y otorgarnos confianza. Por lo tanto, la confianza es importante, pero si nuestras buenas intenciones de alguna manera se congelan en nuestro interior, entonces nos convertimos en algo como un trozo de hielo, carentes de cualquier calidez.

En breve, necesitamos confianza pero no necesitamos orgullo.




De una enseñanza otorgada por el Gyalwang Karmapa 17 en Bodhgaya, 2014.



















Original en inglés, aquí.
Traducción al español, mía.

miércoles, 12 de abril de 2017

k.i.o.s.c.o


Así se veía hace casi un par de semanas La Alameda de la colonia Santa María la Ribera en la Ciudad de México. Yo había oído hablar mucho sobre este lugar, pero nunca había ido.




Detrás de la fuente, está el famosísimo kiosco morisco, al centro del parque. Esta construcción ha sido símbolo del barrio desde que lo trasladaron allí a principios del siglo pasado, cuando Porfirio Díaz decidió celebrar la independencia erigiendo el hemiciclo a Juárez, donde hasta entonces había estado el kiosko, como sede de los sorteos de la Lotería Nacional. La estructura fue diseñada por el ingeniero José Ramón Ibarrola como el Pabellón de México en la Exposición Universal de 1884-1885 y en la Feria de San Luis Missouri en 1904. No fue regalo de ningún jeque árabe ni están claros los aspectos astrológicos y mágicos que se le atribuyen por su planta octagonal y sus decoraciones geométricas. (Si quieres, aquí puedes leer más sobre la zona y el kiosco.)

Lo que es indudable es que es una estructura bellísima. Mi amiga Ángela y yo la recorrimos, fotografiamos y disfrutamos durante un buen rato, antes de encontrarnos con otras amigas para comer en un restorán ruso que está en la esquina del parque. ¡Genial plan para un sábado turístico en la capital!

Aquí la cúpula del kiosco por fuera y desde adentro:






Y acá, algunos de sus arcos en perspectiva y en detalle:




Visto desde afuera también tiene mucho encanto:





Y, claro, para rematar siempre resulta interesante (para mí, por lo menos) echarme el clavado en el diccionario de la RAE:

quiosco
Tb. kiosco.
Del fr. kiosque, este del turco köşk, este del persa košk, y este del pelvi kōšk'pabellón'.
1. m. Templete o pabellón en parques o jardinesgeneralmente abierto por todos sus ladosque entre otros usos ha servido tradicionalmente para celebrar conciertos populares.
2. m. Construcción pequeña que se instala en la calle u otro lugar público para vender en ella periódicosfloresetc.

Curiosamente, existe también una expresión eufemística con este vocablo:
quiosco de necesidad

1. m. p. us. Retrete público.

Aunque probablemente estos "quioscos" ya no sean tan comunes como solían serlo.

sábado, 8 de abril de 2017

.54.


Hace tres días cumplí 54 años y desde el mero 5 intenté sentarme a escribir algo, pero hasta hoy me fue imposible. Cumplir años me gusta y me gusta celebrar y que me celebren. También me recuerda tiempos pasados, que no siempre fueron mejores, pero donde se quedaron personas que hoy (por una cascada de diferentes motivos) ya no están. Y yo, cada año, las vuelvo a recordar.

Los días anteriores al cumpleaños fueron raros, difíciles, largos, tristes. Sentía que un manto, muy negro y muy pesado, se había aposentado sobre mí. Duelos. Dudas existenciales. Ansiedades. Llantos. Y demás compañeros oscuros.

También es cierto que aunque ese lugar no me resulta extraño (lo he visitado varias veces a lo largo de mi vida), en esta ocasión pude ver, aun estando dentro, que era pasajero. (En general cuando estoy ahí, estoy convencida de que no pasará nunca.) Y también, pude darme cuenta cómo el tejido del manto no es tan sólido como parece, sino que la tela ha empezado a abrirse, dejando huecos entre los hilos por donde se cuela la luz. Y entonces la experiencia misma fue menos trágica de lo que solía ser. Todo un hallazgo.

Y así llegué al aniversario decidida a acabar de quitarme el manto de encima. Primer remedio: corte de pelo "en privado" con Bruno. Y los restos de depresión quedaron junto con los mechones, tirados en el piso. Salí de ahí contenta y muy regalada y sin planes definidos para el resto del día. En casa me esperaba mi hijo con Protágoras, mi regalo de cumple. Al rato llegó mi amiga Evelyn y los cuatro nos fuimos a comer. Aquí una de las fotos que ella nos hizo:


El día terminó con mi vuelta al espacio de biodanza, donde mi amiga Ángeles también aprovechó la sesión para celebrarme. Y me sentí muy querida (lo cual dejo de ver cuando me creo que el manto oscuro es insuperable).  

Al día siguiente, pensando que ya había pasado todo, llegué a la escuela para encontrarme con la fiesta sorpresa que me habían organizado mis alumnitas (y mis dos chicuelos) adorados de octavo. El festejo fue completamente inesperado (si hasta optaron por no felicitarme por FB, para que no sospechara nada...) y yo quedé profundamente conmovida. He aquí la constancia:



Y así vienen y van los días y se pasa la vida. Solo me queda vivirla y dejar ir los momentos para dar la bienvenida a los que siguen, intentando fluir más y azotarme menos.